miércoles, 3 de mayo de 2017

EL País:Ulises, el héroe embustero


La literatura occidental arranca con dos composiciones —la Ilíada y la Odisea— que abordan el mito griego por excelencia: el de la guerra de Troya. La ciudad que, tras una década de asedio por parte de una alianza de guerreros griegos, sucumbió ante el engaño del proverbial caballo de madera. En el mundo heroico de duelos singulares y de brutales choques cuerpo a cuerpo descrito por Homero, también hay espacio para movimientos más oblicuos, como la mentira (pseudos) y el engaño (apate). Estos recursos abocan a la lethe, palabra que en principio significa “olvido” pero que también indica un fallo en la percepción de algo y forma parte del término que los griegos usaban para “verdad”: aletheia, es decir, la no-lethe o ausencia de cosas ocultas.

Es la falta de conciencia de que en el vientre del caballo de madera se encontraba un destacamento de feroces guerreros griegos lo que selló el destino de la ciudad de Troya, y de este modo tal engaño —una acción desesperada llevada a cabo cuando todo esfuerzo bélico se había demostrado infructuoso— pasó a ser celebrado como la más colosal estratagema de la literatura. Pero mientras que en nuestra visión de los códigos heroicos no es difícil encajar la apate, resulta llamativo observar que en los poemas homéricos sus personajes recurren decididamente al pseudos cuando es preciso.

Desde el comienzo de la Ilíada, tanto Zeus como Agamenón, caudillo de las fuerzas griegas, no dudan en poner en marcha los resortes de la mentira: tras años de infructuoso combate, el héroe Aquiles se ha retirado de la contienda debido a una ofensa de Agamenón, por lo que ruega a Zeus vengue la afrenta. Decidido a honrar al héroe, Zeus planea llevar al desastre al ejército griego y con este propósito envía a Agamenón un sueño en el que le empuja a entrar en combate: los dioses están de su parte —miente el dios— y “ha llegado el momento de tomar la ciudad de los troyanos”. Aunque la falacia de Zeus ha surtido el efecto deseado en la plana mayor de los griegos, con Aquiles ausente, la idea de lanzar un ataque se antoja suicida, por lo que Agamenón recurre también al embuste con la intención de obtener una respuesta positiva por parte de sus combatientes: “Zeus nos ordena la vuelta; vergonzoso será que los hombres venideros sepan que nuestro ejército se retiró sin siquiera vislumbrar el fin de Troya”. Sin embargo, el deseo de vuelta de los griegos arruina los planes de Agamenón y sólo la intervención del astuto Ulises pone freno a la desbandada.

Frente al resto de héroes, definidos por sus virtudes guerreras y su capacidad de combate, Ulises es caracterizado por sus cualidades internas, destacando sobre todo su metis (“sagacidad” o “inteligencia práctica”), motivo por el cual es el hombre indicado para todo tipo de misiones delicadas, como embajadas, labores de espionaje o emboscadas. Así pues, con la derrota merodeando por el campamento griego, es a él a quien encomiendan la tarea de traer a Aquiles de vuelta a la batalla. En presencia del colérico héroe, Ulises despliega con destreza una batería de argumentos que, uno tras otro, se estrellan contra la voluntad inquebrantable del guerrero; entonces Ulises, que se reserva un último as en la manga, recurre a la mentira: el príncipe troyano Héctor, el más fiero de sus enemigos, proclama orgullosamente que no existe griego capaz de igualarse a él en el combate. La respuesta de Aquiles es tan franca como su determinación de no volver al combate y como el desprecio que muestra hacia Ulises con estas palabras: “Aquel que esconde una cosa en sus entrañas pero dice otra me resulta tan aborrecible como las puertas del Hades”. La mentira, la ocultación y el engaño no forman parte del código del viejo héroe que Aquiles representa, pero lo cierto es que serán esas cualidades las que acaben derribando las murallas de Troya, cuando Aquiles tan solo sea una sombra más en el infierno que tanto aborrece.

La metis griega abarca aspectos tan contradictorios para nosotros como lo verdadero y lo falso, y es la vertiente engañosa de su inteligencia la que hace que por los recovecos de la tradición mítica se haya proyectado una luz negativa sobre Ulises; una luz que a veces se complace en iluminar sus trampas y actitudes menos heroicas. Esa corriente contraria se plasmó principalmente en las obras de los autores trágicos, como en las de Sófocles Filoctetes (que gira en torno al arquero abandonado en una isla a causa de la fetidez provocada por la mordedura de una víbora) o Áyax (el héroe que se suicida al no soportar que no le concedan las armas del fallecido Aquiles), donde el personaje de Ulises aparece perfilado bajo las trazas de un villano.

Sin embargo, en la épica homérica la ambigüedad y sagacidad de sus acciones aparecen amparadas bajo la sombra de dos magníficos dioses. Por un lado Hermes, el dios cuyas primeras palabras al nacer fueron: “Padre Zeus, te seré franco, ya que no sé mentir”; lo que era falso. Por otro, la inteligente diosa Atenea, quien celebra y declara compartir con Ulises sus recursos mentales cuando el héroe se presenta ante él fingiendo ser otro: “Embaucador y maestro de engaños. ¿Es que no puedes prescindir de las mentiras que te son tan queridas? Ambos sabemos muchas argucias. Tú entre los humanos eres el mejor en ingenio y palabras, y yo entre los dioses tengo fama por mi astucia y mis mañas”. Oportunamente, Ulises fingía ser cretense, lo que para los antiguos griegos era sinónimo de embustero, tal y como ha quedado cristalizado en la célebre paradoja lógica del sabio cretense que afirmaba que todos los cretenses mentían.

Ulises comparte además con Hermes y Atenea —así lo ha señalado Pietro Citati en su magnífico Ulises y la Odisea. El pensamiento iridiscente— un reino al que cualquier otro héroe épico es ajeno: el del artesanado. El artesano sopesa cada elemento, lo maneja y lo trabaja con técnica cuidadosa con el propósito de fabricar algo que no existe en la naturaleza. Con la minuciosidad del artesano Ulises ha construido, por ejemplo, el lecho que permanece clavado a la tierra en su palacio o la balsa con la que ha surcado en solitario las olas de un mar enemigo, pero sobre todo ha fabricado las dos obras maestras que desafían la aletheia: el caballo de Troya; y los fabulosos relatos de cíclopes, sirenas y diosas solitarias que el rey de Ítaca narra en los versos de la Odisea.