miércoles, 11 de mayo de 2016
El Senado romano
Surgió bajo la época monárquica, hacia el siglo VIII a. C., y en un primero momento constaba únicamente de 30 miembros elegidos entre la casta superior, la patricia. Ante ellos, los reyes y sus consejeros presentaban todos aquellos aspectos importantes al reino y los senadores se encargaban de aprobar o desaprobar los proyectos, alianzas y tratados.
Con el tiempo esos poderes se fueron agrandando, llegando los senadores a poder designar a generales, cónsules o magistrados. Además de solucionar los conflictos entre ciudadanos y condenar a detenidos y enemigos vencidos. Con la llegada de la República, en torno al siglo I a.C., el número de senadores ascendió a 300. Fue su época de mayor esplendor porque, ya sin reyes ni dictadores, correspondió al Senado la tarea de dirigir la política romana, tanto en su aspecto externo como interno.
Senadores fueron algunos de los mejores generales de esa época, y también senadores fueron los magistrados y embajadores. Un órgano formado por gobernantes que no debía rendir cuentas a nadie más que a sus miembros. Y como los cargos eran vitalicios, resultaba muy difícil ser expulsado del cuerpo, aunque se declarase una ineficacia manifiesta.
Con la llegada de César al poder, el número de senadores aumentó a los 900, acorde con la expansión territorial de Roma. Aquellos años significaron la cúspide del poder senatorial, pero también el inicio de su final, ya que a la muerte de César y la llegada al poder de Augusto, la República dio paso al Imperio y con él a nuevas reglas. Una de las más importantes, reducir el número de senadores a los supervivientes de las familias tradicionales y reconvertir el organismo en un mero órgano consultivo.
Su fin llegaría en el siglo VI, cuando las tropas godas desbordaron las fronteras de Roma, dinamitando algunas de sus tradiciones e instituciones milenarias.