martes, 21 de enero de 2020
Gala Placidia, un peón en el juego entre romanos y visigodos
Si desde nuestra perspectiva actual calificamos a la civilización romana como machista, o como poco patriarcal, no andaremos errados. Los descendientes de Rómulo nunca defendieron el concepto de que la mujer fuese igual al hombre en derechos y capacidades. Pero eso no quita para que, de vez en cuando, las fuentes clásicas presten especial atención a grandes figuras femeninas de su historia.
Cornelia, madre de los Graco, Livia, Agripina la Menor o Sabina son unos pocos ejemplos. En esta lista también encontramos a Gala Placidia, que, de haber nacido en otro tiempo y lugar, habría podido ser reina o emperatriz por derecho propio.
De hecho, hace más de una década, el Premio Nobel Dario Fo aseguraba, en La verdadera historia de Rávena, que la vida de nuestra protagonista era digna de un drama novelesco. Como tantos otros personajes de sangre principesca, Gala fue una ficha en el gran tablero de la diplomacia y el gobierno de las naciones.
La oscuridad de la púrpura
Nadie puede negar que el árbol genealógico de Aelia Gala Placidia era envidiable. Al igual que sus hermanastros Arcadio y Honorio, era hija de Teodosio el Grande (379-395), otro hispanorromano que, como Trajano más de dos siglos antes, había alcanzado el trono imperial. Pero en algo les superaba, pues su madre le había dado la sangre de la dinastía que había encumbrado a su progenitor: Valentiniano I era su abuelo, y Graciano y Valentiniano II, sus tíos.
En ella se unían las dos casas más poderosas del mundo romano, cosa que no pasaba con Arcadio y Honorio. De haber sido hombre, sin duda habría supuesto una seria amenaza política para ellos, pero como mujer solamente podía convertirse en transmisora de la legitimidad dinástica, sobre todo desde la muerte de Valentiniano II en 392. Por todo esto resultan decepcionantes las escasas fuentes que tenemos sobre ella y las parcas menciones que se le dedican.
Las lagunas son tan grandes que ni siquiera sabemos cuándo ni dónde nació. Suele barajarse que ocurrió entre 388 y 393, si bien las investigaciones más modernas prefieren situar su venida al mundo después de 390. El lugar tampoco está claro, siendo Tesalónica y sobre todo Constantinopla, la Nueva Roma, los sitios más probables. De muy pequeña, entre los años 393 y 394, tuvo que viajar a Milán, en ese momento corte imperial, con su hermano Honorio, mientras que Arcadio quedaba ya como augusto de Oriente.
La muerte de Teodosio poco después la dejó casi desamparada, y comenzó el intrigante juego en el que ella se vio sometida a los intereses de unos y otros. Su prima Flavia Serena, hija adoptiva de Teodosio y custodia de buena parte de su confianza, se convirtió en su tutora. Mujer de notable inteligencia, se había desposado con Flavio Estilicón, un germano que podía presumir de ser uno de los hombres más poderosos del Imperio. Los esposos, si hacemos caso de las fuentes, intrigaron para que su descendencia ciñera la corona mediante una política matrimonial.
Honorio, ya emperador, contrajo nupcias con su hija María, primero, y a su muerte con Termancia, de la que se divorció. De haber fructificado este incesto (ambas eran sobrinas de Honorio), habría colocado a la prole del germano en el trono. Para asegurarse, según el poeta Claudiano, prometieron a su hijo Euquerio con Gala Placidia. Así comenzaba a servir como moneda de cambio en las complejas y retorcidas relaciones de Estado.
No obstante, Estilicón fue ejecutado bajo la acusación de traición en 408, y su esposa y Euquerio no tardaron en seguirle. Gala, libre del compromiso, se retiró a Roma, pero su tranquilidad duró muy poco. Dos años después, en una de las fechas más fatídicas de la historia romana, los visigodos de Alarico sitiaron la urbe.
Finalmente fue tomada, hecho catastrófico del que se buscaron culpables. Serena se convirtió en cabeza de turco, y acabó condenada a muerte. Lo curioso es que el historiador Zósimo asegura que fue una decisión tomada por el Senado y Gala Placidia, como si esta tuviera tanta dignidad como la venerable institución.
Los invasores no se contentaron con riquezas. Apresaron a nuestra protagonista, según el relato de Paulo Orosio. Pero es lógico pensar, como refiere Zósimo, que no recibió un trato inhumano. Su sangre era demasiado valiosa, más que por un rescate, por la posibilidad de emparentar con la familia imperial.
Honorio estaba a salvo en Rávena, más pequeña y mejor defendida que Roma, pero carecía de fuerzas para expulsar a los godos y rescatar a su hermana. Además de Orosio, Olimpiodoro, Jordanes e Hidacio aseguran que Ataúlfo se unió a Gala en matrimonio, convirtiéndola en reina de los visigodos.
En Barcino (la actual Barcelona), ella dio a luz a un hijo bautizado como Teodosio que, de no ser por su prematura muerte, habría sido otro aspirante al trono, uniendo las raíces latinas con las germanas. A este dolor, la reina romana de los visigodos tuvo que sumar el de la viudedad en 415. Se iniciaba un calvario del que no le protegería su linaje imperial.
Un tal Sigerico tomó el poder visigodo matando a sus opositores y degradó a Gala Placidia, haciéndola caminar de pie delante de su caballo durante varios días, hasta que la diplomacia de su hermano Honorio le permitió recuperar su libertad.
Pero en la corte imperial le esperaba otro matrimonio político con Flavio Constancio, militar renombrado y puntal de las fuerzas romanas, que sería proclamado coemperador junto a Constancio III en 421.
Fallecido en el mismo año, pudo darle a Gala dos hijos: Honoria y Valentiniano. Este último se erigió en el más claro heredero al trono de Occidente, ante la falta de descendencia de Honorio. Quizá para asegurar la posición de su retoño, Gala se mostró amable y diplomática con su hermano, aunque las fuentes recogen el rumor de que se entregaban a relaciones incestuosas.
Posiblemente, las intrigas de algunos cortesanos provocaron una ruptura entre ella y Honorio, que la expulsó de la corte de Rávena. Refugiada en Roma, pero falta de apoyos, fue desterrada de Italia en 423, por lo que encaminó sus pasos a Constantinopla, acompañada por sus hijos.
En la capital de la parte oriental del Imperio se puso bajo la protección de su sobrino Teodosio II, del que consiguió que reconociera como césar a su hijo Valentiniano, apenas un niño, en Tesalónica.
Este título, desde los días de Diocleciano (ss. III-IV), podía traducirse como una especie de emperador “júnior”, solamente superado por la autoridad de los augustos. También obtuvo la ayuda la militar necesaria para acabar con el usurpador Juan (423-425) y conseguir la corona de augusto para Valentiniano, entrando victoriosa en la misma Italia de la que había sido expulsada.
Por la juventud del nuevo emperador, Gala ocupó el puesto de regente durante más de una década, hasta 437, en parte apoyada por el militar Flavio Aecio, aunque Procopio de Cesarea habla de enfrentamientos entre ambos. La mayoría de edad de su hijo y su matrimonio con Eudoxia –hija de Teodosio II–, cuyo carácter chocó con el suyo, comenzaron a relegarla de la corte de Rávena, y perdió paulatinamente autoridad.
Falleció en Roma en torno al 27 de noviembre de 450, según Hidacio. En esos momentos, por mediación de Honoria, el célebre Atila, rey de los hunos, entraba en el Imperio, dejando una estela de sangre y fuego. Valentiniano no le sobrevivió mucho: fue asesinado en 455. Era el fin de los gobernantes de la casa de Teodosio el Grande.
También, durante mucho tiempo, se diluía la huella de Gala Placidia de las páginas de la historia, hasta verse reivindicada por los estudios modernos.