lunes, 19 de enero de 2015

Nerón. Un ser sádico y brutal


Aunque, bajo su gobierno, no se cometieron las cotidianas crueldades de sus antecesores, varias circunstancias confluyeron para hacer de Nerón, el emperador más conocido y el más denigrado de todos. Se estima que esta calificación errónea se relacionaba con el hecho de que, durante su gobierno, murieran decapitados y crucificados los apóstoles Pablo y Pedro, representantes primigenios de aquella nueva religión que había surgido en Palestina, fundada por Jesús de Nazaret. Así, el fin trágico de los apóstoles y el de otros muchos cristianos seguidores, propició la ennegrecida leyenda de Nerón. A partir de este hecho, la historiografía cristiana, lo consideraría como el precursor de las persecuciones posteriores a los seguidores del cristianismo.

En otro orden de cuestiones, este emperador había nacido en Antium, era hijo de Julia Agripina y de Enobarbo –aunque también se decía que, en realidad, el verdadero padre había sido el hermano de la propia Agripina, Calígula–. Al nacer, su padre, en medio de un delirium tremens producto de una borrachera, expresó: «De Agripina y de mí —profetizó— sólo puede nacer un monstruo». Estas palabras no resultaban extrañas frente a un progenitor que había tenido relaciones incestuosas con su hermana Lépida (la llegada al poder del nuevo Emperador le habría salvado la vida).

Sin embargo, al poco tiempo quedaría huérfano de padre, y su madre sería desterrada. Nerón, vivió junto a su tía Domicia Lépida, “de costumbres y honorabilidad harto discutible”, que se había encargado de un niño prácticamente abandonado. La vida libertina de su tía se confirmaría con la designación de sus tutores: Domicia encargó la educación del niño a dos amigos suyos (un bailarín y un barbero). Al regreso del destierro, su madre, Agripina, volvió a ocuparse de su hijo, reemplazando a sus tutores por Aniceto, un individuo aún más inmoral que los anteriores y que la propia tía Lépida.

A los 13 años, fue adoptado por el emperador Claudio –bajo las presiones de su madre Agripina–, de esta forma, tras la muerte del Emperador, el joven Nerón heredaría el trono imperial. Una de las hipótesis que se manifiestan, considera que la muerte de Claudio estaba relacionada con el suministro de setas envenenadas preparadas por Locusta a indicación de la propia Agripina. A su vez, la madre de Nerón había comprado a los pretorianos (a los que previamente había sobornado con 15.000 sestercios para que no dudaran al momento de elegir al nuevo emperador).

Empezaba así un nuevo reinado y un nuevo Emperador en la lista del mayor Imperio entonces conocido, quien gobernaría sobre más de 70 millones de ciudadanos romanos. Claro que, oculta tras la figura de su hijo, quien iba a llevar las riendas de los negocios imperiales iba a ser aquella, todavía joven y hermosa mujer, Agripina.

Sin embargo, el hijo de Enobarbo (de aenus, bronce, y barbo, barba —como su padre, Nerón tenía cabellos y barba rojizos–), en un primer momento, no deseaba ocupar el trono imperial, pues era consciente de que le alejaría de su verdadera buena vida. Ésta, para el joven Nerón, se encerraba en la práctica y conocimiento de las artes, de las que era un convencido y entusiasta aficionado, ya que se consideraba a sí mismo como buen cantante, poeta, escultor, actor y hasta bailarín. Además, estaba convencido también de su experticia en otras actividades como en la conducción de cuadrigas.

Nerón consideraba que todas estas actividades pasarían a un segundo plano cuando asumiera como Emperador, lo que explica su reticencia a ocupar el nuevo lugar, a no ser por las prisas de su madre, por él ese momento lo hubiera alejado lo más posible. Incluso intentó rechazar el matrimonio impuesto con la jovencísima Octavia cuando contaba apenas trece años, matrimonio que, aunque llegó a celebrarse, nunca se consumaría. Por el contrario, Nerón hizo saber de manera ostensible, que su auténtica esposa era una mujer llamada Actea, aquella era liberta y meretriz muy popular en la ciudad. Incluso, la debilidad de Nerón por esta mujer se prolongaría durante toda su vida, luchando contra la oposición de su madre. Agripina, no sólo detestaba los amores de su hijo con una inferior, sino que –según cuenta la leyenda– jugaba el factor celos, pues la esclava venía a interponerse en las relaciones que excedían los sentimientos materno-filiales de Agripina y su hijo, que al parecer, era de dominio público.

Nerón inició su reinado a la edad de 17 años de forma pacífica, aconsejado por sus maestros Burro y el filósofo cordobés Séneca (este último sería amante de su madre, Agripina, y sería ella la que lo introduciría en la corte imperial). Sin duda, las enseñanzas del filósofo bético habían hecho mella en el tierno y joven Emperador, que no obstante haber intentado aquel impregnar el corazón de Nerón con buenas lecciones, realmente estaba tan apegado a lo pecuniario, que su fortuna había crecido desmesuradamente al lado de la familia imperial (algunos historiadores hablan de una fortuna de 300 millones de sestercios en poder a momento de su muerte).

Tan benefactor aparecía a todos el joven Emperador que se contaba el caso de que, al tener que estampar su firma en una sentencia de muerte, se resistió a hacerlo, inbricándola al fin, pero tan contrariado que exclamó: «iQuisiera el cielo que no supiera ni escribir!». En otra ocasión, quisieron levantarle una estatua de oro, Nerón se negó a aceptarla, en razón de esta circunstancia: «Esperad que la merezca». Así mismo, se conformó con enviar al destierro a un escritor llamado Galo Veyento, porque se había confesado autor de unos terribles escritos contra los senadores y la casta sacerdotal.

De esta manera, su gobierno, en un principio estuvo dominado totalmente por la presencia imponente de su madre; el nuevo Emperador era un muchacho dócil y tímido que gobernaba a la sombra materna. Esta sumisión se apreciaba externamente en detalles como el de acurrucarse a los pies de Agripina, cuando estaba sentada en el trono imperial, y en el de caminar a pie en paralelo a la ostentosa litera de su madre, acompañándola en los desplazamientos por las calles de Roma.

A su vez, se apasionaba por los festejos de tal forma que cualquier suceso era la excusa para organizarlos: la aparición de su primera barba dio lugar a la organización de los primeros Juegos de la Juventud. No obstante, esta buena idea derivará en el inicio de la depravación y lo más disoluto que se entronaría intramuros del palacio imperial.

En sus primeros tiempos, otros detalles gratos del nuevo Emperador sorprendían a la gente: sus grandes dispendios al organizar, sin descanso, toda clase de diversiones y espectáculos para los romanos, actuando como “padre bondadoso” que impedía la muerte de los gladiadores que luchaban en el circo (incluidos los prisioneros de guerra y los condenados por la justicia). Además, como se proclamaba artista universal, se empeñó en diseñar las nuevas casas de la ciudad del Tíber, intentando limitar los lujos excesivos de las mismas. A su vez, proyectó prolongar las murallas de Roma hasta el puerto de Ostia.

Sin embargo, a partir de la muerte de su madre, Nerón cambiará rotundamente la dirección de su gobierno: ordenó la ejecución de sus dos maestros, Burro y Séneca, y a otros artistas y literatos (como el poeta Lucano, sobrino de Séneca). Progresivamente instauró una época de delirios y locuras asesinas. No obstante, antes de realizar cualquier conclusión apresurada frente al cambio de política de gobierno, sería conveniente entender que su maestro y el filósofo cordobés, se habían embarcado en una conspiración para eliminar a Nerón y sustituirle por su antiguo preceptor cordobés.

Pero esta razón, no resuelve de manera acabada el motivo del rotundo cambio. Entonces ¿a qué se debió el cambio?

Una posible respuesta sería la influencia del factor hereditario: como se sabe, Nerón pertenecía a la familia Julia-Claudia, una dinastía con representantes tan fuera de lo común en cuanto a patologías mentales como Cayo Julio César, Octavio Augusto o Tiberio.

El primero, había sido un obseso sexual (como denominaríamos hoy), tan volcado en los placeres genésicos que no hacía distingos entre hombres y mujeres, aunque eran éstas, desde las desconocidas hasta las esposas de los senadores, las que corrían más peligro («Encerrad a vuestras mujeres, que viene el calvo!» quedó como frase hecha que avisaba de las razzias del general asesinado por Bruto). En cuanto a Octavio Augusto, primer Emperador romano, siempre tuvo una salud delicada, no aguantando ni el frío ni el calor, era muy bajo de estatura, cojeaba y tenía la piel manchada. Como su padre adoptivo y pariente, se le puede considerar bisexual, y como con Julio César, tampoco las mujeres podían estar muy seguras a su lado. Por fin, Tiberio reunió en su persona todos los desenfrenos y nadie dudaba que estaba poseído por una peligrosa clase de esquizofrenia, cuyos síntomas, por cierto, aparecían agudizados en Calígula. En fin, de la misma familia, con parentescos más o menos cercanos, fueron Germánico, Livia Drusila o su predecesor, Claudio, un emperador considerado como imbécil.

Como se ve anteriormente, de toda esa ascendencia no podía salir nada bueno, y en Nerón parecieron confluir todos los desequilibrios de sus antepasados y familiares. A raíz de ello, empezó a actuar fuera de sí: ordenó matar a Británico, hijo de Claudio y sucesor al trono, que había presenciado la muerte de su padre cuando tenía 12 años, bajo el veneno de Locusta.

Se debe realizar, una consideración en torno a este hecho: Nerón, como premio a la preparación de sus venenos, premió a Locusta con la impunidad, grandes extensiones de tierras y la autorización para que tuviera discípulos en el arte de preparación de líquidos letales. La misma envenenadora falló en una primera ocasión, con su pócima destinada a matar al joven hijo de Claudio. No obstante, luego logró su cometido y a la muerte despiadada de Británico se sumaba la presencia del joven Nerón complacido y risueño, frente a la lentísima agonía de su presunto rival. Él mismo había suministrado la pócima mortal a su odiado enemigo, al que su madre ponía continuamente como ejemplo de joven bondadoso y dedicado al estudio, además de ser ajeno a cualquier ambición de poder. Nerón se ensañó con las personas más próximas a su entorno: las victimas fueron tres mujeres: la primera, su propia progenitora, Julia Agripina, después seguirían sus dos —y sucesivas— esposas: Octavia y Popea.

La necesidad de venganza y rebeldía estaban presentes en la figura de Nerón desde un comienzo: un primer intento de rebeldía surgió ante el odio de Agripina por la liberta Actea, oposición que el Emperador acabó por no digerir dado el apasionamiento para con la ex meretriz. En este sentido, progresivamente fue germinando en su cerebro la idea de desembarazarse de Agripina, convirtiéndose en obsesión cuando tuvo a su lado a su segunda esposa, Popea. El primer intento de acabar con la vida de su progenitora fracasó tras un fallo técnico: se trataba del lecho materno, donde unos operarios habían transformado el techo del dormitorio colocando planchas de plomo que debían caer, al accionar una palanca, sobre la regia durmiente, aplastándola literalmente. Pero la víctima pudo escapar y herida levemente, encerrarse en una de sus villas. El fracaso de aquel intento de asesinato sumió al hijo en una pesadilla continua en la que no lograba ahuyentar un miedo terrorífico, pensando Nerón —y no le faltaba razón— en que, dado el carácter de su madre, podía matarlo a él en venganza por su intento fallido.

Sin embargo, nada detuvo al rencoroso Nerón. Así, transcurridos unos días, volvió a la idea de intentar de nuevo la eliminación de quien le había llevado en su vientre. Habia pensado en un barco trucado para su crimen, en el que iría su madre, que previamente se había dirigido a las fiestas de Minerva cerca de Nápoles. Nuevamente, el dispositivo falló y aunque la barcaza se partió en dos, su madre, que era una gran nadadora, pudo ganar la orilla del golfo de Bayas. Aún más aterrorizado que la vez anterior por este nuevo chasco, ordenó que, de inmediato, mataran definitivamente a aquella mujer que parecía reírse de él desde una aparente inmortalidad. Será un incondicional del Emperador, Aniceto, el que hunda su espada en el vientre de Agripina. A su vez, visitó el cadáver desnudo de su madre y, según Suetonio, lo examinó y acarició durante largo rato. Después, presa de un aparente arrepentimiento, se ocultó de la mirada de todos.

También eliminó a sus dos esposas sucesivas, Octavia y Popea. La primera llevaba una vida oscura y alejada de la vida activa fuera de Roma. Popea –el nuevo capricho del Emperador– exigía a éste compartir el trono para lo que, obviamente, estorbaba la Emperatriz nominal. Loco por Popea, aquella espléndida pelirroja (se la consideraba una de las mujeres más hermosas de Roma), el destino de Octavia estaba escrito. Al principio, Nerón intentó divorciarse de su esposa, pero las razones que exigía la ley no estaban muy claras, por lo que el éxito era dudoso. Entonces se decidió a dar el paso definitivo, aunque eliminarla no iba a ser fácil, pues el pueblo estaba con ella, y las contadas veces que salía por las calles la gente la vitoreaba con el cariño de las masas para con las gentes aparentemente desvalidas. No obstante, Popea seguía apremiando, y Nerón acudió, de nuevo, a los servicios de su incondicional Aniceto, que repitió crimen (antes había matado a Agripina) y ejecutó a la Emperatriz, a quien obligó a abrirse las venas y desangrarse hasta morir.

Octavia encontraría la muerte rápidamente, prácticamente virgen tras su matrimonio, había sido desterrada a la isla de Pandataria, y allí mismo sería sacrificada. Su cadáver fue decapitado, y su cabeza llevada por Aniceto como un trofeo a la victoriosa Popea, que se vanaglorió en el rostro doloroso de aquel despojo. Eliminados los obstáculos, Neron y Popea iniciaron la que parecía ser una etapa de bondades que no tendría fin.

Los dos amantes se entregaron absolutamente a toda clase de fiestas y goces, apurando hasta la última gota el néctar de la felicidad. Sus festejos y sus orgías los llevaban a mostrarse como dos dioses espléndidos para lo cual, era un secreto a voces, Popea y Nerón consumían en cantidades extraordinarias toda clase de cosméticos y perfumes, continuamente gastados e inmediatamente repuestos por atentos proveedores. Sin embargo el reinado de Popea no sería muy largo, y al final, acabaría como sus predecesoras.

Este sentimiento controvertido hacia su nueva esposa se desató tras la muerte del heredero fallido (Augusto), quien moriria con pocos meses. Sin embargo, Popea, volvio a quedar embarazada, lo que volvió loco de contento al Emperador, que sintió renacer los sentimientos paterno-filiales. Pero una noche, tras regresar de uno de sus interminables banquetes a los que asistía desde el mediodía hasta la medianoche, Nerón ebrio, propinó una patada fortísima en el ya abultado vientre de Popea, que le provocó una muerte casi inmediata. Ante estos terribles hechos, se propagaría la idea de que todo había sido la realización de un plan premeditado por él que pretendía eliminar de su vida a Popea, sin embargo, muchos historiadores se inclinan a hablar de accidente fatal con un resultado inesperado y accidental de muerte, tanto del bebé aún dentro de las entrañas de la Emperatriz como la propia madre.

Aquí no se terminaria la larga lista de victimas de segundo orden como, por ejemplo, su tía Lépida, a la que visitó en su lecho, tras desearle una pronta recuperación, ordenó confidencialmente a médico que la purgase definitivamente. A su vez, robó su testamento de forma inmediata, con lo que se apropió de todos sus bienes.

También ordenó matar a una hija de Claudio, Antonia, porque habiendo prometido hacerla su esposa, ella le había rechazado los deseos del Emperador. Aunque en estos casos y en algún otro, el todavía humano Nerón sufriría demás de estos crímenes grandes conflictos de conciencia. No obstante, muy pronto se impondría aquel monstruo que profetizara su padre, que acabará por justificar sus crímenes. Al respecto, Nerón sostenía que había que apurar las «posibilidades del poder», no exilotadas lo suficiente por sus predecesores, en el sentido de imponer su voluntad absoluta sobre el Imperio.

En este sentido, haciendo realidad sus propios enunciados, mandó eliminar a Atico Vestino para juntarse con su viuda Estatilia Mesalina. Incluso, llegando a extremos absurdos, mató a su hijastro Rufo Crispitio porque alguien le dijo que el niño se divertía en sus juegos llamándose «el Emperador», lo que para la mente anormal de Nerón significaba que aquel pequeño le robaría el trono algún día.

Liberado de las ataduras y la presencia familiar, se dedicó a vivir, dando entrada en palacio a un ejércitos de cortesanas y de histriones con los que se dedicaba a organizar grandes fiestas y nuevos juegos para el pueblo y para él mismo. Teniendo en cuenta que se consideraba un gran artista polifacético e inspirado, nadie ponía en duda la autenticidad del arte del Emperador, ¡…y pobre del que lo desdijera!, pues podía acabar como el deslenguado Petronio, el autor de Satiricón. Aunque hay que apuntar que este poeta compaginaba sus creaciones literarias con diversas campañas y conjuras contra el Emperador, había sido un antiguo amigo, cuando ambos eran más jóvenes, lo que le hizo confiarse y acabar por despertar contra él la furia imperial. Nerón ordenó a su antiguo amigo que se suicidara. Muy digno, el desvergonzado escritor reunió en un gran banquete a sus amigos y a un grupo de meretrices. Tras la orgía que siguió al ágape y tras declamarse inspirados versos, Petronio se abrió y cerró varias veces las venas, dando tiempo a que un criado le trajera un preciado vaso que sabía muy deseado por el Emperador y que, de inmediato, hizo añicos contra el suelo. Al poco rato murió.

Entre sus actos de gobierno, el emperador recuperó los juegos y las diversiones para el pueblo de Roma, tras estar prohibidos en la anterior etapa de Tiberio. Se entregó totalmente a las atracciones del circo –no sólo para diversión de la gente sino para el suyo propio– sin evitar, a veces, intervenir él mismo en los diferentes cuadros. Para ello, creó una escuela de gladiadores donde se entrenaban estos luchadores que, después, luchaban en la arena con otros gladiadores o con las fieras.

Se sabe que bajo el mandato de Nerón llegó a contarse con más de 2.000 individuos perfectamente entrenados y preparados. Incluso impuso, de una especie de broma, a sus senadores y nobles, a que de vez en cuando, bajaran ellos mismos a la arena y se pelearan entre sí, igualándolos de esta manera con esclavos y prisioneros, cantera de los gladiadores. Estas bromas terminaron con la vida de 400 senadores y un numero mayor de hombres libres.

Como anteriormente se señaló, el deceso de su madre, trastornó aún más a Nerón, tornándolo desconfiado hasta el paroxismo, quebrando con cualquier limite moral (no distinguía entre amigos o enemigos) mezclando a unos y a otros en una irrealidad nefasta. Por ese entonces se descubrió la llamada conspiración de Cayo Pisón, tan minuciosamente preparada que hasta se fijó el día y el mes para llevarla a cabo: exactamente el 19 d abril del año 65. Con años de retraso, Pisón se vengaba de la humillación que Calígula le infligió el mismo día que celebraba el banquete de su boda con Livia Orestila, la que poseyó cuanto quiso en su palacio. Pero al estar mucha gente al tanto del complot (senadores, miembros de la nobleza, soldados y hasta el preceptor de Nerón, el filósofo Séneca), la noticia de lo que se preparaba llegó a oídos del Emperador, que lo atajó inmediatamente. Los legionarios ocuparon el Templo del Sol (elegido para realizar la venganza) impidiendo que la acción se lleve a cabo. Poco después se iniciaba el juicio contra todos los detenidos, y no sólo contra ellos, sino contra todas las ramificaciones detectadas en compulsivas denuncias que se amontonaban en el Palatino.

Luego de la masacre, el mismo Tácito expresaba que “la ciudad estaba llena de cadáveres”. A su vez, esta conspiración frustrada aumentaría los temores del Emperador, de tal manera que ordenó clausurar el puerto de Ostia y cerrar el curso del río Tíber, para evitar que llegaran los que pretendían acabar con él. Rodeado de los únicos soldados en los que confiaba, los germanos, se encerró en el Palatino y allí se dedicó a toda clase de excesos, como quien presiente que le queda poco de vida. De este modo, decidió abocarse a sus antiguos deseos ocultos, entregándose a todo tipo de prácticas y excesos extremos. Aburrido del amor más o menos habitual, se lanzaría a unas relaciones digamos equívocas, de tal manera que se le conocieron dos amantes: Esporo, un joven bellísimo a quien mandó mutilar sexualmente para así, mientras ser castrado y vestido con las mejores galas femeninas que habían pertenecido a emperatrices anteriores, poder casarse con él públicamente.

Cuando recuperó las ganas de vivir decidió trasladarse a Grecia, ya que Roma había perdido el encanto, ya no era su ciudad. Así, en agosto del año 66 se puso en marcha la gran caravana de artistas que tenían como destino Brindisi y luego Corinto. La corte ambulante que acompañaba a Nerón estaba conformada por cantantes, danzantes, músicos, coristas y hasta modistos. Durante su estadía en Grecia, contrajo matrimonio con el joven Esporo. En este sentido, el “amor desaforado” por este bellísimo joven, tenía su origen en su parecido con Sabina Popea. Cuando el emperador decidió terminar con la vida de su segunda esposa, mandó castrar a Esporo. Luego, ordenó que lo vistieran con túnicas femeninas, y organizó la ceremonia matrimonial. Se llevaron a cabo grandes festejos en diversos lugares de la península helénica en honor de los novios. Nerón, obsesionado por Esporo-Popea, llegó a obligar a su esclavo-esposa a que se sometiera a una intervención, donde los cirujanos debían practicarle una incisión en el sexo que le facilitase, en caso necesario, poder dar a luz a un heredero.

Durante un año de ausencia de Roma, Nerón pudo dar rienda suelta a sus grandes aficiones que, desde su juventud, le tentaban. Sin embargo, en una oportunidad el oráculo de Delfos le advirtió que, en una fecha determinada, su vida corría peligro y le invitaba a que se cuidara. La predicción provocó el retorno inmediato a Roma desatando nuevamente todo tipo de temores. Antes, en otra consulta al oráculo de Apolo de la misma ciudad, interpretó la profecía del mismo —«que se guardara de los 73 años»— como una garantía de que hasta esa edad no moría. No obstante, se trajo de Grecia un nuevo espectáculo inventado por él: las Justas Neronianas, una mezcla lúdica de canto, baile, música, poesía, gimnastas, caballos y oratoria. En realidad se trataba de una especie de espectáculo total que el Emperador instituyó para que se celebrara cada lustro. Él, más espectador que partícipe, sin embargo se reservaba el canto, del que estaba convencido de ser un gran intérprete. Durante sus actuaciones llegó a reclutar a 5.000 plebeyos a los que instruía en la forma de aplaudirle (en tres intensidades), mientras prohibía terminantemente que nadie abandonara sus localidades, de tal forma que allí se produjeron partos, muertes e imprudentes imprecaciones y maldiciones contra el Emperador. En general, el costado artístico del Emperador llamaba la atención del pueblo, ya que sus antecesores habían carecido de igual sensibilidad artística.

Sin embargo, tal sensibilidad en otro orden de cosas brilló por su ausencia. Respecto a esta cuestión, violó a una sacerdotisa llamada Rubria, dando cuenta de que sus prácticas religiosas eran bastante magras y el respeto por las mismas, mínimo. También solía recubrirse con una piel de animal con la cual destrozaba los genitales de hombres y mujeres –previamente atados a postes– en un acto depravado, luego descargaba su libido con su liberto, Dióforo. En esta relación el Emperador tenía un rol femenino, hasta incluso, una vez celebrada la boda, y vestido para la ocasión, en su primer noche de bodas (donde hubo hasta testigos) se presenciaron los gritos y gemidos que reproducía el propio emperador, aludiendo a la condición de “recién casada”.

Ahora bien, como se expresaba al comienzo de este apartado, Nerón sería considerado por los historiadores cristianos como aquel precursor de las persecuciones a los seguidores de las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Sin la insistencia de la literatura y el santoral cristianos, que estimularon la leyenda de la maldad del Emperador con los primeros seguidores de Pedro y Pablo, puede que Nerón fuese uno más de los emperadores. No obstante, fue un hecho innegable el que, bajo el reinado de Nerón, se inició una persecución de la que los historiadores romanos llamarán secta maléfica, por la que murieron muchos de aquellos esclavos —a veces cristiano y esclavo eran una misma cosa— al ser utilizados como cobayas sobre los que la cómplice del Emperador, la envenenadora Locusta, probaba los nuevos venenos que preparaba continuamente bajo la supervisión, y el entusiasmo, del Emperador.

Además, durante su gobierno que se produjo el incendio de Roma en el año 64. Este incendio fue el más conocido de la Historia y puede que el más falsamente narrado, pues parece que el pretendido pirómano no sólo no quiso incendiar la urbe sino que, una vez destruida, se puso a la tarea de levantarla otra vez, pero más monumental y extraordinaria. Comenzó el 18 de julio del año 64, Nerón disfrutaba de su retiro veraniego de Anzio. Durante la noche, el Emperador fue despertado por un correo que le comunicaba el hecho fortuito, Roma ardía tras el inicio de las llamas en las cercanías del circo Máximo. Preocupado por la extensión de las llamas, montó su caballo inmediatamente, y galopó los más de 40 kilómetros que le separaban de Roma hasta avistar el resplandor de la gran hoguera que devoraba la capital del Imperio. Incluso, pensó en la posibilidad de que el fuego llegara a su mansión del Palatino, y consumiera sus amadas obras de arte encerradas en la residencia imperial. Desde un mirador estratégico apreció la gravedad de la catástrofe: más de 500 metros de llamas que se extendían y avanzaban sobre aquella ciudad de más de un millón y cuarto de habitantes.

El incendio duró cinco días, y destruyó 132 villas privadas y cuatro mil casas de vecinos. No se pudo probar el origen ni la realidad del ornamento de la pretendida oda (lira en mano) a la ruina de Roma por parte del Emperador. Tácito dudaba de esta acusación, aunque Suetonio la dio por válida (según este historiador, el recital poético declamado en tan insólita ocasión tenía un título: La toma de Troya), será siglos después cuando los padres de la Iglesia achaquen al Emperador un incendio que, a su vez, Nerón había cargado en la cuenta de los entonces subversivos adoradores de Jesús.

El emperador llevó a cabo una política tendiente a contrarrestar los daños ocasionados por la catástofre. En este sentido, mandaría levantar muchas barracas para alojar a los damnificados por las llamas e, incluso, en un primer momento abrió las puertas y jardines de sus palacios para acoger a los que lo habían perdido todo. Además, importó rápidamente provisiones y abarató por un tiempo las existencias. Pretendía reconstruir totalmente la ciudad eliminando la madera en el levantamiento de las nuevas casas y apostando, por el contrario, por la piedra. Sin embargo, empezó la reconstrucción por sus propias estancias, pues aprovechando los solares nacidos del desastre, empezó la construcción de su nuevo palacio llamado Domus Aurea, un despilfarro de columnas marmóreas, jardines lujosos, hermosas fuentes y atractivos lagos artificiales.

Nerón en poco tiempo se vio asediado por los rumores y las criticas severas a su gobierno: sumado a ello, historiadores benevolentes como Tácito, Suetonio o lion (que vivieron después y nunca llegaron a conocerle), pertenecían a otros reinados (con emperadores de otras dinastías diferentes a la de los Claudios). Entonces llamó a la única mujer que, corno él, vagaba por las estancias palaciegas, la envenenadora Locusta, a la que le suplicó que le preparara una fuerte tintura biliosa que guardó en una cajita dorada. Cada vez más enloquecido, pensó en huir a Egipto, donde creyó que no le encontrarían los soldados del general Galba. El sublevado y nuevo gobernante de facto había advertido que no quería ser nombrado con el título de Emperador —tan desprestigiado como estaba—, conformándose—dijo— con ser el general del pueblo romano.

Pronto llegaría el final. Ante el hecho de que no tenia a nadie a quien comunicarle sus planes de huida, decide comentárselo a su criado Faonte, quien le propone que se esconda en su casa, en una gruta ubicada en la quinta de aquel humilde liberto. Nerón accede acompañado de algunos incondicionales, aunque al llegar a un campo, intenta suicidarse con un puñal sin éxito. Ante el fracaso del suicidio, Nerón llamó en su ayuda a su secretario y escudero, Epafrodito, para que impulsara su brazo con la fuerza capaz de producirle la muerte, orden que fue cumplida al instante. Antes de expirar, el Emperador aún tuvo humor para afirmar: «iQué gran artista pierde el mundo!» para, inmediatamente, concluir con esta pregunta: «Les ésta nuestra felicidad?». Los ojos brillantes del cadáver de Nerón, aun aterrorizaban a los que le rodeaban. Su cuerpo fue envuelto en un manto blanco recamado en oro. Los gastos del sepelio lo pagaron sus dos nodrizas, Egloga y Alejandria, y su humilde ex amante (puede que fuese a la única que amó), la corintia Actea.

Con el permiso de Galba, la humilde y dulce Actea, tuvo acceso al ilustre muerto. Así, lo desnudó, lo lavó y lo envolvió en aquel manto blanco bordado en oro que Nerón llevaba puesto. Trasladado el cadáver a Roma, ordenó hacerle unos discretos funerales. Después, llevó los restos hasta el monumento a Domiciano, en la colina de los Jardines, lugar elegido por Nerón para la construcción de una tumba de pórfido y mármoles. Luego de prepararlo en su camino a la eternidad, permaneció una jornada completa estática y muda ante la tumba. Al caer la noche, descendió de la colina y, sin volver la cabeza, continuó su camino hacia el valle Egeria.

Se estima que los anhelos de inmortalidad a través del tiempo, tuvieron dos ejemplos: su deseo de llamar al mes de abril Neroniano, y su idea de darle a Roma un nuevo nombre que la proyectara sobre los tiempos futuros: Nerópolis. Al morir, cumplía 32 años de edad y 14 de reinado, tanto contemporáneos y futuros historiadores se ensañarían con su reinado. Sin embargo, el pueblo romano se negaba a aceptar la desaparición de Nerón, esperando su regreso. Esta situación un tanto extraña no se repitió con sus predecesores. Se rumoreaba que en realidad había desembarcado en Ostia y, después, había emprendido viaje a Siria. Desde allí, decían, Nerón volvería a recuperar su trono y a gobernar el Imperio.

Estos rumores no perdieron vigencia dentro de las creencias del pueblo romano. Al contrario, con el paso del tiempo se fortalecieron. Así, quince años después de su muerte manos anónimas seguían adornando la tumba de Nerón, mientras otros recitaban ante el mausoleo imperial proclamas y versos del extinto. Incluso pasadas dos décadas, un hombre que aseguraba ser el César se pudo ver en la zona de Partos, siendo acogido por los naturales como el auténtico Nerón, y poniéndose a sus órdenes.

En fin, la vida de Nerón también se vería recreada en las producciones cinematográficas: en 1906, se realiza la primer película alusiva, titulada “Nerón quemando Roma”, otro film de origen italiano fue “Nerón y Agripina” , finalmente Alessandro Blasetti en 1930 plasmaria la vida del emperador en “Nerón”. En todos ellos el papel del Emperador fue un regalo para los actores. Pero donde esto se evidenciaría extraordinariamente, hasta el punto de identificar a un actor con su personaje, fue en la película norteamericana Quo Vadis (Mervyn Le Roy), en una buscada sobreactuación a cargo del actor Peter Ustinov, que desde ese momento (1951) será «Nerón», y no el señor Ustinov.

Nerón y Los primeros Cristianos
Nerón [. . .] comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos. El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilatos, procurador de la Judea; y aunque por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición, tornaba otra vez a reverdecer no solamente en Judea, origen de este mal, pero también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas atroces y vergonzosas que hay en las demás partes. Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por indicios de aquéllos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por haberles convencido de general aborrecimiento a la humana generación. Añadiose a la justicia que se hizo de éstos la burla y escarnio con que se les daba la muerte […] Y así, aunque culpables éstos y merecedores del último suplicio, movían con todo eso a compasión y lástima grande, como personas a quien se quitaba tan miserablemente la vida, no por provecho público, sino para satisfacer a la crueldad de uno solo.