lunes, 1 de febrero de 2016

ABC:Roma muestra parte de la necrópolis en la que fue enterrado San Pablo


Roma mostrará el sepulcro de la vía Ostiense, parte integrante de una necrópolis mucho más amplia y que aún permanece sepultada e inexplorada en la que, según la tradición, fue enterrado el Apóstol San Pablo. La apertura al público de este yacimiento arqueológico se enmarca en los actos del Año Santo Extraordinario de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco hasta el próximo 20 de noviembre.

Las visitas, gratuitas, tendrán lugar una vez al mes hasta el próximo junio y serán explicadas por los técnicos de la superintendencia cultural del ayuntamiento romano. Estos restos, al aire libre desde que fueron desenterrados en 1917, son «una pequeña porción de una amplia necrópolis en la que fue enterrado el mártir San Pablo», según explicó la arqueóloga Cristina Carta.

La mayor parte de este área sepulcral permanece sepultada y, como recuerdo de su remota existencia, en la actualidad puede verse este sepulcro y, unos metros más adelante, la imponente Basílica de San Pablo, donde fue enterrado el apóstol tras ser decapitado por Nerón, en aquellos años de persecuciones y cultos clandestinos.
Ahora el visitante podrá recorrer los laberínticos callejones que componen este sepulcro y adentrarse en los angostos panteones familiares que lo componen.

La necrópolis estuvo en funcionamiento entre el siglo I a.C y el IV d.C y se extendía a lo largo de la vía Ostiense, la que unía el corazón de la Roma «caput mundi» con el importante puerto de Ostia. La vía Ostiense era hace dos milenios un concurrido camino recorrido por las numerosas personas que llegaban a la capital del Imperio desde múltiples lugares y, muestra de ello, son algunas lápidas con inscripciones en griego que pueden apreciarse.

Asimismo pueden visitarse las austeras salas en las que eran depositadas las cenizas de los difuntos, los columbarios, pero también los ricos receptáculos reservados a las más notables «gens». En cualquier caso, tanto los enterramientos más pobres como los más fastuosos de este área dan muestra de la importancia que la muerte tenía en el idiosincrasia romana.

El visitante podrá descubrir las delicadas decoraciones que han sobrevivido al paso de los siglos y que reproducen en asombroso buen estado iconografías como la paloma, el pavo real o el pegaso, símbolos todos del tránsito al más allá.

La importancia del sepulcro

Pero si por algo es importante el sepulcro de vía Ostiense es porque, según la arqueóloga, «ofrece una documentación puntual sobre el paso del rito de la incineración al de la inhumación», dos rituales vigentes de manera simultánea durante «mucho tiempo». La mayor parte de este lugar está destinado a acoger cenizas pero su nivel más reciente documente el empleo de las inhumaciones.

El punto de inflexión se ubica a partir del siglo II, cuando se impuso el rito del enterramiento debido a la preponderancia que estaba adquiriendo la nueva religión, el Cristianismo, en perjuicio de los credos paganos politeístas, condenados a la extinción. «Todas las áreas sepulcrales suponen una importante documentación tanto desde el punto de vista del estudio de los grupos sociales y de las técnicas constructivas y decorativas, como de los rituales usados dentro de estos recintos», explicó Carta.

Entre los objetos hallados están los usados durante ritos como el «refrigerium», el banquete que se hacía en torno al finado, o el óbolo a Caronte, la moneda que se dejaba bajo la lengua del difunto para que este pagara su viaje al más allá. También numerosas falanges ya que los romanos creían que una parte de su cuerpo debía permanecer intacta en el mundo de los vivos, por lo que era depositada junto a sus cenizas en las urnas funerarias.

Sea como fuere, Carta asegura que esta necrópolis fue, sin lugar a dudas, un espacio extenso que acogió numerosos enterramientos, entre ellos el del «apóstol de las gentes», San Pablo.

Con el fin de las persecuciones, al comienzo del siglo IV, el emperador Constantino hizo construir una basílica sobre el lugar en el que los cristianos veneraban la memoria de San Pablo, enterrado en una necrópolis por su condición de ciudadano romano. Este templo ha ido evolucionando con el paso de los siglos y en él puede verse un sarcófago en el que según la Iglesia Católica reposan los restos del apóstol.