lunes, 7 de noviembre de 2016
Por qué la fabulosa copa de Licurgo desconcertó y luego asombró a los científicos
Todo en ella es fabuloso.
Desde las hojas de parra de plata dorada que adornan el borde y forman el pie de la copa, hasta las pequeñas esculturas de vidrio que representan varias escenas de la muerte de Licurgo, el mitológico rey de Tracia que perdió la vida por prohibir el culto a Dionisio, el dios tracio del vino.
Es un ejemplo excepcional, que data del siglo IV, de las que se conocen como copas de jaula o diatretum, pues las figuras de vidrio se entrelazan formando una suerte de jaula decorativa.
Las diatretas se cuentan entre los objetos de vidrio más técnicamente sofisticados que se produjeron antes de la era moderna.
Uno de los dos primeros expertos que la pudieron examinar en detalle en los años 50, David Benjamín Harden, la describió como "la pieza de vidrio más espectacular de ese período que conocemos".
Y, a medida que se fue conociendo mejor, más estupefactos dejaba a los científicos.
Les impresionaba la habilidad de los artesanos para crear un objeto tan exquisito, que incluso con las máquinas modernas requeriría de destreza y tiempo para reproducir.
Pero eso no era todo.
Los artistas romanos que la crearon hace más de un milenio y medio habían dejado un secreto en su interior, que se revelaba con un dramático cambio de color.
A veces se veía así:
El cambio dependía de la dirección de la luz.
Al alumbrarla por delante, su color es verde jade y opaco; por detrás, se torna rojo rubí translúcido... y varios tonos de esos dos colores en medio.
Perplejidad
Desde que el Museo Británico la adquirió en 1958, el misterio del color del cáliz milenario intrigó a los expertos.
No fue sino hasta 1990, cuando unos investigadores en Inglaterra examinaron con microscopios unos fragmentos del vidrio, que se descubrió que los artesanos romanos fueron unos pioneros de la nanotecnología.
Habían impregnado el vidrio con partículas de plata y oro que redujeron a 50 nanometros en diámetro, es decir, mil veces más pequeñas que un grano de sal.
Tal escala sólo da cabida a la perplejidad.
Particularmente porque simplemente añadir oro y plata al vidrio no produce automáticamente esa propiedad óptica única.
Para lograrlo, se requiere un proceso tan controlado y cuidadoso que lleva a que muchos expertos descarten la posibilidad de que los romanos hayan podido producir la asombrosa pieza por accidente, como sugieren algunos.
Es más, la mezcla tan exacta de los metales hace pensar que los romanos llegaron a entender cómo usar las nanopartículas.
Descubrieron que si le añadían metales preciosos al vidrio fundido lo podían teñir de rojo y producir unos efectos de cambio de color inusuales.
Pero, según los investigadores del estudio "La copa de Licurgo - la nanotecnología romana", era una técnica demasiado complicada para perdurar.
No obstante, siglos más tarde la maravillosa copa fue la inspiración para la investigación contemporánea de nanoplasmones.
Ese secreto que dejaron los antiguos romanos en un cáliz que honra al dios de la vendimia y el vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, hoy en día es valioso, entre otras cosas, para diagnosticar enfermedades e identificar riesgos biológicos.