viernes, 24 de enero de 2020

La lenta muerte de las víctimas del Vesubio


 Herculano, como Pompeya, se conservó enterrada bajo las cenizas provocadas por la erupción del Vesubi o. Cuando el volcán estalló, el 24 de agosto del año 79 después de Cristo, las ricas y cultas élites de esta pequeña ciudad salieron corriendo despavoridas junto a sirvientes, tratando de evitar el flujo piroclástico (la nube formada por gases volcánicos calientes y material sólido).

Muchos fueron los que se refugiaron en los fornici, unas casas abovedadas de piedra situadas a lo largo de la playa cercana. Ese fue un error fatal. Incapaces de escapar, al menos 340 individuos perecieron en estas cámaras y en la arena. Siempre se creyó que su muerte fue rápida, reducidos en un instante a cenizas por las altas temperaturas dada su cercanía al volcán. Pero no fue así.

“La teoría general daba por hecho que estos individuos se vaporizaron al instante”, asegura Tim Thompson, profesor de antropología biológica aplicada de la Universidad de Teesside. Un nuevo análisis realizado por su equipo ha revelado que los residentes de Herculano tuvieron una muerte más lenta de lo que se creía, según explican en un estudio publicado en la revista Antiquity .

En Pompeya, situada más lejos del Vesubio, ya se sabía que la ceniza se endureció alrededor de los cuerpos humanos y conservó la carne, que al pudrirse dejaba la forma hueca que desde 1860 se empezó a rellenar con yeso para crear los famosos moldes. En Herculano, se pensaba que el flujo piroclástico de la erupción pudo alcanzar velocidades de 700 km/h y temperaturas de hasta 1.000°.

”(Sus habitantes) se escondieron para protegerse y quedaron atascados”, recuerda Thompson. Fallecieron, sí, pero lo más probable es que no lo hicieran quemados, sino asfixiados por los humos tóxicos. Al reexaminar los esqueletos de las víctimas, los especialistas se dieron cuenta que su estructura y el colágeno restante no coincidían con un caso de vaporización.

Los huesos estaban afectados en el exterior, pero su interior quedó menos mermado. “El calor provoca algunos cambios externos, pero no necesariamente a nivel interno”, revela el profesor. Esta cocción parece haber ocurrido porque el flujo piroclástico fue más frío de lo esperado, probablemente por debajo de los 400° C. Los fornici también ofrecieron cierto aislamiento del calor extremo.

La erupción del Vesubio es uno de los desastres naturales más famosos de la historia. La ceniza y la piedra pómez enterraron Pompeya, conservándola como un sitio arqueológico excepcional. La nube ardiente destruyó también la cercana Herculano, que era una ciudad costera antes de que los materiales arrojados por el Vesubio le ganaran al mar una franja de tierra de unos 400 metros.

El arqueólogo Giuseppe Maggi fue quien, en 1980, encontró los más de 300 esqueletos en los fornici, que se usaban como almacenes portuarios y para guardar las barcas de pesca. Esas personas trataban de huir por mar. En el lugar incluso aparecieron los restos de una embarcación de 9 metros de longitud con un remero y un soldado con dos espadas y una bolsa de monedas.

“La vaporización no está en consonancia con lo encontrado, sobretodo si lo comparamos con las erupciones volcánicas modernas”, asegura Thompson. Examinando la estructura del hueso y el colágeno interior han determinado que los cuerpos no estuvieron expuestos a temperaturas tan extremas como se esperaba, lo que sugiere que las víctimas no se vaporizaron instantáneamente.

Cuando el Vesubio entró en erupción, muchos residentes de la ciudad “vieron las explosiones y tuvieron la oportunidad de intentar escapar, lo que da una instantánea clara de la forma en que estas personas respondieron y reaccionaron”, explica el investigador. El flujo piroclástico que destruyó Herculano también quemó el tejido blando de esas personas.

Descubrimientos recientes confirmaron que la estructura cristalina de los huesos cambia según el calor al que estuvo expuesta y que la cantidad de colágeno restante arroja luz sobre la forma del calentamiento. Con esta información realizaron pruebas para detectar estos cambios en las costillas de 152 individuos de los fornici.

Esto reveló que no coincidían con los patrones esperados si hubieran estado expuestas a temperaturas extremadamente altas (más de 300-500° C). “Lo interesante fue que tuvimos una buena preservación del colágeno, pero también evidencia de un cambio inducido por el calor en la cristalinidad ósea y que las víctimas no quemaron a altas temperaturas”, señala Thompson.

Varios factores explican por qué estas personas experimentaron temperaturas más bajas de lo esperado. En primer lugar, el flujo piroclástico puede haber sido relativamente frío, y algunas estimaciones sugieren que solo era de 240° C. El fornici también puede haber proporcionado algo de aislamiento, reduciendo aún más la temperatura a la que las personas estuvieron expuestas.

”Las paredes de los fornici, así como la propia masa corporal de los humanos, dispersaron el calor en los cobertizos -considera Tim Thompson-, creando una situación que se relaciona más estrechamente con la cocción”. Esto habría preservado los huesos tal y como se encontraron, pero también significaría que las víctimas no fallecieron inmediatamente y que sobrevivieron lo suficiente como para verse abrumadas por los humos tóxicos.