Tartesos sigue envuelto en las brumas
del misterio. Por más que la ciencia se revuelva y pelee enconadamente por
iluminar con datos aquella civilización prerromana del suroeste de la península
Ibérica, no termina de escapar de la leyenda de Hércules y su décimo trabajo
entre personajes fantásticos en los confines del mundo conocido; o de la
historia de aquel sabio inusitadamente longevo Argantonio rey de una tierra de
inagotables riquezas. “La base de todo sigue siendo textual”, resume el
catedrático de la Carlos III Jaime Alvar, uno de los grandes expertos en la
materia, porque “la arqueología ha sido muy avara”.
Es decir, que los textos de origen
grecolatino —de Heródoto y Estrabón a Avieno— son los que continúan sujetando
los pilares del núcleo de Tartesos, una cultura ubicada tradicionalmente en la
primera mitad del primer milenio antes de Cristo en torno a lo que hoy es
Huelva, Sevilla ,una parte de Córdoba y Cádiz. Existen muy pocos restos de
envergadura ,probablemente porque están enterrados bajo capas turdetanas,
latinas, medievales… Y los edificios más importantes que se han conocido hasta
ahora son periféricos tanto en el espacio (por ejemplo, en Málaga o Badajoz,
donde una excavación sacó a la luz en abril un edificio tartesio único en el
Mediterráneo occidental)como en el tiempo (o muy al principio o muy al final
del periodo propiamente tartesio).
No fue fácil, confiesa Alvar, porque aunque la ciencia se mueva sobre bases más sólidas, la escasez arqueológica también provoca enconados enfrentamientos académicos. No obstante, lograron acordar, por ejemplo, que se trata “de una cultura del suroeste peninsular, confluyente con la presencia colonial fenicia, hechos que eclosionan en la brillantez y riqueza a las que aluden las fuentes literarias griegas con el nombre de Tartesos y, tal vez, alguna mención en las bíblicas”. Que “su desarrollo histórico” se remonta al siglo IX antes de Cristo y experimenta “una amplia evolución en las centurias siguientes,
fundamentalmente en los siglos VIII,
VII antes de Cristo”. Se dio, además, por superada la idea de un territorio
políticamente unificado bajo una monarquía hereditaria (se habla de núcleos de
poder al modo de ciudades-Estado) y también la de un final vinculado a una
guerra perdida con los cartagineses (en este caso, se trataría de un declive
económico de origen, eso sí, incierto).
Aún queda mucho por excavar y por interpretar en el Turuñuelo, un yacimiento dirigido por los arqueólogos del CSIC Sebastián Celestino y Esther Rodríguez dentro de un proyecto más amplio que tiene, entre otros, el ambicioso objetivo de “interpretar la sociedad tartesia a través de la arqueología y la arquitectura” del Valle Medio del Guadiana. Pero lo descubierto hasta ahora ya apunta a que los conocimientos llegados del oriente mediterráneo aplicados en ese contexto diferente (con los materiales y las necesidades del entorno) daban resultados nuevos y distintos. Algo muy parecido a lo que señala en el otro extremo de la periferia tartesia, en Manilva (Málaga), y a varios siglos de distancia, el yacimiento de los Castillejos de Alcorrín.
Se trata de un fugaz asentamiento protourbano amurallado (levantado a finales del siglo IX antes de Cristo, se abandonó a principios del VIII) donde se produjo uno de los primeros encuentros documentados entre los fenicios y los pueblos indígenas, lo que lo convierte en un espacio privilegiado para describir ese proceso de hibridación o yuxtaposición que habría configurado Tartesos. Es una zona urbana rodeada por una imponente muralla (de entre dos y cinco metros de grosor) donde convivieron y se mezclaron claramente elementos locales y foráneos tanto en la arquitectura como en las cerámicas y las técnicas de transformación del hierro.
La especialista Dirce Marzoli, del Instituto Arqueológico Alemán, que dirige los trabajos junto a colegas de la Complutense, no se atreve a hablar en este caso de ciudad-Estado; se queda en un “centro de poder centralizado”. Un centro que controlaría una zona muy importante, pues no solamente fue capaz de planificar semejante obra, sino que tenía autoridad para movilizar la ingente cantidad de trabajadores necesarios (incluidos especialistas como arquitectos) para llevarla a cabo.
Así, mientras se sigue excavando en el Turuñuelo y se prepara la siguiente campaña de Alcorrín, los estudiosos esperan como agua de mayo, después de casi cuatro décadas de trabajo, la publicación de los resultados definitivos sobre el yacimiento del castillo de Doña Blanca, en la provincia de Cádiz. Un asentamiento amurallado que se ocupó entre los siglos VIII y III antes de Cristo, que pudo ser el núcleo de un gran centro de poder (que incluiría Gadir, la ciudad de Cádiz) y que es “clave para el estudio de los fenicios de occidente”, según el profesor de la Universidad de Cádiz y director de las excavaciones, Diego Ruiz Mata. El investigador, que asegura que ya está preparando siete volúmenes con los resultados de sus trabajos, habla de un entorno rico gracias a los metales, el vino, el aceite y los salazones, y de una sociedad que fue pasando poco a poco de lo tribal a lo jerarquizado. Ruiz Mata insiste además en que el declive de la Tartesos nuclear en torno al siglo VI no se percibe allí. “Hay un cambio, pero no una crisis”.
Sin duda, esta publicación dará muchas respuestas, pero también abrirá más interrogantes y alimentará nuevas y enconadas polémicas. Lo habitual. De hecho, hay pocas cosas en las que se pongan de acuerdo todos los especialistas. Una es la necesidad de dejar atrás el territorio de lo legendario para que Tartesos “se convierta definitivamente en una propiedad colectiva”, dice el manifiesto de 2011. Otra es la función social de su trabajo. “La arqueología es muy cara, pero contribuye de forma extraordinaria a la construcción cultural de un país”, remata Alvar.