sábado, 13 de abril de 2019
El País:El mineral que dio luz al Imperio romano
Es muy poco habitual que sea un material el que protagonice una exposición: este papel suele estar reservado para artistas, personajes o acontecimientos históricos, culturas, costumbres, libros, edificios o incluso conceptos… pero no para un mineral, como ocurre en Lapis specularis. La luz bajo la tierra.
La muestra que se inauguró ayer miércoles en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) entremezcla el espejuelo, este yeso cristalizado, con las colecciones romanas del centro. Miguel Ángel Blanco (MAB) —el artista que ya expuso un gorrión junto a Las meninas en el Prado o un ejemplar de azurita junto a El paso de la laguna Estigia, de Patinir y llevó al lejano Oeste al Thyssen de Madrid— sitúa ahora un tondo de lapis specularis entre las esculturas de Livia, la más imponente dama del Arqueológico, con permiso de la de Elche, y la de su hijo Tiberio (ambas de entre los años 14 y 19). Como un óculo que refleja y expande la claridad y “nos envía la luz subterránea de su imperio”, explica el artista.
En ese espacio que es el patio romano, evocador de un foro de cualquier ciudad del imperio, entre esculturas de emperadores y sus familiares el mineral recuerda dos facetas de Roma: por un lado, su riqueza, su economía; ciudades como Segóbriga (Cuenca) surgieron en torno a las minas de este material que por su característica traslucidez sirvió para cerramientos y ventanas, para controlar la temperatura en los interiores de viviendas. Proporcionó luz a los edificios del imperio. Ya Plinio el Viejo (siglo I) da buena cuenta de la riqueza y de las características de las grutas y de este material en su Historia natural. De las minas de esta zona sur de la Península, partía el material hacia el puerto de Cartagonova (actual Cartagena, Murcia) y de ahí a todas las provincias del imperio. Se ha encontrado lapis specularis hispano en yacimientos del otro extremo del Mediterráneo. El que ha usado MAB procede de la mina de Arboleas en Almería.
Por otro lado, está la parte mística, natural y mágica, inherente a la obra de Blanco y al lapis specularis, de este yeso selenita, cuyo nombre irremediablemente lo vincula a la Luna (Selene es el nombre griego que recibía la diosa lunar). Y como una deidad más, MAB instala un bloque de lapis entre el mármol de Livia caracterizada como diosa Fortuna y el bronce de Mineva, como uno más en el ara de los dioses, que se mimetiza, incluso “parece el resto de una escultura”, hace notar el artista, que explica que ha espolvoreado fragmentos de espejuelo entre los emperadores al igual que hacían durante en el imperio, por ejemplo en el circo, en los grandes actos para darles esplendor y luminosidad. La ocasión lo merece: es la primera vez que en el MAN las piezas de una muestra temporal interactúan con las de la exposición permanente. Carmen Marcos, subdirectora del museo, señala que no se ha movido ninguna pieza. Parece que el lapis specularis siempre estuvo allí con lo positivo y negativo que puede tener esto para los visitantes despistados.
No podían faltar los libros-caja, el gran proyecto artístico-vital de MAB, de los 1.191 que hasta ahora componen su Biblioteca del bosque, 23 están dedicados al lapis y todos ellos se exhiben en la muestra. Aunque para el artista su trabajo con este mineral ha finalizado, cuando el 23 de junio la muestra acabe en el Arqueológico, se expondrá en el Museo Nacional de Arte Romano, en Mérida y después en los Institutos Cervantes de Palermo, Nápoles y culminará en Roma en el templete de San Pietro in Montorio, donde MAB tiene previsto como colofón del proyecto que un foco de luz desde el suelo atraviese restos de lapis specularis. Y aunque este es el culmen perfecto, reconoce que hay sinergias que ha encontrado en el MAN que también son únicas. Como la de exponer en un museo que muestra la estela funeraria de un niño minero de cuatro años, Quartulus, del siglo I, representado con su pico y su cesta para recoger el material. El tamaño de los niños les permitía meterse en los recovecos más difíciles de las grutas. U otra coincidencia en la que entran en juego los astros, estos los pone Urania, musa de la astronomía, cuya escultura del siglo I, encontrada en Churriana (Málaga), contempla desde una sala contigua el libro-caja 1174 que contiene espejuelo (se decía que convertía en fructíferos árboles estériles) y cortezas de un árbol tronchado por el viento en el jardín histórico de la Hacienda de San Javier de la misma localidad malagueña.