domingo, 24 de septiembre de 2017

Numancia, el símbolo de la resistencia


Fue su profesor y luego su compañero en la batalla. El general más preciado de Roma, Escipión, conquistó Cartago para el Imperio ante la mirada del sabio Polibio y dan por seguro que este también estuvo en Numancia, en el 133 a. C. El primer historiador que intentó explicar el éxito romano en la cuenca mediterránea cimentó las fuentes clásicas del mítico asedio. Desde entonces hasta hoy, el suelo de Numancia es revisitado periódicamente para explicar lo que no dicen esas crónicas, para escuchar la voz de los celtíberos ajenos al relato oficial, para entender el magnetismo de esa singular resistencia. Con motivo del 2150 aniversario de la victoria imperial, la Junta publica ‘Numancia eterna, la memoria de un símbolo’, libro que recoge los últimos estudios sobre la excavación coordinada por Alfredo Jimeno, responsable del Plan Director del yacimiento desde hace 20 años.

Hacer entendible al visitante aquel solar hoyado fue la encomienda que recibió Jimeno de Eloísa García de Wattenberg, entonces responsable de la Dirección General de Patrimonio. «Abrir el yacimiento al público era el objetivo del Plan Director. Intentamos cambiar los planteamientos anteriores para que Numancia se conociera. Al ser un yacimiento plano, decidimos reconstruir una vivienda romana y otra celtibérica del año 133 a. C. que permitiera ver las diferencias», explica Jimeno, catedrático de Prehistoria de la Universidad Complutense.

Cultura celta extinguida
Lo que encuentra hoy el curioso que acude a Numancia es una exposición de esa población cuyo suelo guarda reminiscencias de dos ciudades romanas y una celtibérica. Estuvo protegida por una muralla con cuatro puertas, orientadas a los puntos cardinales, y dos torres cuadradas de madera. El material de la necrópolis es el más elocuente sobre la vida de los indígenas. Cada año se excavan nuevas ‘manzanas’ de la ciudad.

«En esta campaña hemos podido documentar la manzana 23 y estamos ya en la 24. Nuestro reto, lo que aún no hemos solucionado, es la urbanística. Conocemos las manzanas, las casas y sus medianas, pero no las fachadas. Tenemos ejemplos que sugieren que fueron escalonadas para protegerse del viento. No podemos pensar en calles como en la época romana. Intentamos ver la relación urbanística, parece que dejan espacios en forma de rombos en el interior donde la gente podría compartir las actividades», explica el director de esta excavación infinita que sigue arrojando información de las ciudades superpuestas que allí se desarrollaron. «La más antigua es la derrotada por Escipión, en 133 a. C. y sobre la celtíbera se establece la romana de las guerras sertorianas».

El paisaje que encuentran las tropas romanas se compone de «zonas lagunares y frondosos bosques» que dificultan el cerco de Escipión además de la dureza del clima, reseñada en las crónicas, según apuntan Raquel Liceras y SergioQuintero, en su artículo del libro editado por la Consejería de Cultura. Numancia, como Osma o Tiermes, es un emplazamiento urbano celtíbero del Alto Duero, definido en el III a. C. Los romanos avanzan bordeando el Sistema Ibérico y Central donde se desarrollan las guerras celtibéricas (desde 153 a. C.).

Numancia se ve envuelta en el conflicto por prestar ayuda a Segeda. Durante 20 años las tropas de Fulvio Nobilior, ayudado hasta con refuerzos norteafricanos elefantes desorientados incluidos, intentó conquistarla. No sería hasta 134 a. C. cuando llegó Escipión con más de 50.000 efectivos, estableció un cerco de siete campamentos y fue cortando el avituallamiento hasta asfixiar a la población. De los 4.000 habitantes que quedaban, todos prefirieron suicidarse a caer en manos romanas con la excepción de 22 que pasaron a ser esclavos. De la resistencia de esos hombres que llevaban a gala perder la vida en la contienda, nunca rendirse emerge el mito numantino. «Ha sido usado como símbolo por todas las ideologías», sentencia Jimeno. «Me gusta porque ha volado por encima de la arqueología. Numancia aparece en las fuentes antiguas con más de 300 citas. Desde entonces siempre es ejemplo de búsqueda de valores, diferenciados según el momento, por la cristiandad, para apoyar la idea imperial de los Austrias (Cervantes escribió su ‘Numancia’), para incentivar los ánimos heroicos en todos los bandos o como ideal romántico en la lucha por las libertades».

Esa gesta no se entiende, según Martín Almagro Gorbea, «sin sus elites ecuestres». Los caballos don motivos decorativos en fíbulas, empuñaduras, hebillas. «El caballero, como cúspide de la sociedad, controlaba la organización clientelar jerarquizada».

Tras la extinción de esa Numancia, los romanos permitieron que se establecieran dos tribus celtíberas; arévacos (en Numancia) y pelendones (en la Sierra Norte). Los celtas de Iberia no llegan a mantener una unidad tan fuerte como en el resto de Europa, no hay vestigios de su lenguaje por ejemplo. De sus dioses, costumbres, enterramientos y creencias hablan las cerámicas. «El hallazgo de la necrópolis nos proporcionó un conjunto de materiales que permitía discernir la clase social del enterrado, los adornos vinculados a hombres y mujeres, llegamos a conocer hasta la diferente alimentación. Los hombres comían más cereal y la mujeres, más frutos silvestres». Con los Flavios Numancia vive su segunda ciudad romana. «Augusto necesita conectar Zaragoza con Astorga durante las Guerras Cántabras por la vía 27. Permite que los indígenas pueblen Numancia para que ayuden a los legionarios romanos.Las calles numantinas tienen piedras pasaderas, pero con Vespasiano se generaliza la urbanización romana: se incorporan elementos típicos como una curia, dos termas para hombres y mujeres, un templo, y hasta la base de un arco honorífico antes de llegar a la puerta de la ciudad», explica Jimeno.

Junto con esa lección pétrea de la historia romana, la modesta y expresiva cerámica celtibérica. «Nos permite asomarnos al mundo indígena. Las cerámicas recogen la vestimenta del hombre y la mujer, el armamento, los ritos funerarios», concluye Jimeno. Entre estos últimos, el de dejar los cadáveres de los guerreros en el campo de batalla para que los buitres comieran su carne y permitieran que el espíritu se elevase por encima de cierzos y penalidades humanas.