martes, 17 de abril de 2018
ABC:El equipo vasco de investigadores que vela por Pompeya
Frescos y mosaicos entrañan la cultura de la antigua Pompeya, la ciudad romana que quedó sepultada por la erupción del monte Vesubio en el año 79 d.C. Las obras, desaparecidas durante cerca de 17 siglos, forman hoy parte del Patrimonio Mundial de la Unesco. Lamentablemente, y pese a los trabajos de conservación a los que son sometidas, las pinturas no han permanecido ajenas a los cambios atmosféricos y los ataques de pequeños microorganismos. En este contexto, investigadores del equipo IBeA de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) han desarrollado un biocida natural con el que esperan minimizar su deterioro.
El grupo, que pertenece al departamento de química analítica de la universidad vasca, se ha dedicado los últimos ocho años al análisis «in situ» de las pinturas murales y los morteros de Pompeya. En la actualidad también trabajan en la investigación de otros elementos decorativos del yacimiento, así como del patrimonio artístico de la casa «Amorini Dorati». Una labor que puede llevar a cabo sin dañar los materiales gracias al uso de técnicas portátiles no invasivas, las cuales resultan esenciales dado el alto grado de restricción del parque arqueológico en lo que respecta a la toma de muestras.
Según explicó a este periódico Maite Maguregui, integrante del proyecto, uno de los logros del grupo IBeA ha sido la elaboración de un biocida natural a partir de aceites esenciales extraídos de las plantas del propio yacimiento. Una fórmula que, a priori, evitará que vegetales y microorganismos como hongos u otras bacterias colonicen los muros. En cualquier caso, la investigadora subrayó que todavía es necesario comprobar los efectos del producto en Pompeya: «Hay que testear los diferentes tipos de colonizadores y descubrir si el biocida es perdurable en el tiempo, algo que supone un gran reto», explicó.
Más allá de la creación del nuevo biocida, Maguregui destacó que IBeA tiene abiertos otros frentes en Pompeya, en cuya investigación trabajará al menos tres años más gracias al convenio suscrito recientemente entre la UPV/EHU y el parque arqueológico. Entre otras iniciativas, el grupo trata de devolver el color original a los frescos, cuyos pigmentos sufrieron una «deshidratación» provocada por el impacto de restos volcánicos del Vesubio: «En muchos murales se ven ciertas partes rojas que originalmente eran amarillas», afirmó la experta, que explicó que para este tipo de operaciones es necesario conocer de antemano la naturaleza de los materiales que componen las obras de arte para no deteriorarlas.
Estricta conservación
Desde que el equipo de la UPV/EHU realizara sus primeros trabajos en Pompeya en el año 2010, la situación del yacimiento ha mejorado de forma sustancial, sostuvo Maguregui, quien alabó la dedicación de los restauradores: «Se han hecho muchas actuaciones -explicó-. Estructuralmente se nota muchísimo». La razón de esta tendencia positiva radica en parte en la severa restricción de las labores de muestreo, lo cual, sin embargo, ha dificultado la investigación del grupo vasco. En este sentido, la experta destacó que incluso recoger esquirlas desprendidas de una pared resulta «impensable» en la actualidad, pues prima la conservación y la organización del recinto.
En cualquier caso, algunos de los frescos más singulares fueron «arrancados» de las paredes para trasladarlos al museo arqueológico de Nápoles, donde no están expuestos al impacto de contaminantes ni de gases ácidos.
Destino Marte
No es Pompeya el único foco de actuación del equipo de la UPV/EHU, que actualmente dispone de nueve integrantes. Algunos de ellos participan también en el yacimiento arqueológico de Machu Picchu, donde han realizado diversos estudios en el agua de lluvia y en el suelo para verificar los niveles de contaminación. IBeA ha elaborado a su vez análisis en la roca sagrada del poblado, los cuales podrían ofrecer información acerca de si las colonizaciones que presenta afectaban a su integridad.
Por otro lado, el grupo vasco ha colaborado con el desarrollo de la tarjeta de calibración que se integrará en el nuevo «rover» que la NASA pretende enviar a Marte en 2020 con el objetivo de buscar signos de vida.