En la política romana, las referencias a la vida privada de los senadores eran algo habitual e incluso se veía como legítimo que se ridiculizaran los defectos físicos de los rivales políticos dentro de los debates. Julio César, conocido en su vida privada por sus numerosas aventuras sexuales con mujeres, fue un excelente abogado y un orador brillante que parecía inmune a las bajezas de esta peculiar forma de hacer política, salvo en lo tocante a su supuesto romance con el monarca de Bitinia durante su juventud. La acusación le persiguió hasta sus últimos días con la intención de socavar su autoridad.
La homosexualidad en la Antigua Roma, sin ser un crimen penal –aunque lo era en el ejército desde el siglo II a.C.–, estaba mal vista en todos los sectores sociales, que la consideraban, sobre todo en lo referido a la pederastia, una de las causas de la decadencia griega. Como recuerda el historiador Adrian Goldsworthy en el libro «César, la biografía definitiva» (La Esfera de los libros, 2007), «aquellos senadores que tenían amantes varones solían hacerlo con discreción, a pesar de lo cual con frecuencia los opositores políticos les ridiculizaban públicamente». En este sentido, los romanos hacían una importante diferenciación sobre quién ejercía el papel de activo y quién el de pasivo en la pareja, tanto a nivel sexual como social. Y esa fue siempre el principal problema de los rumores contra Julio César, que era apodado por sus enemigos como «la Reina de Bitinia».
Corrompido por la depravación oriental
Los opositores a Julio César usaron siempre los rumores de que en un viaje diplomático había mantenido relaciones homosexuales con Nicomedes IV, Rey de Bitinia, para erosionar la autoridad del dictador romano. Así, Julio César fue destinado a una misión diplomática durante su primer servicio militar con 19 años en el extranjero, concretamente en la costa norte de Turquía, con el propósito de reclamar el apoyo militar de Bitinia, un reino aliado de Roma, en un inminente ataque a Mitilene. El anciano rey de Bitinia recibió a César con mucha efusividad en recuerdo de su amistad con el padre de éste, también llamado Cayo Julio César. El joven romano, que apenas había salido hasta entonces de su entorno familiar, fue acusado de alargar su visita más de lo razonable y de verse entretenido por el lujo asiático, fuertemente influido por la tradición helenística que tanto admiraba una parte de la aristocracia latina.
significaba una actuación completamente inadecuada incluso para un esclavo en Roma; y le situaba inmerso en un escenario –las cortes asiáticas– considerado propicio para la depravación sexual y las intrigas políticas.
Los rivales del futuro dictador de la República romana emplearon la historia a modo de arma arrojadiza en una infinidad de veces sin que les importara mucho que el relato fuera cierto o no. En un ambiente político exageradamente difamatorio, los rumores dieron lugar al apodo de «Reina de Bitinia» y a la definición de que Julio César era el «marido perfecto de toda mujer y la esposa de todo hombre». No en vano, también los propios soldados usaron el rumor para burlarse de su comandante en varias situaciones, sin que por ello disminuyera el enorme respeto que sentían por él.
Hoy en día, la veracidad de la historia sigue puesta bajo cuestión, aunque Julio César se afanó en negarla en todo momento hasta el extremo de ofrecerse a jurar ante testigos que se trataba de una mentira. Su firmeza y el hecho de que no se conozcan otras supuestas relaciones homosexuales en su biografía ha hecho suponer a la mayoría de los historiadores que realmente se trataba de una difamación con el objetivo de despertar la cólera de César. ¡Y tanto que lo hacía! Con el paso de los años, el asunto se convirtió en una de las pocas cosas que podían hacerle perder los estribos en público.
pero que no se libró de las infidelidades. En cualquier caso, las relaciones fuera del matrimonio eran comúnmente aceptadas en la sociedad romana para satisfacer los deseos más vergonzosos que una esposa romana, la encargada de asegurar la siguiente generación de activos familiares, no debía padecer.
César, un hombre que vestía de forma llamativa y cuidaba mucho su aspecto físico –la calvicie fue una preocupación persistente en su vida–, tuvo un elevado número de aventuras fuera del matrimonio. El historiador clásico Suetonio relata que a menudo pagó precios muy altos por prostitutas de lo que hoy llamaríamos de «lujo», y que era «dado a los placeres sensuales y manirroto para conseguirlos», incluso con «mujeres de la nobleza» como Cleopatra. En total, Suetonio enumera que fueron al menos cinco las relaciones con esposas de senadoras, entre ellas Servilia, mujer de Marco Junio Bruto y posiblemente su amante favorita. La relación, de hecho, fue la que más se prolongó en el tiempo. «Amó como a ninguna a Servilia», afirma Suetonio sobre una relación que los años demostraron de alto voltaje. Así, el hijo de Servilia, también llamado Marco Junio Bruto, fue el famoso senador que dio una de las últimas y más dolorosas puñaladas a Julio César el día del magnicidio en el Senado. Para más coincidencia, el hermanastro de la aristócrata romana era Catón «el Joven», uno de los opositores políticos más encarnizados de César, que estuvo dispuesto a extraerse los intestinos con sus propias manos antes que a rendirse al ejército del dictador.