lunes, 8 de julio de 2019

ABC:El «Madrid Central» de la Antigua Roma


Las restricciones al tráfico en el centro de la urbe no son cosa del presente. Ya eran un quebradero de cabeza para los legisladores de la Antigua Roma. No era, sin embargo, el humo el origen de todos los males, más allá del tufo que se desprendía de los frecuentes efluvios que a veces se les escapaban a los animales de arrastre por los esfuerzos profesados, sino la salud vial de sus habitantes. « Madrid Central» no sería una rareza para los pobladores del centro de Roma, salvando las distancias, como los 90 euros de multa por entrar con el coche en territorio enemigo. Toda una jodienda. Carmena, entonces, ya no puede arrogarse el mérito, si lo es, de haber sido la pionera.

Escribe Paco Álvarez (Madrid, 1965), en su «Somos romanos», que más que un ensayo de la Antigua Roma es un tratado sobre la nostalgia, que ya Julio César en el siglo I a.C. ordenó cerrar el centro «a todos los vehículos con ruedas», a excepción de las veces que los servicios de limpieza de la ciudad hacían la ronda.

Así la circulación solo estaba permitida por la noche. «Aquellos que no hubieran podido retirarse antes del alba, debían permanecer vacíos y estacionados», apunta el publicista Álvarez. Cuando el sol se ponía por el oriente, las calles se convertían en un magma de carruajes «sin luces led autorregulables», «sicarii» (sicarios), «effractores» (ladrones) y «raptores» (agresores), beneficiados por la ausencia de alumbrado público.

Los emperadores Claudio y Marco Aurelio se encargarían años más tarde de extender esta prohibición a todas las ciudades del Imperio. Otro emperador, Adriano, se las ingeniaría después para que el tamaño de las carretas importara y las más pesadas tuvieran vedado el tránsito por el centro.

«Esto quiere decir que el tráfico rodado ya era un problema 1900 años antes de que el primer automóvil hollase nuestras calles, y que ya se hacían intentos por solucionarlos», apunta el madrileño.


Bolardos y «policías locales»

Además, la plaza principal, el punto más céntrico de la ciudad –el foro–, era peatonal. Para garantizar la restricción no eran necesarios los bolardos –en Pompeya han sobrevivido algunos– ni los policías locales, «puesto que el pavimiento se elevaba unos treinta centímetros sobre la calzada, impidiendo de esta manera tan drástica y efectiva que los vehículos la cruzaran o subieran a ella de algún modo».

Solemos olvidar que gran parte de lo que creemos haber inventado ya tiene su matriz en la historia, por eso a veces conviene echar la vista atrás para caer en la cuenta de que somos el fruto de los que nos precedieron. Y más en la vieja Europa que habitamos. Así «Madrid Central» tiene su precedente en la historia. Sin multas y chivatos virtuales con forma de ojo humano, por supuesto.