martes, 17 de febrero de 2015
Revista Historia:El combate cuerpo a cuerpo en las Legiones Romanas
El combate cuerpo a cuerpo en las Legiones Romanas durante las batallas nada tenía que ver con las caóticas escenas de batallas a las que el cine nos tiene acostumbrados.
Muchas batallas romanas, especialmente durante el Imperio tardío, contaban con fuego de preparación procedente de onagros y balistas. Estas máquinas constituían un rudimentario cuerpo de artillería, disparaban grandes flechas y piedras sobre las formaciones enemigas (aunque muchos historiadores se cuestionan la efectividad real de dichas armas).
Siguiendo esta barrera de proyectiles, avanzaba la infantería romana, en cuatro líneas, hasta que se encontraban a treinta metros del enemigo. En ese momento, se detenían, enarbolaban sus pila y cargaban. Si la primera línea era rechazada por el enemigo, una nueva línea ocuparía su lugar rápidamente.
A menudo, esta rápida secuencia de ataques mortales, comparable a olas rompiendo contra la costa, se convertía en clave para conseguir la victoria. Otra táctica común consistía en provocar al enemigo con cambios prefijados y misiles rápidos de los auxiliares equites (caballería auxiliar), que forzaban al ejército rival a perseguirles. En este momento podían ser arrastrados a una emboscada, donde sufrirían el contraataque de caballería e infantería pesada romanas.
Una vez finalizado el despliegue y escaramuzas iniciales, el cuerpo principal de infantería pesada cerraba los huecos y atacaba al unísono. Las primeras filas normalmente lanzaban sus pila, y las siguientes alzaban las suyas sobre las cabezas de los primeros. Si el lanzamiento de una jabalina no causaba la muerte o hería a un oponente, se doblaba, haciéndola inutilizable por sus enemigos, de la misma forma, si esta penetraba un escudo, al doblarse inutilizaba al mismo.
Tras el lanzamiento, los soldados desenvainaban sus espadas y se lanzaban contra el enemigo. Se hacía especial énfasis en la utilización del escudo para suministrar la máxima cobertura del cuerpo, mientras se atacaba la parte expuesta del cuerpo del enemigo. En el combate consiguiente, la disciplina romana, el pesado escudo, armadura y entrenamiento les otorgaba especial ventaja.
Algunos sabios de la infantería romana mantienen que el intenso trauma y estrés del combate cuerpo a cuerpo implicaba que los contendientes no se golpeaban uno al otro continuamente hasta que uno caía.
En lugar de ello, existían cortos periodos de lucha frenética. En momentos de indecisión, los contendientes podían separarse una corta distancia para tomar aliento, y acelerarse de nuevo hacia delante para retomar el duelo.
Otros soldados detrás ocuparían el hueco, enfrentándose a nuevos enemigos o cubriendo a sus compañeros. Un guerrero individual podía, por tanto, contar con un alivio momentáneo, en lugar de una interminable lucha a muerte o hasta quedar incapacitados de una grave herida.
Con el progreso de la batalla, el estrés físico y mental se intensificaba. El aguante y fuerza de voluntad requería una nueva carga, que llevaba consigo un ataque más frenético y desesperado. Eventualmente un bando comenzaría a romperse, momento en el cual comenzaba la auténtica masacre.