miércoles, 21 de diciembre de 2016
El Mundo:La nueva vida del templo del faraón guerrero
Dominado tal vez por la misma megalomanía que padecen los políticos de hoy, Tutmosis III -el faraón guerrero que amplió los dominios del Antiguo Egipto hasta limites jamás alcanzados- tampoco perdía ocasión de firmar las grandes obras que alumbró su mandato."Cuando el monarca decidió construir el templo se celebró la ceremonia del estiramiento de la cuerda. Se realizó por la noche y orientada por las estrellas. Estiraron una cuerda que sería simbólicamente el eje del templo y se señalaron cuatro lugares en los que, una vez excavados, fueron depositadas piezas que traerían suerte a la edificación", cuenta la egiptóloga española Myriam Seco a las puertas del templo funerario de Tutmosis III, plantado entre los campos fértiles regados por el Nilo y la pedregosa y agujereada colina de Qurna, en la orilla occidental de la actual Luxor. En su vasto perímetro, que se extiende a lo largo de 100 metros de ancho y 150 metros de largo, la misión que a las órdenes de Seco horada sus entrañas desde 2008 ha hallado las primeras piedras que depositó el rey durante tan singular y solemne ritual.
"Se solían colocar en las esquinas y es un pequeño tesoro. Hemos encontrado unos monolitos de granito, cuarcita y arenisca, los materiales usados en el templo. Los cuatro de mayores proporciones tienen el cartucho del soberano y la inscripción: 'Tutmosis III en su templo del oeste en el día del estiramiento de la cuerda", detalla la arqueóloga.
Valiosos hallazgos
Es mediados de diciembre y la expedición apura sus últimos días. Las cuadrillas de obreros se desparraman aún por las ruinas del templo de Millones de Años (como se denomina a los templos funerarios del Imperio Nuevo) dedicado al apodado 'Napoleón egipcio' (1490/68-1436 a.C.). Las nueve campañas han ido desempolvando un recinto extraviado en mitad de la antigua Tebas faraónica. "Es un templo en ruinas que nos ha permitido acceder a una serie de informaciones muy valiosas como su cimentación", subraya la sevillana mientras observa al menguado ejército de trabajadores que, enfundado en "galabiyas" (túnicas), reconstruye la rampa del primer patio, mutilado hoy por el asfalto de la carretera que cruza a unos metros.
"Es la rampa que conducía a la tercera terraza del templo. Estaba construida de adobe y recubierta de losas de piedra", explica la directora de la misión antes de internarse en el laberinto.
Cuadrícula a cuadrícula la edificación va desvelando sus secretos. Al cruzar los muros de adobe -remontados sobre los originales-, la mirada se pierde en los ocho hoyos -cuatro a cada lado de la rampa- que carcomen el suelo del segundo patio. "Son ocho maceteros. Es un agujero de nueve metros de profundidad en la roca madre que llega hasta la capa freática. Los rellenaban de tierra fértil y estaban rodeados de adobe. No requerían riego", arguye Seco, capaz de imaginar la fronda perdida. "En uno de los huecos hallamos restos de raíces y hojas secas que corresponderían a una persea, el árbol sagrado de los egipcios".
A ras de suelo, el templo parece un universo cuasi inabarcable que cada otoño auscultan una treintena de expertos -la mayoría españoles- y 150 obreros en busca de los restos del naufragio. "Estamos reparando una deuda. Que el templo de una figura de tal trascendencia histórica no estuviese excavado era algo que no encajaba", replica el también egiptólogo y miembro del proyecto Javier Martínez Babón. "Tutmosis III es uno de los faraones más fascinantes y éste su templo de eternidad".
Martínez Babón habla del desagravio pendiente entre los muros de una estancia construida fuera del complejo y en presencia del último paciente rescatado de los enterramientos que se extienden bajo tierra. El recién llegado, socorrido hace tan solo unas semanas, es una momia cubierta de un espléndido cartonaje. "Es lo más bonito que he visto. La policromía es magnífica", confiesa feliz el especialista. Poco se sabe a ciencia cierta del difunto, un tal Amon Renef que portaba el título de "Sirviente de la Casa Real".
"Tenemos que investigar el título para tratar de precisar el cargo. Sería probablemente un funcionario de rango medio", avanza Martínez Babón. La primera radiografía del finado ha arrojado luz sobre su interior: "Las termitas han devorado los soportes de madera del cartonaje. Solo quedan las vendas que recubren la momia. Ni siquiera hay amuletos". A juicio del académico, el despliegue simbólico dibujado en el cartonaje disculpa el vacío que reina en su interior. "En realidad, lleva encima todo lo necesario para un exitoso tránsito hacia el mas allá. Están, para empezar, la protecciones invocando al sol como el escarabeo, que es el sol de la mañana, y el carnero, que representa al sol del atardecer". Residen, además, en su colorida piel las diosas protectoras Isis y Neftis con sus alas desplegadas; los cuatro hijos de Horus encargados de custodiar las vísceras del difunto o los halcones protectores. "Hay un detalle muy emotivo en su tumba. En la parte hundida del sarcófago hemos recuperado los restos de una guirnalda de flores y hojas secas que debía ser el postrero acto de cariño de alguien hacia el difunto. Es el toque sentimental", concluye.
De la odisea que arrancó a Amon Renef del subsuelo, más allá del muro perimetral sur, levantan acta sus protagonistas, las restauradoras Inmaculada Lozano e Inés García. "Fue una hazaña", corrobora Lozano. "La tumba -agrega- era muy angosta y nuestra mayor preocupación era que nos fallara el cuerpo y el cartonaje resultara dañado". Durante ocho días y en intervalos de diez minutos ambas prepararon el regreso a tierra del funcionario. "Lo primero fue retirar los fragmentos del sarcófago que, salvo cabeza y pies, había sido comido por las termitas. Luego lo limpiamos con una perilla de aire y lo cubrimos de gasas", apunta García. El auxilio definitivo resultó la misión más azarosa. "Parecía un rescate de alta montaña", evoca Lozano. Una vez fuera del nicho, el cartonaje recobró el hálito con una pasta a base de dióxido de silicio y adhesivo inyectada sobre las diminutas perforaciones realizadas por las termitas en su repliegue.
La sepultura de Amon Renef se suma a una larga retahíla de enterramientos localizados en un recinto y aledaños escudriñados fugazmente a finales del siglo XIX y principios del XX por los egiptólogos Daressy, Weigall y Ricke. "Cuando Tutmosis III levanta aquí su templo esto era ya una necrópolis. Hasta ahora hemos excavado 25 tumbas", recalca Seco apostada en la esquina noroeste. Sobre el muro se ha localizado un tumba de época tardía con tres estancias subterráneas con un centenar de momias hechas trizas y una bella colección de varias decenas de amuletos. "Las habitaciones fueron saqueadas y las momias quemadas y despedazadas. Lo que encontramos parecían escenas de una película de terror", comenta la "mudira" (directora, en árabe), a cargo de un intrincado plano en el que se superponen épocas y yacimientos.
"Los enterramientos ubicados debajo del templo son del final de la XII dinastía. Allí localizamos las tobilleras de plata y los brazaletes de oro que nos indican el elevado estatus de sus dueños. En el exterior del muro sur, la de Amon Renef es una de las tumbas del tercer período intermedio. Y en el lado opuesto, más allá del muro norte, nos hemos topado con un promontorio de tumbas más humildes de la dinastía XI.
De momento, solo hemos estudiado una parte de la colina en la que fueron enterradas varias mujeres con un reposacabezas, un espejo y tres mesas de ofrendas de cerámica".
Una sucesión de necrópolis que juntas se extienden a lo largo de más de 1.500 años de historia. En la superficie, entretanto, María Franco colecciona los objetos que rememoran el culto que albergó el páramo -excavado parcialmente en la montaña- en épocas de Tutmosis III, el "hereje" Ajenatón y Ramsés II. "Mi objetivo es precisamente explicar cómo funcionaba el templo, su día a día", esboza la joven, quien prepara su tesis en la universidad alemana de Tübingen centrada en este inventario. "Hay desde elementos piadosos como los exvotos de terracota que llevaría la gente hasta estelas a modo de vínculo del faraón con la divinidad y las piezas cotidianas como las rasuradoras que usarían los sacerdotes para afeitarse la cabeza, las sandalias e incluso las herramientas empleadas para arreglar y conservar el templo".
El sueño de un museo al aire libre
De rescatar la memoria que guardan las ruinas también se ocupa Linda Chapon, a punto de concluir una tesis sobre la arenisca que una vez habitó las paredes del templo. "Hay documentados unos 6.400 fragmentos sin contar los de esta campaña. Algunos aportan mucha información y otros son un signo o una línea. Los más pequeños apenas tienen cinco centímetros y se hallaron extramuros entre los desechos de las excavaciones del siglo XIX y XX", precisa la historiadora, becada también por el proyecto. "A partir de la base de datos trato de reconstruir por ordenador lo que se puede. Calculo que he logrado entre el 15 y 20% de todo lo que había en los muros", añade.
Su ardua labor coincide con el sueño de Seco: transfigurar las tres terrazas en una muestra al aire libre. "De todo esto, que fue una vez un montículo de arena, queremos hacer un museo en el que el visitante pueda imaginar la planta y el significado de este templo, que fue además un lugar económico y administrativo", revela la directora de la expedición mientras deambula allende el muro norte. A unos metros, los últimos obreros cruzan una de las áreas ganadas al desierto.
"Este era el basurero del templo. En esta campaña hemos retirado entre dos y tres metros de cerámica rota. La gente venía con su jarra y, una vez realizada la ofrenda, la arrojaba en este lugar", señala el rostro de uno de los proyectos más veteranos de la egiptología española, financiado por el Banco Santander, la Fundación Botín, la compañía mexicana Cemex y la fundación sevillana Cajasol.
Una singladura que ha lavado la cara de una desconocida porción de la necrópolis tebana y que ya barrunta final de travesía. "Podríamos estar aquí 30 años pero un proyecto no puede ser eterno", opina Seco, quien calcula que se necesitarán tres años para echar el cierre definitivo a las excavaciones. "El proceso para musealizar el complejo -apostilla- nos llevará siete u ocho años más. Nos queda, además, mucho material por publicar". Fascinado por la hoja de servicios de "Tutmosis el Grande", Martínez Babón reconoce que las pesquisas reunidas en patios, peristilo, sala hipóstila y santuario han ayudado a "matizar" la biografía del general.
"Hemos ampliado su conocimiento con detalles como el hallazgo de evidencias de sus campañas asiáticas en su templo. Lo cierto es que no esperaba encontrar tanto y en tan buenas condiciones".