miércoles, 19 de agosto de 2015
ABC:Pompeyo,el "adolescente carnicero" que quiso ser el Alejandro Magno romano
Cuando Julio César decidió cruzar el río Rubicón desafiando al Senado y dando inicio a la Segunda Guerra Civil de Roma, Cneo Pompeyo se puso al frente del bando de los optimates, proclamados centinelas de las viejas esencias de la República. La guerra terminó con la cabeza de Pompeyo –un brillante estratega en su juventud, que nada pudo hacer contra los nuevos vientos de la historia– arrojada a los pies del dictador romano, quien contrariado reclamó un funeral honroso para el que fue su más distinguido rival. No en vano, la suya quedó como la historia de un romano tradicional que pereció frente a la poca convencional trayectoria de Julio César. Nada más lejos de la realidad. La carrera de Pompeyo Magno, llamado el adulescentulus carnifex (el «adolescente carnicero») por su brutalidad en los tiempos de la represión iniciada por Cornelio Sila, no tuvo nada de ortodoxa hasta que precisamente alcanzó la vejez.
En muchos aspectos, la carrera de Pompeyo constituyó un vuelco radical en el camino político que se esperaba de un romano en su ascenso social. Como Adrian Goldsworthy relata en su libro «Grandes generales del Ejército romano» (Ariel, 2005), con solo 23 años Pompeyo reclutó un ejército privado usando su fortuna familiar para participar en la Guerra Civil del año 88 a.C, que enfrentó a Cornelio Sila contra Cayo Mario. Se trataba de algo fuera de lo común al carecer de autoridad legal, pero Sila le dio legitimidad al estar necesitado de tropas y al vislumbrar el encanto natural del joven. Aunque el padre de Pompeyo no era un hombre nuevo ni carismático, pero sí enormemente rico, el papel político de su familia había sido poco destacado hasta entonces y prácticamente se limitaba a su participación en la Guerra Social que encumbró a Sila como héroe de la República, despertando la hostilidad abierta de Mario.
Fue en la guerra entre ambos caudillos romanos cuando el ejército de Cneo Pompeyo cobró poco a poco protagonismo a base de pequeñas victorias, entre las que destacó una gesta individual del joven romano que descabalgó y mató con sus manos a un jefe de una compañía de jinetes galos al servicio del bando de Mario. Al reunirse finalmente con Sila, el viejo romano desmontó de su caballo y recibió con grandes gestos de amistad a Pompeyo, al que llamó imperator (apelativo reservado a los comandantes victoriosos) y lo situó como su principal consejero.
El joven verdugo de Cornelio Sila
Ambos consiguieron encadenar una serie de victorias que terminaron con la ocupación de Roma y la proclamación de Sila como dictator rei publicae constituendae («dictador para el restablecimiento de la República), sin limitación de tiempo alguno. Como hizo Mario años atrás, el nuevo régimen aplicó una sangrienta represión política que incluía una amplia lista de proscritos clavada en el Foro. Quien aparecía en esta lista debía perder todos sus derechos como romano y morir, siendo perfectamente legal que fuera a través de un método violento. Las cabezas de cientos de proscritos terminaron decorando las paredes del Foro y sus bienes pasaron a ser propiedad de Sila y del Tesoro, que, sin embargo, se mostró muy generoso en el reparto con sus seguidores. Entre estos beneficiados se encontraba Cneo Pompeyo, conocido entonces como el adulescentulus carnifex (el «adolescente carnicero»), o «el joven verdugo», por recrearse en exceso en la persecución y tortura de los senadores señalados en la lista.
Aunque la Guerra Civil había terminado con la toma de Roma, algunos de los generales del fallecido Mario se negaron a entregarse y continuaron la lucha en las provincias periféricas. Durante la campaña que Pompeyo acometió con éxito en Sicilia contra el rebelde Perperna, recibió por primera vez un título oficial, dado que el Senado le entregó el imperium de propretor. Ejerciendo este cargo se produjo un amago de levantamiento en Sicilia, donde las tropas de Pompeyo se ofrecieron a acompañarle a Roma a derrocar a Sila por lo que consideraban una serie de muestras de ingratitud hacia el general que tanto había regalado al dictador. Sin embargo, Pompeyo se mostró leal al dictador y cuando regresó a Roma le fue concedido el título de Magno («el Grande»), lo cual alimentó aún más las comparaciones con el general macedonio Alejandro Magno, y, tras mostrarse Sila inicialmente reticente, le concedió un triunfo. Nadie antes lo había celebrado en una edad tan temprana y, quizás por influencia de su inmadurez, Pompeyo se empeñó en que quería hacerlo en un carruaje tirado por elefantes. Desistió al descubrir que la estrechez de una parte del itinerario impedía el uso de estos animales.
A continuación, Pompeyo Magno se negó a aceptar el cargo de senador que Sila le ofreció y, en cambio, prefirió seguir su carrera al margen del cursus tradicional, el cual estipulaba restricciones de edad en función del cargo. Por el contrario, decidió casarse con la hijastra de Sila, lo cual supuso un trágico golpe para su primera mujer Antistia –que había perdido a su padre en la guerra civil asesinado por casarse con Pompeyo– y dio un impulso a su carrera política. Al fallecimiento de Sila, Pompeyo se aseguró de que el cadáver de su suegro recibiera los debidos honores y no se produjeran disturbios, aunque no pudo evitar que el excónsul Lépido se levantara contra el Senado. Así y todo, el hombre que siempre se había resistido a seguir una carrera convencional respondió a la llamada de auxilio del Senado y se encargó de derrotar a Lépido.
Algunos de los partidarios de Lépido se refugiaron en Hispania, donde Quinto Sertorio –discípulo de Cayo Mario– seguía resistiendo desde los tiempos de la Guerra Civil sin que ninguno de los generales de Sila pudiera hacer nada para evitarlo. Hábil político, Sertorio instituyó un Senado local y conservó las formas de gobierno romanas, titulándose únicamente procónsul. Así se ganó la adhesión de los pueblos de las Hispanias y se convirtió en un rival militar solo a la altura de Pompeyo Magno. El discípulo de Mario contra el de Sila. Frente a la negativa de los dos cónsules designados a ir a Hispania, Pompeyo, de 28 años, fue nombrado pro consulibus (enviado «en lugar de ambos cónsules») y destinado a la provincia más occidental de la República. Pese a que en los primeros encuentros Sertorio dio severos correctivos a su joven rival, poco a poco fue perdiendo terreno y quedó sumido en una guerra de desgaste que no podía ganar. El general exiliado no estaba perdiendo la guerra pero ya era evidente que jamás podría ganarla. Una afición desmesurada por el vino y un humor depresivo fueron brotando en Sertorio. En el año 72, Perperna, mano derecha de Sertorio, organizó un banquete donde el general y su guardia fueron emborrachados y posteriormente asesinados. Perperna quiso continuar la guerra, pero Pompeyo no tardó más que un instante en derrotarlo.
Siempre presente para robar la gloria final
De regreso una vez más victorioso a Roma, Pompeyo se adueñó injustamente de la mayor parte de la gloria de la victoria de Craso en la rebelión de los esclavos. En el año 73, un grupo de ochenta gladiadores encabezados por un esclavo tracio llamado Espartaco, escapó de una escuela de gladiadores en Capua y se refugió a las faldas de el Vesubio, donde pronto levantó a miles de esclavos en favor de su causa. Frente al genio militar de Espartaco, que convirtió la maraña de esclavos de distintas tribus en un ejército unido capaz de destrozar a dos ejércitos consulares, el Senado encargó a Marco Licinio Craso que se hiciera cargo de la campaña.
Craso era uno de los hombres que se habían alineado con Sila durante la Guerra Civil y cuya máxima cualidad, más allá de sus rígidos, casi crueles, métodos para mantener la disciplina, era su monstruosa fortuna tallada a golpe de apropiación de los bienes de proscritos. Sea como fuere, Craso venció a Espartaco, que fue reducido cuando se dirigía a matar al cónsul romano, y capturó a 6.000 esclavos, que hizo crucificar por intervalos a lo largo de la Vía Apia. Pompeyo utilizó el hecho de que había derrotado a un par de miles de esclavos durante la huida para adueñarse de la victoria. Craso solo pudo celebrar una ovación por su papel en la rebelión, mientras Pompeyo incluyó la campaña contra los esclavos en las celebraciones de su segundo triunfo, concedido sobre todo por sus méritos en Hispania.
Ya como cónsul, Pompeyo se puso como objetivo terminar con la piratería que azotaba el Mediterráneo y que vivía su edad de oro con la convulsión de Roma. Los piratas asaltaban impunemente embarcaciones y muchas ciudades de las costas de Grecia y Asia hasta las de Italia y España. Entre otros ilustres patricios que fueron secuestrados por los piratas, destaca un Julio César adolescente que pasó 38 días cautivo. Es por esta razón que Pompeyo fue nombrado comandante de una fuerza naval extraordinaria para lanzar una campaña contra los piratas con poderes que se extendían por todo el Mediterráneo y hasta 50 millas tierra adentro. En un alarde logístico, el Alejandro Magno romano dividió el Mediterráneo en trece regiones separadas, cada una bajo el mando de uno de sus legados, y en cuarenta días expulsó a los piratas del Mediterráneo occidental. Las fuerzas de Pompeyo barrieron poco a poco a los piratas del Mediterráneo en lo que supuso una de las mayores demostraciones militares de capacidad organizativa en la Antigüedad.
En 74 a. C, Pompeyo –siempre tentado a emular a Alejandro Magno– aprovechó el estallido de la Tercera Guerra Mitridática, entre el Ponto, dirigido por su rey Mitrídates VI, y Roma, para reclamar también un mando extraordinario sobre el Mediterráneo Oriental. El hecho de que la guerra ya se encontrara en un fase avanzada –favorable a los intereses romanos–, como ocurriera con la rebelión de Espartaco, hizo que muchos vieran en la irrupción de Pompeyo un nuevo intento por llevarse las glorias de otros, en este caso a costa de Lucio Licinio Lúculo, un estratega de excepcional talento pero que fue incapaz en ningún momento de ganarse la estima de sus soldados.
Con los fondos y la libertad que el Senado negó a Lúculo durante años, el Alejandro Magno romano venció fácilmente a Mitrídates y lo forzó a internarse en el corazón de Cólquide (en la actual Georgia). Sin descuidar la persecución del rey huido, Pompeyo desplazó sus intereses hacia Tigranes y Armenia, donde obligó al rey Trigranes a pagar su apoyo a Mitrídates con un durísimo tratado en favor de Roma. Su siguiente paso le llevó al reino del soberano Oroeses de Albania, en cuya batalla más decisiva se afirma que Pompeyo luchó en combate singular contra el mismísimo hermano del rey, al que mató siguiendo la mejor tradición de Alejandro Magno. También Oroeses tuvo que aceptar las duras condiciones de Roma. En esa misma campaña, Magno todavía encontraría tiempo para intervenir en la guerra civil que estalló en el reino asmoneo de Jerusalén. Después de tres meses de asedio, Pompeyo conquistó la emblemática ciudas de Jerusalén.
En el apogeo de su gloria, Pompeyo volvió a Roma a celebrar su tercer triunfo en el año 61 a. C., en su 45 cumpleaños. Con parte del mastodóntico botín acumulado durante años, el veterano romano financió la construcción del primer teatro de piedra de Roma, un complejo de un tamaño superior a todos los monumentos triunfales hasta entonces conocidos en la ciudad. Y aunque se encontraba en su momento cumbre, durante su ausencia habían surgido nuevos poderes emergentes en Roma que le obligaron a ceder terreno ante un viejo rival, Craso, y su joven protegido, Julio César. Sin embargo, en algún momento de ese mismo año, Pompeyo formó una alianza política secreta con ambos. Para estrechar estos lazos, contrajo matrimonio con la hija de Julio César y, a pesar de la diferencia de edad, fueron extremadamente felices hasta la prematura muerte de ella. De hecho, la alianza fue muy lucrativa para los tres, pero cuando falleció Craso en una demencial e innecesaria campaña contra los partos Julio César y Pompeyo comenzaron un distanciamiento que acabó enfrentándolos en una nueva guerra civil.
Pese a que el veterano romano alardeó de que solo haría falta que diera una patada en el suelo para que brotaran legiones por toda Italia y se unieran a su causa, lo cierto es que las recientes victorias de Julio César en las Galias habían alterado las simpatias del pueblo. Cuando el bando de los optimates se vio obligado a huir de Roma sin ni siquiera presentar batalla, varios senadores se permitieron la chanza de comentar que quizás había llegado la hora de que Pompeyo pateara el suelo. La guerra contra Julio César alcanzó demasiado mayor a Pompeyo, que finalmente consiguió reunir un ejército en su querida Grecia, pero no fue capaz de ganarle el duelo militar al genio emergente. Tras la batalla de Farsalia el 9 de agosto del 48 a. C, Pompeyo y el resto de conservadores se vieron obligados a huir sin rumbo para salvar sus vidas. Con la intención de pedir ayuda al faraón Ptolomeo XIII, Pompeyo llegó a las costas de Egipto y envió emisarios al rey a la espera de respuesta. No obstante, los egipcios le cortaron la cabeza y se la llevaron, junto con su sello, a César a modo de obsequio. Nada pudo ofenderle más a César, que se encargó de perseguir y ejecutar a los responsables de una muerte tan cruel y deshonrosa.