martes, 19 de junio de 2018
El País: Pompeya, en busca de una segunda vida
En el viaje al interior del nuevo yacimiento aparecen tres domus originales con balcones asombrosamente bien conservados, frescos intactos como el que da la bienvenida a la llamada casa de los delfines, con la representación de una pareja de estos mamíferos en color dorado nadando en un fondo negro. O propaganda política grabada en rojo y negro en los muros de una casa de una calle transitada que confirma que la ciudad estaba en plena campaña electoral, aunque no pudieron concluirla antes de que la furia del Vesubio arrasara con todo. “Os ruego que votéis a Elvio Sabino, digno del Estado, un hombre bueno”, se lee en una. D’Esposito aclara que era un personaje respetado en la urbe y, a juzgar por el gran número de inscripciones con su nombre que se han encontrado en otros periodos, muy presente en la vida pública. Algo que no resultaba fácil, dada la reputación histórica de votantes exigentes que tenían los pompeyanos. Cicerón incluso solía comentar que era más sencillo llegar a senador en Roma que a decurión en Pompeya.
Estos y otros importantes descubrimientos que han resurgido en ese sector, conocido como Regio V, al norte del yacimiento, se presentaron la semana pasada a un grupo de medios. “Pompeya todavía vive y nos deja mensajes día tras día”, resumió el general Mauro Cipolletta, director del Gran Proyecto Pompeya. La zona está en proceso de excavación y llena de fosos todavía abiertos, pero, cuando concluyan las obras y se hayan sacado a la luz todos los tesoros, abrirá al público.
En esta fase se aprecia un gran contraste entre las calles del resto de la ciudad, sorprendentemente bien conservadas y por las que transitan cómodamente cada año tres millones y medio de turistas, y la Pompeya inédita. Aquí los pies se hunden en el suelo al avanzar entre el material volcánico que cubrió la ciudad. Y las pequeñas piedras de lapilli —fragmentos sólidos de lava, una especie de granizo negro— se cuelan en los zapatos.
En esta parte hay un constante trajín de brochas, escobas, palas y carretillas envueltas por una polvareda perenne. Los excavadores remueven la tierra mezclada con piedra pómez, cenizas y el flujo piroclástico por todas partes. Lo hacen bajo un calor sofocante que recuerda a aquel tórrido verano del año 79 de nuestra era, cuando el Vesubio se despertó y barrió la próspera Pompeya.
Poco a poco van saliendo a la luz pinturas que conservan casi inalterado el clásico rojo pompeyano, decoraciones y todo tipo de mobiliario. Como un elegante candelabro de bronce, que emergió íntegro, apoyado sobre una pared en la llamada casa de Júpiter. O un conjunto de ánforas, en el callejón de los balcones, colocadas boca abajo para que se secaran al sol. Cada hallazgo es como una cápsula del tiempo cada vez más precisa. “Con las nuevas técnicas somos capaces de ver las estructuras exactamente tal y como se encontraban en el momento de la erupción y eso nos ayuda a entender las dinámicas de destrucción del paso del tiempo”, explica la arquitecta Arianna Spinosa, directora de las excavaciones del Gran Proyecto Pompeya.
En el parque arqueológico, cada día se revive la emoción de las primeras excavaciones. Todos comentan el hallazgo más significativo de esta nueva etapa, que retrata el lado humano de la tragedia y que ha dado la vuelta al mundo: el esqueleto de un hombre que murió decapitado por una gran roca cuando trataba de salvarse de la erupción. Corría todo lo deprisa que su pierna enferma le permitía, pensando probablemente que escapaba del castigo de los dioses y no de una de las mayores catástrofes naturales de la historia. “Es dramático”, dice Giordano, que presenció el descubrimiento, mientras señala la posición en la que aparecieron los restos, que ahora se encuentran en un laboratorio. También habla de la lluvia que lo sepultó en cuestión de segundos, a la vez que señala con respeto al imponente Vesubio, una mole ingente que domina la bahía de Nápoles y que por ahora duerme.
El Gran Proyecto Pompeya se lanzó en 2012 para subsanar lo que se apodó la “segunda destrucción” de la ciudad, casi más terrible que la primera por la desidia que la provocó: acabó asolada por el abandono y los derrumbes. Años de gestión deficiente y la injerencia de la camorra napolitana pusieron en peligro incluso la denominación de Patrimonio de la Humanidad. A partir de 2014 empezaron a dejarse atrás esos fantasmas y se dio salida a los fondos que la Unión Europea aportó al plan —115 millones de euros— hasta entonces bloqueados en un cajón. La administración del yacimiento tomó un nuevo rumbo y ahora comienzan a verse frutos trascendentales. Pompeya parece lista para afrontar el reto de la ardua conservación de los restos descubiertos y para evitar que alguna parte vuelva a quedar sepultada. Aunque el director del parque arqueológico, Massimo Osanna, invita a la prudencia: “No hay que bajar la guardia, tres años sin manutención serían suficientes para que hubiera que comenzar de cero”.