sábado, 28 de diciembre de 2019

ABC:Descubierta la gran mentira sobre la barbarie de las legiones romanas que hemos creído desde 1930


En los años treinta y cuarenta del pasado siglo, los investigadores dieron credibilidad a la recién forjada teoría de que, cuando se hallaba al mando de la legión II Augusta en plena conquista britana, ordenó a sus hombres que aniquilaran por sorpresa a una tribu acantonada en el Castillo de Maiden (un poblado fortificado sobre la colina más alta de la zona).

 El artífice de la teoría no era un don nadie ávido de ganar portadas en los periódicos. Ni mucho menos. Era Sir Mortimer Wheeler, uno de los arqueólogos más reputados de Gran Bretaña tras haber prestado sus servicios en el Museo Nacional de Gales y en el Museo de Londres. El doctor tampoco hizo su afirmación a la ligera, sino que se basó en una década de trabajo sobre el terreno y en el hallazgo de lo que, en sus palabras, eran los restos de medio centenar de nativos (52, en concreto) asesinados por la espalda a golpe de lanza, jabalina y flecha durante la invasión romana. Sobre este «cementerio militar» (como lo denominó) forjó la teoría de la barbarie de la Legio II Augusta de Vespasiano en el año 43 d. C. Una visión que dio a conocer en 1943 tras escribir su primer informe sobre el suceso.
Teorías frente a frente

Dicha teoría, que empezó ya a ponerse en cuestión en los pasados años ochenta, ha vuelto a sufrir un nuevo revés estas navidades. En este caso, de la mano del doctor Miles Russell, profesor de arqueología en la Universidad de Bournemouth. Este experto ha afirmado, en declaraciones recogidas por varios diarios británicos, que la historia de la contienda es «engañosa» y, al menos a día de hoy, no existe «absolutamente ninguna evidencia» de que en la mencionada posición se perpetrase matanza alguna contra los habitantes. «La mayoría de los arqueólogos están de acuerdo en que no se puede demostrar que se produjera», señala.

 Sus conclusiones fueron publicadas en la revista especializada «Oxford Journal of Archaeology» el pasado julio, donde incluso ha incidido en que, al menos según los datos disponibles, es plausible que ni siquiera hubiera una contienda contra Roma en el Castillo de Maiden. Una teoría que solo se extendió, en sus palabras, por su epicidad después de que fuera narrada por Wheeler. «El lugar había sido abandonado, al menos en gran parte, un siglo antes de la llegada de Roma. Sin embargo, eso es menos impactante que la posibilidad de que la tribu de los Durotriges sufriera una severa derrota allí y fuera después esclavizada», añade en el texto.

En su favor, el doctor pone sobre la mesa una serie de estudios científicos que confirmarían que una de las patas que arman la teoría esgrimida por Wheeler (la supuesta premura con la que fueron enterrados los cuerpos por los legionarios romanos) es falsa. En su dossier, el experto incide también en que una parte de los cadáveres fueron inhumados de forma cuidadosa y con su ajuar funerario. A su vez, añade que, según las nuevas investigaciones, es posible que los restos no fueran bien fechados. De hecho, especifica que, aunque es cierto que el 74% de los fallecidos dejó este mundo de forma violenta, sus muertes podrían ubicarse en cualquier momento entre el año 100 a. C. y el 50 d. C. La polémica está servida.
Invasión

Pero vayamos por partes. La historia de esta presunta matanza comienza (y acaba) en el 43 d. C. Fue en ese año cuando el emperador Tiberio Claudio César Augusto Germánico (más conocido simplemente como Claudio) decidió seguir los pasos de Julio César y acometer una empresa tan difícil como ansiada por sus predecesores: la conquista de Britania. Aunque al dictador no le había ido demasiado bien durante las dos invasiones a las islas (llevadas a cabo en el 55 y 54 a. C.) él esperaba convertirse en el hombre que sometería a unas tribus rodeadas de misticismo tanto a nivel religioso como militar gracias, respectivamente, a los druidas y a la potencia de sus carros de combate.

Narra el historiador Stephen Dando-Collins en su magna «Legiones de Roma, La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas» que, en el año 43 d. C., Claudio ordenó a cuatro de sus legiones reunirse en Bolina para, a continuación, partir hacia Britania. Las elegidas fueron la XIV Gémina, la XX, la IX Hispana y la II Augusta. Recién llegada de Estrasburgo, la última estaba al mando del futuro emperador Vespasiano, entonces un pretor de 33 años que, tal y como narra el experto en su obra, era ya famoso por haber «comandado como prefecto una unidad de auxiliares tracios mientras ascendía por los peldaños de su carrera».

 Desde los inicios, la invasión estuvo rodeada de cierto aura de misticismo. Los legionarios, temerosos por las historias de magia que les llegaban desde las islas británicos, se negaron en principio a partir hacia lo que (por entonces) era el fin del mundo. Al parecer, solo una interesante paga extra les motivó para embarcar en una flota creada de forma expresa para ellos. Lo que está claro es que no se reparó en gastos. Algunos autores señalan que el emperador llegó a formar una unidad especial de elefantes africanos para contrarrestar la potencia de los carros de combate enemigos. Aunque, al menos en la actualidad, es imposible demostrarlo.

Los hechos palpables afirman que las cuatro legiones desembarcaron, en su particular Día D, durante el verano del año 43 d. C. Lo hicieron en las playas cercanas a la bahía de Pegwell, al suroeste de las islas y frente al Pas du Calais. Al mando de la expedición se hallaba Aulo Plaucio, quien no tardó en tomar la zona (las tribus locales no sabían de su llegada) y en crear un campamento en las cercanías desde el que orquestar el avance hacia el interior. En el lugar se quedaría, como una suerte de reserva, la IX Hispana mientras sus compañeros exploraban aquellas tierras con la ayuda de las guías planteadas, años atrás, por Julio César. Había comenzado la invasiíon.
La legión romana de Vespasiano

La II Augusta avanzó, en principio, hacia la actual Canterbury. Dando Collins es partidario de que, en su camino, se enfrentó a dos grandes contingentes britanos a los mandos de Togodumno y Carataco. Cronistas como Suetonio afirman que venció al segundo sin apenas esfuerzo gracias a la eficiencia del sistema de combate de las legiones y a que los guerreros locales acudían a la batalla sin armadura. De hecho, una buena parte luchaban desnudos de cintura para abajo o sin ninguna prenda sobre el cuerpo. Poco después, el futuro emperador avanzó hasta el río Medway, lo cruzó después de que sus ingenieros construyeran múltiples puentes y (en palabras del historiador de la época) «mataron a muchos adversarios».

 La maquinaria romana continuó su avance hasta el interior y presionó de tal forma que Carataco, tras ser derrotado, se retiró hacia Gales con su séquito real. Todo parecía perdido para los nativos. Sin embargo, y tal y como sucedería en los cómics de Astérix y Obélix, varias tribus del suroeste se negaron a aceptar la derrota y continuaron su enfrentamiento contra los legionarios. Ante su resistencia, se ordenó a Vespasiano que ampliara el frente y las hiciera pedazos para que el emperador, que había partido ya desde Italia ávido de aceptar la claudicación de sus enemigos, no se topara con una conquista sin finalizar.

Suetonio cuenta que, azuzado por sus superiores, Vespasiano no tuvo piedad y, durante aquella campaña, libró más de treinta batallas, conquistó más de una veintena de pueblos y aceptó la rendición de dos tribus. Todo ello, para gloria del Imperio. Así fue como cayó, por ejemplo, Chichester (al surestre de Londres), en cuyo interior se estableció un campamento romano del que, a día de hoy, todavía quedan restos. «La propaganda defendería más adelante que las legiones atravesaron el Támesis bajo el mando de Claudio, se toparon y derrotaron a un nutrido ejército de guerreros britanos y, a continuación, aceptaron la rendición de los reyes y de sus desarmados guerreros», finaliza Dando-Collins.
Supuesta matanza

Esta es la historia oficial de lo que ocurrió el año 43 d. C., y así se contó hasta que, en los años treinta, el arqueólogo Sir Mortimer Wheeler arribó a la colina del Castillo de Maiden (en Dorset) y, tras una década de excavaciones, halló los restos de 52 britanos en lo que, según afirmó, era un «cementerio de guerra» de la época romana. El reputado experto, tras investigar en profundidad los esqueletos, afirmó que eran cadáveres de hombres, mujeres y niños que habían sido asesinados mediante flechas, lanzas y jabalinas por la espalda.

Sabedor de que, en su recorrido a través del sur de las islas, la II Augusta había pasado por la zona, esgrimió que Vespasiano había ordenado a sus soldados que atacaran el poblado por sorpresa para evitar que la tribu local organizara una defensa efectiva. «Bajo las nubes de humo que se levaban, las puertas se asaltaron y se tomó la posición. […] Hombres, mujeres, jóvenes y viejos fueron brutalmente asesinados antes de que la tribu pudiese tomar las armas. […] Los aturdidos habitantes fueron enterrados entre los restos de las cenizas de sus cabañas», desveló en sus memorias.

 El arqueólogo puso varios ejemplos para dar consistencia a su teoría. Según escribió, «un cráneo mostraba la perforación cuadrada producida por el perno de un proyectil romano cuadrangular» y otro esqueleto «tenía una punta de flecha de hierro incrustada profundamente en una vértebra», lo que indicaba que había recibido un disparo de alguno de los hombres de la II Augusta antes de ser rematado en el suelo. Presentó su primer informe en 1943 y, a partir de entonces, esta teoría fue la más replicada por los expertos de la zona.

Al menos, hasta que -durante los años ochenta- una nueva corriente de investigadores revisó su trabajo y puso en cuestión varias de sus conclusiones. Con la ayuda de nuevos aparatos de análisis óseo determinaron, por ejemplo, que los signos de quemaduras en las viviendas (atribuidos hasta entonces al asalto) pudieron producirse mientras los habitantes del poblado trabajaban el hierro. A su vez, establecieron que las puntas de flecha que causaron la muerte de los fallecidos pudieron pertenecer a otras tribus que asaltaron el lugar antes de la invasión romana. También pusieron en cuestión que los cuerpos fueran enterrados de forma apresurada por los legionarios. Unos argumentos que, este 2019, Russell enarbola de nuevo.