miércoles, 11 de marzo de 2020
National Geographic:Sheshonq I: El faraón que conquistó Jerusalén
Entre los años 1180 y 1174 a.C., el faraón Ramsés III reubicó en el delta del Nilo a un contingente de soldados de origen libio. Estos mercenarios, llamados mashauash en los textos, tenían como misión proteger el este del país de posibles invasiones asiáticas. Poco a poco, estos grupos formaron verdaderos linajes libios en torno a sus dirigentes locales, los llamados «jefes de los mashauash». Dos siglos después de su establecimiento, uno de estos jefes aprovechó una crisis sucesoria para convertirse en faraón. Sheshonq I inauguró una nueva dinastía egipcia, la XXII, y se propuso que Egipto fuera de nuevo la potencia dominante en el Próximo Oriente.
El ascenso de Sheshonq al trono no fue casual. Su familia, originaria de Bubastis, en la zona oriental del Delta, gozaba de mucha influencia y poder gracias, por un lado, a las relaciones que había establecido con los sacerdotes de Ptah en Menfis y, por el otro, a la cuidada política matrimonial que los llevó a emparentar con los faraones. El propio Sheshonq era sobrino (tal vez incluso hijo) del faraón Osorcón el Viejo, y su hijo, llamado también Osorcón, se casó con la hija de Psusenes II, la princesa Maatkare. Esta proximidad a la corte faraónica permitió que Sheshonq se convirtiera en consejero de confianza de Psusenes II, el último faraón de la dinastía XXI. Así lo prueba una estela en la que Psusenes lo menciona con el título de «ése es mi grande», que precisamente significaba «el favorito».
De este modo, cuando Psusenes murió sin descendencia, Sheshonq estaba perfectamente situado para hacerse con la sucesión, como así ocurrió. No sabemos las circunstancias concretas de este relevo, pero parece que se plantearon dudas sobre la legitimidad del nuevo faraón, a juzgar por la insistencia del propio Sheshonq en proclamar la continuidad de su reinado con el de la dinastía XXI, adoptando, por ejemplo, parte de los títulos de su fundador, el faraón Esmendes, aunque no los ostentó hasta el segundo año de su reinado. En cambio, su origen extranjero hizo que no fuera bien visto entre los sumos sacerdotes de Amón en Tebas, quienes lo llamaban «gran jefe de los mashauash» (abreviatura de) aludiendo a su origen libio.
De caudillo libio a faraón
Para acabar con esta resistencia soterrada del clero de Tebas, Sheshonq se dirigió allí de inmediato con el ejército. Se detuvo en Abydos para consultar el oráculo de este lugar sagrado, que lo ratificó en el trono. De esta visita se conserva parte de una estela en la que aparece Sheshonq representado como faraón de acuerdo con los cánones artísticos egipcios. Solamente la presencia de las plumas en la cabeza y su título de «gran jefe de los ma» pone de manifiesto su origen no egipcio.
Siguiendo una política que era muy habitual en la dinastía XXI, Sheshonq nombró sumo sacerdote de Amón a uno de sus hijos, Iuput, con la intención de controlar la región tebana. Este príncipe ostentaba, además, los títulos de general en jefe de los ejércitos y gobernador del Alto Egipto, con lo que acumulaba en su persona el poder político, religioso y militar del sur del país. Con el propósito de controlar los puestos religiosos y políticos de importancia, Sheshonq nombró a otro de sus hijos, Dyedptahiuefanj, como tercer profeta de Amón, y al jefe de una tribu aliada llamado Nesy, cuarto profeta de Amón.
Dentro de esta política dirigida a reafirmar su dominio sobre todo Egipto, Sheshonq prestó especial atención a una de las zonas más conflictivas del país, el Egipto Medio. Para gobernar este territorio, ordenó construir una fortaleza en Teudyoi (el-Hiba) y nombró como comandante militar de Heracleópolis a su hijo Nimlot. Los demás puestos de importancia los repartió entre otros miembros de la familia real y hombres de su confianza, con muchos de los cuales estableció alianzas por medio de matrimonios con princesas reales.
El faraón conquistador
La política exterior de Sheshonq I también fue enérgica. Su objetivo era recuperar el prestigio internacional y la influencia política y económica que Egipto había tenido en el Próximo Oriente durante el Imperio Nuevo, y para ello se sirvió tanto de la diplomacia como de la fuerza. Ejemplo de lo primero es la alianza que estableció con el rey Abibaal de Biblos, ciudad en la que se ha hallado una estatua de Sheshonq a la que el rey fenicio añadió su nombre. En cambio, en Nubia –que, desde mediados del siglo XI a.C. era un Estado independiente– el faraón realizó una campaña militar, documentada por las inscripciones halladas en el templo de Amón en Karnak, para asegurar el abastecimiento de oro, mirra y otros productos exóticos.
Pero el acontecimiento que marcó el reinado de Sheshonq fue, sin duda, la expedición que realizó contra Israel y Judea. El hecho se recoge en la Biblia hebrea, en los libros de Crónicas y de los Reyes, así como en una estela conservada en el templo de Amón en Karnak. Según esta última fuente, el asesinato de unos egipcios a manos de extranjeros desencadenó la campaña de represalia contra los judíos por parte del faraón. La Biblia, en cambio, nos muestra las causas del conflicto desde el punto de vista de los judíos.
El primer libro de los Reyes cuenta cómo el profeta Ajías había vaticinado que Jeroboam, un alto funcionario al servicio del rey judío Salomón, derrocaría a éste y gobernaría sobre Israel. Jeroboam, entonces, se puso al frente de una revuelta que fue sofocada. Para salvar su vida, tuvo que buscar refugio en Egipto. «Salomón trató de dar muerte a Jeroboam –dice el libro–, pero Jeroboam fue y huyó a Egipto, junto a Shishaq [Sheshonq], rey de Egipto, y en Egipto permaneció hasta la muerte de Salomón» (I Reyes, 11:40). Tras el fallecimiento de Salomón, Jeroboam regresó a su tierra para hacerse con el trono, pero lo que logró fue dividir al país: diez de las doce tribus de Israel lo aceptaron como rey y fundaron el reino de Israel, mientras que las otras dos reconocieron al hijo de Salomón, Roboam, que gobernaba en el reino de Judá, con capital en Jerusalén.
El ataque a Jerusalén
Sheshonq decidió intervenir en la zona con el pretexto de prestar auxilio a su antiguo aliado Jeroboam, aunque en realidad lo que pretendía era debilitar decisivamente a los hebreos, que suponían una dura competencia comercial para Egipto. En torno a 925 a.C., el faraón reunió una fuerza que la Biblia estimaba en unos 1.200 carros de guerra y 6.000 infantes libios y nubios. Con ella logró la rápida conquista de las principales ciudades del territorio judío.
En una inscripción del templo de Karnak, realizada en conmemoración de la campaña, se menciona un total de 150 ciudades hebreas que fueron tomadas por Sheshonq, un número tan alto que ha hecho pensar a algunos investigadores que no era sino una exageración propia de la propaganda política. Sin embargo, el descubrimiento de nuevas inscripciones en territorio de Israel, en las que se menciona la conquista de Megiddo y de otras ciudades, ha confirmado los datos de Karnak y la Biblia.
La propia Jerusalén fue sometida a asedio, episodio del que sólo sabemos lo que nos dice el segundo libro de Crónicas: «Subió, pues, Shishaq, rey de Egipto, contra Jerusalén y se apoderó de los tesoros de la Casa de Yahveh y los del palacio real; todo lo cogió, llevándose también los escudos de oro que Salomón había fabricado». A continuación, Sheshonq se dirigió hasta la ciudad de Megiddo, donde erigió una estela conmemorativa y volvió por el monte Carmelo hacia el sur.
Al regreso de su victoriosa campaña sobre Jerusalén, Sheshonq pudo dedicarse por entero a otra actividad que caracterizaría su reinado: las construcciones monumentales. Destacan sobre todo sus edificaciones en Karnak, dirigidas por su hijo Iuput. En un portal del templo de Amón, el llamado pórtico Bubastida, hizo grabar los famosos relieves de la campaña de Jerusalén, erigió una estela cerca del templo levantado en el Imperio Medio y construyó asimismo una «sala de las fiestas» similar a la de Tutmosis III. Este último, el faraón conquistador por excelencia, había sido quizás el modelo al que Sheshonq se había esforzado en igualar: sus victorias aún resonaban en la memoria de los egipcios, lo mismo que esperaba Sheshonq lograr con su sensacional campaña en Jerusalén.