viernes, 11 de noviembre de 2016
Pompeya resucita su biblioteca de las cenizas
En Pompeya y Herculano el tiempo se detuvo el 24 de agosto del año 79 de nuestra era, cuando una erupción del Vesubio, sepultó a estas dos prósperas ciudades romanas. Debió ser terrible. Una negra fumarola se erigía desafiante hacia el cielo desde primera hora de la mañana. Dejaba caer sobre las calzadas de Herculano una especie de fango, mezcla de lluvia, cenizas y lava. Cubrió tejados y penetró por ventanas y rendijas. En Pompeya sucedió de forma análoga; un finísimo chirimiri de cenizas que nadie sentía lo cubrió todo. Después llovieron pequeñas piedras volcánicas y, por último, piedras pómez de varios kilos. La ciudad quedó envuelta en vapores de azufre que convirtieron el aire en algo irrespirable. La gente salía horrorizada de sus casas y muy pocos pudieron huir, algunos de ellos aún parecen retorcerse de dolor dos mil años después, cuando observas sus cuerpos petrificados -cual museo del horror- tras una cristalera a la salida del recinto arqueológico. Tuvo que suceder de forma repentina. Sus posturas, sus muecas de horror impresionan sobremanera por mucho que los arqueólogos insistan que se trata sólo de moldes obtenidos a base de rellenar los huecos de la lava que los calcinó.
Plinio el Joven nos legó el dramático relato de esta devastadora erupción en la que perdió a su tío, Plinio el Viejo, comandante en jefe de la flota romana del Miceno. Acudía con sus hombres a prestar ayuda a los malogrados habitantes del valle cuando perecieron en el puerto de Mesina, víctimas de las emanaciones tóxicas. Debió ser lo más parecido a un castigo divino: terremotos, el mar retirándose y dejando en seco un repertorio de criaturas marinas para regresar, después, en forma de un devastador tsunami. Todo transcurrió en unas pocas horas.
La Villa de los Papiros
Al noroeste de Herculano, próxima al mar y rodeada por un jardín cerrado por pórticos, se erigía la casa de Pisón, suegro de Julio César para más señas. La suntuosa villa acomodaba cuatro niveles dispuestos en una serie de terrazas con una amplia franja de jardines de verduras, viñedos y bosques, hasta una pequeña bahía. La casa del patricio no fue ajena a la voracidad del volcán. La que a la sazón fuera uno de los edificios más lujosos de Pompeya y Herculano, terminó borrada de la faz de la Tierra bajo 30 metros de cenizas... hasta que el 2 de mayo de 1750, Karl Jakob Weber la descubrió por casualidad. Y con el hallazgo llegó la sorpresa: La casa poseía una biblioteca con 1.785 rollos de papiro carbonizados. Los rollos habían sido almacenados cuidadosamente en estantes que cubrían las paredes de una enorme estancia. Nacía así la Villa de los Papiros pero, ¿qué contendrían?
Desenterrados entre octubre 1752 y agosto de 1754, fueron sometidos a los primeros intentos de lectura por el Príncipe de San Severo -con fama de nigromante- y Camillo Pederni, responsable de la creciente pila de antigüedades que se desenterraba en Herculano. Éste último escribió a un tal doctor Mead, de la Royal Society de Londres, solicitando ayuda. Al parecer, la curiosidad del rey Carlos III, entonces rey de Nápoles y amigo personal del príncipe de San Sevedro, era tal que ordenó abrir alguno de los rollos pero, eran tan frágiles que, al intentarlo, se reducían a cenizas.
Contemporáneo a Paderni fue Antonio Piaggio, un conservador del Vaticano que logró construir un estante del que, mediante hilos de seda, suspendía el papiro para que se desenrollara por su propio peso durante meses. Con cada intento la biblioteca de Pisón iba diezmándose pero, dado que los papiros constituían la única biblioteca del mundo antiguo que ha "sobrevivido", era importante descifrar su contenido. En la segunda planta del Museo Arqueológico de Nápoles se puede contemplar alguno de estos papiros junto al sistema desarrollado para extraer la información.
Durante el siglo XIX, científicos noruegos volvieron a intentar leer su contenido aplicando un adhesivo a base de gelatina que, cuando se secaba, permitía separar por capas los pergaminos. Aunque también se fragmentaban, mediante este rudimentario método, sin embargo, lograron desenrollarse completamente 585 papiros y otros 209 parcialmente. Otros 400 permanecen intactos y otros tantos -alrededor de 450- son tan difíciles de leer que su texto sigue siendo desconocido. Se cree que los rollos carbonizados podrían contener 30 diálogos perdidos de Aristóteles, la obra filosófica de Epicuro, poemas eróticos de Philodemus, poemas perdidos de Virgilio, trabajos científicos de Arquímedes y poesías de Safo.
Leyendo con Rayos X
A partir de entonces, los esfuerzos se concentraron en encontrar fórmulas que permitieran acceder al contenido de aquel tesoro bibliográfico sin destruirlo, y para ello, se utilizaron modernas técnicas de imagen multiespectro, con filtros infrarrojos y ultravioletas con la esperanza de acceder al mensaje oculto de los papiros.
262 años más tarde, un equipo de investigadores del Instituto de Microelectrónica y Microsistemas de Nápoles, dirigido por Vito Mocella, asegura poder resolver el misterio gracias a una nueva técnica conocida como tomografía de contraste de fase de rayos X (XPCT), una técnica de imágenes de rayos X 3-D de uso común en medicina.
Los pergaminos fueron escritos con carbón, cuya densidad es casi idéntica a la de los papiros carbonizados, lo que hace imposible distinguir la tinta del papiro utilizando técnicas de rayos X convencionales. Pero el equipo de Mocella ha superado este problema mediante la técnica de formación de imágenes de contraste de fase. Se basa en un rastreo de patrones en contacto con la luz. Ello permite distinguir distintas variaciones de intensidad y grabarlas en un detector posicionado a una distancia determinada. Las aplicaciones médicas de esta nueva técnica también permitirán ajustar mucho las imágenes de zonas del cuerpo de muy similar absorción de rayos X.