lunes, 6 de mayo de 2019

National Geographic:Las nodrizas, madres de sustitución en Roma


En la antigua Roma se llamaba nutrix a aquella mujer que ejercía de nodriza o ama de cría de niños que no eran suyos, a los que alimentaba en su primera infancia y los cuidaba y educaba cuando crecían. El empleo de nodrizas se difundió a finales del período de la República, cuando las matronas de rango aristocrático adquirieron la costumbre de usar los servicios de estas mujeres para amamantar a sus hijos. Recurrir a nodrizas se convirtió, ya durante el Imperio, en una práctica habitual.

El recurso a las nodrizas podía deberse a razones de necesidad, como el fallecimiento de la madre en el parto, una de las mayores causas de mortalidad femenina en Roma. Entre la aristocracia también existía la idea de que era mejor confiar el niño a un ama de cría para no forjar un lazo sentimental con él, ya que la mortalidad infantil era también muy alta.

Además, a lo largo del Imperio se difundió la idea de que si una mujer se encargaba de amamantar a sus hijos tardaría mucho más en recuperarse del parto, ya que se consideraba el acto de la lactancia como algo perjudicial, sobre todo porque provocaba que las mujeres necesitasen más tiempo para volver a quedarse embarazadas y continuar aumentando su descendencia. Aulo Gelio recogía este parecer de la madre de una parturienta, que decía "que había que mirar por ella y que confiaría el niño a las nodrizas para no añadir a los dolores del parto la ardua y pesada labor de tener también que darle de mamar".

Obligaciones maternas en la Antigua Roma

Cabe señalar asimismo que, para los romanos, la idea de maternidad no se limitaba tan sólo a engendrar hijos, sino que se vinculaba más con la educación. No se daba prioridad a la crianza natural de los niños, sino a su instrucción moral e intelectual, por lo que se creía que dedicar demasiado tiempo a amamantar a un bebé hacía que la mujer descuidase la educación de sus otros hijos.

Sin embargo, la costumbre de que las madres no amamantaran a sus bebés suscitó numerosas críticas. Los escritores moralistas creían que era algo poco natural. Aulo Gelio, por ejemplo, escribía: "¿Quién puede dejar de lado y no darle importancia al hecho de que las mujeres que abandonan a sus propios hijos y se desentienden de ellos y los dan a alimentarse de otras, cortan el vínculo aquel y el lazo de amor con que la Naturaleza une a padres e hijos, o al menos lo aflojan y debilitan?".

El historiador Tácito consideraba el abandono de la lactancia materna una prueba de la corrupción de costumbres de su época, en contraste con las que regían antiguamente: "En otro tiempo, el hijo de romano, nacido de madre honesta, no se educaba en el aposento de una nodriza mercenaria, sino en el regazo y en el seno de su madre, que se vanagloriaba ante todo de guardar su casa y ser esclava de sus hijos. [...] Y no ya el trabajo o el estudio, sino los mismos recreos y juegos infantiles estaban regulados por una especie de pudoroso respeto". Por eso mismo ensalzaba a las mujeres de los pueblos bárbaros –no romanos–, que sí criaban a sus hijos: "Cada madre cría a su hijo a sus pechos y no lo deja en manos de esclavas o nodrizas".

Más allá de estas críticas, una vez se decidía tomar una nodriza venía el problema de encontrar una candidata. Lo normal era que las familias nobles utilizasen a sus propias esclavas para criar a sus hijos. Pero también se alquilaban los servicios de mujeres libres, a las que se pagaba por su trabajo. Muchas de estas mujeres eran libertas (esclavas liberadas), hasta el punto de que la profesión de nodriza era la más frecuente entre ellas, como demuestran las inscripciones. En estos casos, además de recibir una remuneración, mantenían unos vínculos de dependencia con la familia para la que trabajaban. Gracias a algunos papiros descubiertos en Egipto, conocemos las condiciones en que eran contratadas estas mujeres. Normalmente desempeñaban su labor entre seis meses y tres años, y debían amamantar al niño en casa de los padres. Al parecer, se comprometían a alimentar al pequeño con su propia leche, y no con leche de animal o papillas, como algunas hacían de modo fraudulento.

La selección de las nodrizas era particularmente delicada, porque los romanos creían que la leche de la mujer ejercía una influencia directa en el niño. Por ello, muchos textos, principalmente de tipo médico, insisten no sólo en los rasgos físicos, el origen y la buena conducta moral de la nodriza, sino también en la calidad de su leche, hasta el punto de que se recomendaba analizarla para comprobar que su color, sabor, olor, consistencia y espesor eran idóneos y no perjudicarían al niño.
Un vínculo muy especial

Se advertía asimismo que no había que dejar a los niños al cuidado de mujeres de baja condición social, especialmente si eran extranjeras. Tácito criticaba el descuido en este aspecto: "Ahora se entrega el recién nacido a cualquier criada griega, a la que ayudan algunos esclavos de los menos capacitados. Esas almas inocentes asimilan los cuentos y chismes de esa gente y nadie tiene en cuenta lo que se dice o hace ante los pequeños amos".

Dado que habitualmente la nodriza cuidaba y educaba al pequeño durante toda su infancia, se convertía para él en una figura muy cercana y creaba con él una relación afectiva que continuaba en su vida adulta. Así, aunque algunas amas de cría quedaban liberadas de su responsabilidad al acabar el período de lactancia, muchas (sobre todo las esclavas) se quedaban como criadas de confianza de aquellos a los que habían cuidado. En el caso de las niñas era muy frecuente que cuando contraían matrimonio llevasen con ellas a su nuevo hogar a su nodriza, a modo de nexo de unión con su antigua familia.

Estos lazos afectivos quedan patentes en las inscripciones funerarias. Muchos adultos dedicaron costosos epitafios a las mujeres que los criaron, como muestra de amor y homenaje por sus servicios, del mismo modo que también encontramos el caso de nodrizas que pagaron una lápida a los niños fallecidos durante su crianza. En ambos casos, los epitafios reflejan el amor mutuo y las relaciones intensas que se establecieron entre la nodriza y la persona a la que alimentó. Muchas veces, este vínculo incluía a los denominados hermanos de leche, es decir, a los que sin compartir parentesco de sangre habían sido amamantados por la misma mujer. Así se observa en este sentido epitafio: "A su nodriza María Marcelina y a la memoria de su hermano de leche Cedio Rufino, ambos bien merecedores, levantó este monumento C. Tadio Sabino, soldado de la II cohorte pretoriana".

Gracias a la literatura sabemos que muchas personas cuidaban y mantenían a su antigua ama de cría durante toda su vida. Al agasajar a sus nodrizas, a veces más que a sus progenitoras naturales, dejaron constancia de que fueron estas mujeres quienes les cuidaron y confortaron a lo largo de su infancia y su vida adulta. Esta relación tan estrecha forjaba unos vínculos de afecto que a veces eran más profundos que los que mantenían con sus propias madres, tal como reflejan estas palabras de Aulo Gelio: "Pues tan pronto como se produce la entrega del niño a otra mujer y es separado de los ojos de su madre, poco a poco se va extinguiendo el vigor aquel del calor materno de manera insensible [...]. Los sentimientos anímicos de amor y trato del propio niño se centran en exclusiva en la mujer que le alimenta y, como sucede con los niños abandonados, no tiene ningún sentimiento ni deseo de la madre que le dio a luz".