viernes, 5 de abril de 2019
ABC:Caixaforum alumbra el nacimiento del lujo asiático
«Cuando pienso en lujo pienso en Beckham o en Messi; en imágenes de consumo suntuoso y cosas que en realidad no tienen un valor funcional, como esos relojes carísimos que llevan algunos», explica el presidente del British Museum, Robert Lambert, mientras, a su espalda, un exquisito relieve del 645 antes de Cristo reproduce uno de los entretenimientos favoritos del ejército asirio para incrementar su patrimonio. Esto es: asaltar, saquear y transportar un suculento botín de vuelta a casa. De los relojes de alta gama aún no había ni rastro, pero el deseo de ostentación ya había empezado a asomar la cabeza y a colonizar los poderosos imperios babilónico, fenicio y persa. «Estos sentimientos son comunes, han estado siempre ahí», apunta Lambert.
«Si querías hacerte rico rápidamente robabas. Y los asirios robaron mucho», añade Alexandra Fletcher, comisaria de una exposición que, de esos asirios mangantes a Alejandro Magno y del 900 al 300 antes de Cristo, propone un viaje de más de seiscientos años por las culturas antiguas de Oriente Próximo y su relación con el lujo y la opulencia. Una travesía salpicada de vidrio griego, oro aqueménida, piedra babilonia, marfil fenicio y bronce asirio que viene a confirmar que, ya sea con relojes, delicados recipientes para kohl o legendarios jardines colgantes, los ricos siempre han sido muy suyos.
Poder y comercio
«Hablamos del lujo y de cómo era en la antigüedad y, en muchos aspectos, es parecido al lujo de hoy en día: exclusivo, halagador y opulento», resume la directora general adjunta de la Fundación Bancaria La Caixa, Elisa Durán, para encuadrar una exposición que reúne en Barcelona más de 200 objetos procedentes de los fondos del British Museum. La muestra, la cuarta que Caixaforum organiza en colaboración con el museo inglés, ahonda también en «la fascinación por el lujo asociada a la creación de los grandes imperios». «Los objetos no eran necesarios pero sí muy deseables. Los ganadores los exhibían como símbolo de poder y la opulencia definía el poder económico y político de los imperios», apunta Fletcher. El lujo, añade, no nació con los asirios, pero sí que fueron ellos quienes empezaron a perfeccionarlo «después de 300 años de oscuridad».
Así, poder y comercio van de la mano en una exposición que recoge desde los relieves del palacio de Nínive a dos de las primeras monedas de electro, una mezcla de oro y plata, que se acuñaron en el reino de Lidia, pasando por codiciadas miniaturas del tesoro de Oxus, uno de los mejor conservados de la antigua Persia. Entremedias, un completo surtido de ornamentos de marfil, espejos decorados, paletas de maquillaje y recipientes decorativos para guardar perfumes que confirman que, además de no entender de épocas, la pasión por los brillos y los placeres de los sentidos tampoco entendía de clases sociales. «Ostentar no era solo para los palacios. En una sociedad tan obsesionada con la supremacía militar, los uniformes, los carros y los caballos también están decorados con plata, oro y orlas de colores», explica Fletcher.
El lujo personal, de hecho, ocupa un lugar destacado en una muestra que, a falta de piezas originales que hayan sobrevivido al paso del tiempo, recurre a textos y esculturas para mostrar desde los complejos bordados de esos zapatos espléndidos inmortalizados en un relieve asirio a la pasión de los chipriotas por los tejidos de lujo de la que dan cuenta bustos y cabezas de estatua. También espadas y vainas decoradas comparten protagonismo con las primeras tallas de marfil con las que los fenicios se reivindicaron como artesanos más allá de su condición de comerciantes.
Top manta babilónico
Con Alejandro Magno llegaron la expansión del oro y la preeminencia de la cultura y el arte griegos por todo Oriente Próximo, pero antes de eso ya se habían instalado en todos los imperios costumbres hoy en día tan extendidas como la copia y la falsificación. Así, mientras que las culturas que luchaban y competían se acababan copiando indiscriminadamente, los más ingeniosos buscaban maneras de replicar la belleza cegadora de las piedras preciosas sin necesidad de rascarse el bolsillo o, peor aún, asaltar una ciudadela. Un buen baño de miel, por ejemplo, servía para recubrir sellos y otros objetos que se quisieran hacer pasar como tallados en ágata, mientras que, en las manos adecuadas, el vidrio y la arcilla podían replicar el bronce o el alabastro.
Con el culto al cuerpo y a los objetos llegó también una suerte de lujo espiritual o sensorial como el que rey Nabucodonosor II desplegó en los legendarios Jardines Colgantes de Babilonia, idílico escenario que, pese a su nulo rastro documental, sí que sirve para introducir un apartado dedicado a los jardines exóticos y parques de la abundancia. Ahí está, sin ir más lejos, el relieve que reproduce el frondoso jardín que el rey asirio Senaquerib mandó construir en el palacio de Nínive; un tupido entramado de riachuelos, árboles y espacios asociados a la abundancia que sintentiza a la perfección ese «afán de posesión, lucimiento y demostración de poder» que ha perdurado durante siglos.