sábado, 29 de diciembre de 2018
National Geographic:Las perlas, las joyas favoritas de las romanas
He visto a Lolia Paulina cubierta de esmeraldas y de perlas entrelazadas; las joyas resplandecían por toda su cabeza, en la cabellera trenzada, las orejas, el cuello y los dedos, sumando cuarenta millones de sestercios". Esto escribía el naturalista Plinio el Viejo, a mediados del siglo I a.C., a propósito de la tercera esposa del emperador Calígula.
Aunque pocas mujeres podían igualar su nivel de lujo, el gusto de Lolia Paulina por las perlas estaba muy generalizado en la Roma imperial. Su uso como adorno y símbolo de estatus propició un intenso comercio con las regiones productoras, situadas principalmente en Oriente. Este origen se manifestaba en el nombre mismo que se les daba en latín, "margarita", que a través del griego procedía en último término del sánscrito mangara, "ramillete de flores". En la Antigüedad se conocían cuatro regiones perlíferas: el mar Rojo, el golfo Pérsico, India y Ceilán, a las que se sumaban algunas zonas de China. A Roma llegaban, a través del comercio, perlas de diversas calidades, tamaños y colores. Las más apreciadas fueron las del mar Rojo y el golfo Pérsico, por su gran calidad y brillantez. Menos valoradas eran las perlas del mar Negro, pequeñas y de tonalidad rojiza, y las de Acarnania, en Grecia, muy bastas, de gran tamaño y tintes marmóreos. Las perlas de río de Britania, más oscuras y con tonalidades áureas, se convirtieron en las más cotizadas del occidente del Imperio, mientras que las de Mauritania eran apreciadas por su pequeñez.
Pescadores de perlas
Las fuentes aportan poca información sobre cómo se realizaba la recolección de perlas. Algunos autores señalan que esta actividad, muy asociada a la pesca, se hacía en verano, ya que se creía que la ostra pasaba el invierno a resguardo en las profundidades del mar. Claudio Eliano escribía que "sólo se pescaba cuando hacía buen día y el mar no se movía". Los pescadores se sumergían en el agua y buceaban hasta encontrar las ostras, que iban guardando en una red hasta que salían al exterior para respirar, volviendo a repetir esta operación varias veces. Dadas las dificultades y los riesgos de esta actividad, era habitual que la llevaran a cabo criminales condenados, controlados por las autoridades locales. Sin embargo, se sabe que en China las perlas se cultivaban a veces de forma artificial.
Tras recoger las ostras, se mataba al molusco y se dejaba descomponer para que así se desprendiera el nácar que constituye la sustancia de la perla. Según Eliano, "las ostras que capturan, las meten en vasijas y las ponen en salazón [...], la carne se corrompe y se consume". A continuación, la perla se limpiaba y se clasificaba en función de su blancura, tamaño, redondez, brillo y peso, para su posterior venta. Cuanto mayor era la calidad de una perla, más elevado era su precio.
En Roma, el comercio de perlas se desarrolló a partir de finales del siglo I a.C. y principios del siglo I d.C., cuando se consolidó la ruta comercial con Oriente a través de Egipto. Augusto recibió varias embajadas de la India, que tardaban cuatro años en llegar a Roma y acudían cargadas de valiosos objetos, entre ellos perlas. A partir de este momento, el comercio de lujo atrajo a un creciente número de clientes en Roma, interesados en adquirir estos productos exóticos.
Bajo los emperadores Claudio y Nerón, el comercio de perlas se concentró en algunos puertos de la costa de Arabia, convertidos en intermediarios entre la India y Occidente. Las mercancías pasaban a través de los puertos de Arabia hasta Alejandría, en Egipto, donde se guardaban en almacenes y se redistribuían por todo el Medi- terráneo. Este itinerario comercial queda atestiguado en obras como el Periplo del mar Eritreo, texto que especifica qué tipo de perlas preferían los romanos. Al parecer, las favoritas eran las de origen índico y las del mar Rojo, bellas por su blancura.
En Roma, los comerciantes especializados en la venta de perlas se llamaban margaritarii y se agrupaban en gremios o colegios para defender sus intereses. Muchos eran libertos vinculados a un patrón que se beneficiaba de su trabajo. Algunos propietarios de tiendas pagaban a personas o designaban a esclavos para que vigilasen sus negocios durante el día y la noche, para evitar los robos.
Monopolio comercial
En Roma se han localizado dieciocho inscripciones en las que se cita el oficio de margaritarius, aunque existe la posibilidad de que esta palabra, que se usaba para definir al vendedor de perlas, se aplicase también a todas las personas ligadas a este comercio, desde los exportadores a los joyeros. La mayoría de las inscripciones se han encontrado cerca de la Vía Sacra, lo que indica que existió un selecto grupo de margaritarii ubicado en una de las calles más conocidas y transitadas de Roma, que acabó convirtiéndose en el principal eje del comercio de lujo de la ciudad. Estos comerciantes no operaban sólo en Roma. En Hispania, por ejemplo, se ha localizado una lápida dedicada a un tal Silvano, un margaritarius que vivía en Augusta Emerita (Mérida).
Perlas-castañuela
Los romanos distinguían entre diversos tipos de perlas. Las más bellas y gruesas eran las llamadas uniones; las que tenían forma de pera se denominaban elenchi, y cuando se arracimaban mediante pequeñas cadenas, de modo que al golpearse hacían un pequeño ruido, se llamaban crotalia, o "castañuelas". En cuanto al color, las de un blanco perfecto eran con gran diferencia las preferidas.
Había múltiples formas de lucirlas, ya fuera como pendientes, en collares de hasta tres hileras de cuentas, cosiéndolas a las telas o bien engastándolas en otros objetos. Las damas de la aristocracia imperial las llevaban de todas las maneras posibles: en el vestido, en las diademas, en las horquillas para el pelo e incluso en los zapatos: consta que adornaban con ellas las correas de sus crépidas, las sandalias de moda en la época. No es extraño que los poetas criticasen esta clase de derroches. Marcial, en uno de sus epigramas, decía de una tal Gelia que "no jura [...] por dios o diosa alguna, sino por sus perlas. A éstas abraza y besa; las llama hermanos y hermanas y las quiere mucho más que a sus dos hijos. Dice la desgraciada que si por algún caso las perdiera, no viviría más de una hora".
Las perlas se convirtieron también en un símbolo del poder imperial. De Nerón se decía que guarnecía de uniones las camas que se llevaba de viaje, y a partir de Caracalla los emperadores empezaron a llevar diademas de perlas, seguramente combinadas con diversos tipos de piedras preciosas. También se usaban para decorar las estatuas. Plinio el Viejo cuenta que el gusto por las perlas y las piedras preciosas lo introdujo en Roma Pompeyo con la procesión triunfal tras su victoria sobre los piratas del Adriático. En ella se incluía una imagen del propio general realizada a base de perlas cuyo recuerdo escandalizaba al escritor: "¿Tu rostro, gran Pompeyo, hecho de perlas? ¿Perlas, derroche destinado a las mujeres? ¿Aquello que ningún hombre debe llevar?".