viernes, 20 de septiembre de 2019

ABC:Los legionarios romanos que defendieron China: el cruel destino del ejército perdido de Craso


La Antigua Roma dio forma durante siglos a una de las máquinas de matar más eficaces de la historia a través de sus disciplinadas legiones. Hacia el ocaso de la República, los elementos y virtudes que han popularizado el cine en relación a esta infantería ya eran plenamente distingibles y capaces de batir a cualquier fuerza de Europa, África o Asia. Uno de sus escasos puntos débiles se mostraba, sin embargo, en parajes angostos como los bosques de Teutoburgo y, sobre todo, en las batallas celebradas en llanuras kilométricas, donde eran vulnerables a caballerías ligeras que jugaran al gato y al ratón. Y eso es precisamente lo que ocurrió cuando Marco Craso condujo sus legiones contra el Imperio Parto, lo que hoy ocupa Irán y toda esta región. Un desastre con largo eco y enigmas que aún perduran en el tiempo.

El fin en Asia del triunvirato

El primer triunvirato en la historia de Roma, que en realidad no tenía forma política sino que era una alianza secreta, funcionó con el encanto de Julio César, la auctoritas de Cneo Pompeyo y el dinero de Marco Licinio Craso, uno de los más crueles y codiciosos romanos del periodo final de la república. Craso y Pompeyo se toleraron durante más de un lustro, pese a la hostilidad latente que había entre ambos, pero fue la emergente figura de un victorioso y joven Julio César lo que rompió definitivamente el equilibrio entre los tres.
La enemistad entre Pompeyo y Craso se había cimentado en la célebre rebelión de los esclavos protagonizada por Espartaco en el año 73 a.C, donde el primero robó el mérito a Craso cuando este mantenía cercado a los rebeldes. Craso, conocido en Roma por su enorme fortuna, solo pudo celebrar una ovación por su papel en la rebelión –dado que el Senado quiso restar importancia a la campaña, para evitar convertir en un mártir a Espartaco, y le negó el triunfo–, mientras Pompeyo incluyó la campaña contra los esclavos en las celebraciones de su segundo triunfo, concedido sobre todo por sus méritos en una campaña anterior en Hispania.

A pesar de ello, Pompeyo pactó con Craso repartirse en poder de Roma, alianza a la que más tarde se sumó el joven Julio César. Intimidado por el prestigio de uno y la pujanza del otro, Craso decidió comenzar una campaña militar en Siria para recordar a la República que él también era un buen comandante. Su elección fue conquistar Partia, un gran reino que se extendía más allá de Armenia, lo cual le valió numerosas críticas al conducir a Roma a una guerra innecesaria solo sujeta a sus intereses particulares. Y ciertamente no era el mejor enemigo para ganar fama rápida, como iba a descubrir con su vida.

A sus 60 años y tras 16 años sin tomar servicio activo, Craso partió a Siria, donde se entretuvo la mayor parte del año recaudando impuestos para financiar su expedición. En la primavera del 53 a.C. el comandante romano se dirigió al frente de siete legiones rebosantes de confianza a las entrañas de Partia. No obstante, los partos –que derrotarían años después también a Marco Antonio– conocían muy bien a su rival. A pesar de la caballería aliada y la infantería ligera, la gran carencia del ejército romano seguía siendo por entonces su lentitud y su vulnerabilidad en grandes llanuras. Las rápidas tropas partas, en cambio, se basaban en dos tipos de caballerías: los catafractos, caballería pesada armada de lanzas, y los veloces arqueros a caballo con sus poderosos arcos compuestos.

Con todo, el primer enfrentamiento entre el ejército romano y los partos en Carras (la actual Harrán) terminó en empate, aunque la superioridad de la caballería parta y de sus arqueros montados se tradujo en un mayor número de bajas entre los romanos. Según Plutarco, las huestes romanas estaban formadas por siete legiones (unos 28.000 legionarios) de infantería pesada, 4.000 soldados ligeros y 4.000 jinetes de caballería. Cuando esa misma noche los hombres de Craso se lamían sus heridas, cundió de repente el pánico entre ellos y su ánimo se quebró sin que el anciano comandante tuviera fuerzas para reconducir la situación. Los romanos iniciaron una desordenada huida a pie perseguidos por la caballería parta, que causó la muerte o desaparición de 20.000 combatientes.

El enigma sobre el destino de los cautivos

Mientras trataba de negociar una tregua, Craso fue asesinado y su cabeza y manos enviadas al rey parto. Entre el mito y la realidad, Dión Casio sostiene que los partos le introdujeron oro líquido por la garganta para terminar con su vida, conocedores de su sed de riqueza. En Roma, su muerte abrió una brecha irreparable entre Julio César y Cneo Pompeyo, que derivó en una guerra civil donde se impuso el primero y más joven. En Asia, lo que provocó fue la dispersión en cien direcciones y la esclavización de miles de soldados romanos.

Una pequeña parte de los supervivientes logró volver a territorio romano, pero unos 10.000 fueron hechos prisioneros. De nuevo según el historiador Plutarco, los cautivos fueron conducidos a Seleucia del Tigris, cerca de la capital parca, donde serían obligados a tomar parte de una parodia lastimosa de desfile triunfal. Siguiendo una práctica habitual en este imperio, la mayoría de los prisioneros fueron trasladados a las fronteras más orientales para evitar su fuga y, además, emplear a estos veteranos en la defensa de su territorio. Fueron obligados con este fin a recorrer a pie 2.500 kilómetros hasta Alejandría de Margiana (la actual Merv).

En Roma se especuló durante años sobre el destino de los soldados cautivos y desaparecidos, aunque sin dar con una respuesta clara. Casi dos milenios después, un investigador norteamericano llamado Homer H. Dubs creyó haber hallado en 1950 indicios en fuentes chinas de que un grupo de estos cautivos acabó sus días en el gigante asiático. Según las crónicas de la dinastía Han, cuando un ejército chino del año 36 a.C. atacó a los xiongnu, pueblo nómada de la región del río Talas que amenazaba la Ruta de la Seda, los cronistas repararon en la presencia de un contingente de cien soldados de infantería que defendieron su posición con una formación semejante a las «escamas de pez», lo que se puede entender como la famosa estrategia del testudo.

Además, los cronistas recogen el uso por parte de estos soldados de una doble empalizada defensiva de madera en el exterior de la ciudad. La construcción de este tipo de campamentos eran algo fundamental para cualquier combatiente romano. Dada la cercanía de esta región en Asia central con la frontera parta, resultaba bastante plausible que se trataran de los supervivientes de la expedición de Craso.

Los cronistas chinos cuenta que este extraño destacamento se batió con fiereza y, tras el ataque, el enemigo los llevó cautivos para emplearlo en la defensa de sus propias fronteras. Con este objeto, trasladaron a estos guerreros al asentamiento de Liqian, cerca de la actual Zhelaizhai, en la provincia china de Gansu. En opinión de los que defienden que eran soldados romanos, H. Dubs y otros especialistas en el periodo argumentan que el mismo nombre de la población, Liqian, podría hacer referencia a Li Qian, la forma en la que los chinos llamaban al Imperio romano.

La tería no cuenta, sin embargo, con un respaldo mayoritario entre las filas académicas de hoy en día. Para muchos, faltan pruebas y sobran indicios indirectos y circunstanciales. Los estudios genéticos han refutado igualmente el mito extendido de que en la región hay un número fuera de lo común de personas con rasgos occidentales, y concretamente latinos, tales como narices aguileñas, cabellos rizados o la abundancia de ojos azules y verdes. Liqian fue destruida por los tibetanos en el siglo VIII.