martes, 30 de agosto de 2016

ABC:Sertorio, el legendario militar que creó una República Romana en España y murió traicionado


Su historia es la de un hombre leal a la República que eligió mal su bando en la guerra civil. En su huida hacia delante, Quinto Sertorio acabó fundando en Hispania una República Romana de bolsillo, con la que consiguió entusiasmar a los hispanos y derrotar, uno tras otro, a los ejércitos romanos que el dictador Cornelio Sila mandó en su búsqueda. Alcoholizado, y cada vez más abandonado, Sertorio fue traicionado por los suyos y apuñalado por la espalda.

El siglo I a.C vivió el inicio de las guerras civiles en Roma, que desembocarían en el establecimiento del sistema imperial. Las guerras civiles enfrentarían al bando de los populares –encabezados por el héroe militar Mario– contra el bando de los optimates, cuya cara más visible era la de Cornelio Sila, el sangriento dictador pelirrojo. En esencia se trataban de confrontaciones personales, sin un programa político muy profundo, aunque los segundos se vendían como los guardianes de las esencias romanas frente a los hombres que querían abrir las puertas de Roma al resto de itálicos.

Una guerra civil que frustró una carrera

En los años previos a la contienda, Quinto Sertorio había combatido junto al líder de los populares, Mario, contra los cimbrios y los teutones. Como recompensa a su carrera ascendente recibió en el año 97 a.C. un cargo de tribuno militar en España, donde dirigió a las tropas romanas contra una rebelión local en la ciudad celtibérica de Castulo (hoy en la zona de Linares, Jaén). A su regreso a Roma, se vio inmerso de golpe en las luchas entre optimates y populares; si bien, se alineó con el ala moderada de esta facción cuando un grupo de partidarios violentos ocuparon Roma y desencadenaron una matanza.

Con este carácter moderado logró prestigio, respeto y condecoraciones, así como cicatrices por todo su cuerpo. Su forma de combatir en las primeras líneas le costó la pérdida permanente de la visión en un ojo, además de la admiración de sus subordinados.

En este contexto de inminente guerra civil (en vigor desde que Cartago fue destruida y no quedaron grandes amenazas externas), Lucio Cornelio Sila atacó Roma en 88 a.C, siendo el primero que rompía la ley romana y entraba en la ciudad con tropas. La súbita muerte de Mario cinco años después dejó sin posibilidad de reacción al bando popular. Sila se autoproclamó dictador y se mantuvo en el poder hasta su retiro voluntario en el 79 a.C, mientras se dedicaba a perseguir brutalmente a sus enemigos. Uno de los que persiguió con más insistencia fue Sertorio, que, privado de su cargo de pretor en Hispania, se vio obligado a huir de su provincia hacia el Mediterráneo Occidental. Durante su triste retirada logró una victoria sobre los ejércitos de Sila en Mauretania, lo que le atrajo el interés de los últimos partidarios de Mario y, en suma, de los enemigos de Sila.

Sertorio seguía siendo enormemente popular en Hispania. Antes de abandonar su cargo de pretor se había dedicado a rebajar la presión fiscal en su provincia y, en señal de respeto a las poblaciones locales, acampaba siempre sus tropas fuera de las ciudades. A raíz de su victoria en Mauretania, una delegación de lusitanos le pidió que regresara a España y terminara con la opresión que los hombres de Sila habían traído consigo.

Sertorio aceptó la oferta sin titubear, puesto que le quedaban pocas salidas, si bien las fuerzas lusitanas eran de solo 4.000 soldados de infantería y 700 jinetes. A este número debía sumar 1.600 legionarios y 700 libios que el líder popular había levantado en el norte de África. Una fuerza que, sin embargo, era insignificante frente a los 120.000 infantes y 6.000 jinetes con los que contaba Sila en la península.

La República romana en Hispania

El legendario general se enfrentó a su vuelta a Hispania con Metelo Pío, enviado por Sila, al que durante varios años desgastó con una lucha de guerrillas y finalmente derrotó, así como a los gobernadores de la Citerior y la Narbonense. El general romano demostró gran talento para dirigir fuerzas irregulares y llevar a cabo una guerra de guerrillas contra fuerzas convencionales. Sertorio avanzó sobre la Celtiberia y el Valle del Ebro. Su paso levantó la rebelión de los celtíberos e incitó el apoyo de los hispanos romanos. En este punto, el conflicto pasó de ser un problema local a una auténtica guerra civil.

El romano, que procedía de la ciudad sabina de Nussa, organizó lo que algunos han calificado como un intento de crear un «estado romano paralelo» en Hispania, una república en el corazón de la península. Así estableció en Osca (Huesca) un senado, que cada año celebraba elecciones para elegir a los nuevos magistrados, y una escuela para los hijos de los jefes indígenas, donde aprendían latín y griego. Asimismo, a las tropas locales les enseñó a vestir y a luchar al modo romano.

El paso de los años y la enorme popularidad de Sertorio elevaron su historia a la categoría de héroe mitológico, como acredita la historia del cervatillo que adoptó como mascota. Un cazador se lo regaló como muestra de afecto, a lo que el romano respondió domesticándolo y atribuyéndole poderes. Sertorio afirmaba que era la Diosa Diana quien había conducido el animal a su causa y le comunicaba a través del cervatillo la ubicación de sus enemigos para que pudiera seguir victorioso.

El propio Sila no pudo vivir lo suficiente para ver a uno de sus últimos enemigos derrotado. A la muerte del dictador ya «jubilado», Pompeyo «Magno» –apodado el «adolescente carnicero» por ser el brutal verdugo de muchos populares– se aseguró de que el cadáver de Sila, que también era su suegro, recibiera los debidos honores y no se produjeran disturbios. No pudo evitar, sin embargo, que el excónsul Lépido se levantara contra el Senado. La victoria de Pompeyo sobre Lépido vino acompañada de una fuga masiva de sus partidarios para unirse a Quinto Sertorio, que siempre recibía con los brazos abiertos a los enemigos de Sila.

Los dos cónsules designados ese año se negaron a ir Hispania, porque no estaban dispuestos a sumarse a la lista de generales republicanos derrotados por Sertorio y sus cada vez más numerosos partidarios. En tanto, Pompeyo, de 28 años, fue nombrado pro consulibus (enviado «en lugar de ambos cónsules») y destinado a la provincia más occidental de la República para poner fin a la larga rebelión.

Pese a que en los primeros encuentros Sertorio dio severos correctivos a su joven rival, poco a poco fue perdiendo terreno y quedó sumido en una guerra de desgaste que no podía ganar. A partir del año 75 a.C el general «rebelde» fue acorralado por Pompeyo desde el norte y este; y por Metelo desde el sur. El general exiliado no estaba realmente perdiendo la guerra, pero ya era evidente que jamás podría ganarla. Desde Roma, el Senado logró que muchos de los seguidores de Sertorio abandonaran su bando a cambio de ser amnistiados. La mayoría tan solo quería eso, poder volver a casa después de tantos años.

Una afición desmesurada por el vino y un humor depresivo fueron brotando en Sertorio. En el año 72, Perperna, la mano derecha del militar romano, organizó un banquete donde el general y su guardia fueron emborrachados y posteriormente asesinados. Y aunque Perperna quiso continuar la guerra, Pompeyo no tardó en derrotarlo. Algunos núcleos resistieron en el 72 a. c, entre ellos Calahorra, donde un largo asedio y la negativa de los sitiados a rendirse les llevó a practicar el canibalismo. Allí se ahogaron los últimos ecos de la andadura de este general romano, que mantuvo en solitario una guerra civil contra Roma hasta que fue consciente de que se había convertido en un villano de su tierra. Un conflicto que pudo mantener solo gracias al apoyo de Hispania, probablemente el territorio más importante para la República Romana en aquella época.