lunes, 31 de agosto de 2015
ABC:Palmira:la barbarie, en guerra con la historia
Desde el pasado mes de mayo la ciudad de Palmira, la silenciosa y discreta Tadmor (nombre actual de la ciudad), está en primera línea de las noticias internacionales por motivos nada agradables. Como es conocido, la ciudad de Palmira, uno de los restos patrimoniales de época greco-romana mejor conservados del Próximo Oriente y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980, fue conquistada por el llamado Estado Islámico y siguiendo sus pautas de actuación muy bien organizadas, la han convertido en motivo y escenario de tristes acontecimientos.
En las últimas semanas, dos hechos graves han tenido una gran repercusión. Por una parte, el asesinato de Khaled Al-Assad, arqueólogo sirio de 82 años que había desarrollado toda su actividad profesional en la antigua ciudad de Palmira; y, por otra parte, la reciente destrucción del templo de Bel de la parte este de la ciudad. Dos acontecimientos muy graves, de pura barbarie, que parecen carecer de sentido en el marco de los enfrentamientos militares modernos, a menos que se considere que el Patrimonio Histórico pueda ser incluido entre las armas y objetivos de la contienda.
Todas las informaciones parecen indicar que, desgraciadamente, en la guerra de Siria, y en general en las regiones del Próximo Oriente, el Patrimonio Histórico, y en particular los restos arqueológicos, se han convertido en piezas del engranaje de la guerra y este aspecto, novedoso, confiere una desgracia más a la larga lista de barbaridades fruto de los enfrentamientos (pérdida de vidas humanas, exilio o desplazamiento de la población, hambre...).
Columnas en el desierto
Tuve la suerte de conocer tanto la ciudad de Palmira como a Khaled Al-Assad en 1978, en el mes de septiembre, en mi primer viaje a Siria. La aparición de las columnas y demás restos monumentales en medio de la estepa desértica es una de las imágenes que seguramente perduran en cualquier viajero que se haya acercado a la cuidad. En mi caso, el impacto fue brutal, pues llegaba como joven miembro de un equipo internacional de arqueólogos que investigábamos las primeras sociedades agrícolas en esta región de estepa desértica.
Assad ya era, entonces, el director general de Antigüedades de la Región de Palmira y acogía a los pocos equipos internacionales que iban a colaborar en la zona. Así, recibió y nos enseñó la ciudad, alojándonos en la exquisita casa de las excavaciones arqueológicas en el interior del templo. A los pocos días, después de aprovisionarnos, nos marchamos hacia la zona donde trabajábamos en las excavaciones prehistóricas al oasis del Kwom, unos 200 kilómetros al este de la ciudad.
Aquellos encuentros con la cuidad de Palmira y con Khaled Al-Assad se repitieron durante más de diez años hasta inicios de los 90, cuando por razones profesionales abandonamos la investigación en esta región y empezaremos a trabajar en el valle del Éufrates (Siria). Palmira ha sido, por tanto, para nosotros un anclaje sentimental de la arqueología del Próximo Oriente, al mismo tiempo que un espejo de su desarrollo en los últimos treinta años.
En el aspecto humano, Al-Assad era el perfecto representante de la generación de arqueólogos que combinó con sabiduría las cualidades del mundo árabe -como su entrañable hospitalidad- con un trabajo serio que permitió la profesionalización de la arqueología Siria.
Un diamante junto al oasis
En esos años, en Palmira, y de la mano de Al-Assad y miembros de su equipo, como A. Taha, tuvimos la oportunidad de percibir el progresivo avance de la investigación y, sobre todo, de la protección, adecuación y musealización de la ciudad antigua de Palmira. Pudimos observar cómo el yacimiento arqueológico, que era un diamante sin pulir, evolucionaba hasta convertirse en un lugar patrimonial visitable, parada obligatoria para todos los viajeros y turistas en las décadas posteriores.
En aquellos años también compartimos residencia con las principales misiones arqueológicas que trabajaban en la recuperación de la ciudad. Sin duda la más importante la del profesor Michal Gawlikowski (Institute of Archeology of Warsaw) y, en temas más epigráficos, la del investigador, el abad Jean Starcky. Todos ellos colaboraban estrechamente con los conservadores y el equipo del Museo de Palmira, que también efectuaba su propia excavación al tiempo que ejercía como coordinador general de los temas de investigación y musealización.
Esta última línea de trabajo fue, sin duda, la de mayor repercusión pública, pues permitió la restauración y exposición de los restos arqueológicos a la vez que modernizó el museo y los lugares visitables que progresivamente se fueron abriendo a los visitantes: el templo de Bel, las tumbas, el castillo...
Esta apuesta clara por la difusión y divulgación histórica, que potenció Al-Assad, hizo que a las actividades tradicionales de la ciudad moderna ubicada cerca del magnífico oasis (cultivo de dátiles, la huerta...) se incorporara el turismo, con cifras que pasaron de unos 10.000 visitantes en la década de los 70 a varios centenares de miles en 2010.
La guerra ha sido en los últimos años una desgracia radical para la población de Palmira y de Siria en su globalidad. La situación relativamente alejada de las regiones más occidentales hizo que la ciudad de Tadmor quedara relativamente al margen de los primeros años de conflicto, sufriendo algunos pillajes y desperfectos por tiros. Ha sido en mayo de 2015, con la llegada de EI, cuando Palmira se ha convertido en el centro del conflicto.
La destrucción (sea parcial o total) de los restos del templo de Bel esta misma semana constituye una pérdida irreparable, no solo para la comunidad de Siria o del Próximo Oriente sino para la propia Humanidad. Pudimos establecer contacto con los arqueólogos de la zona en los momentos iniciales y sufrían por la integridad del patrimonio, como lo siguen haciendo ahora, aunque tristes, pues nadie se podía esperar un desenlace tan cruel y un uso tan espurio del patrimonio histórico.
La tristeza actual no puede acallar una solicitud clara -y probablemente unánime- de exigir las vías para el establecimiento de la paz, y de la manera más urgente, y un esfuerzo para que el Patrimonio Histórico y Arqueológico quede excluido de los enfrentamientos militares en esta región del mundo.