viernes, 31 de mayo de 2019
El País:Bulos de la antigua Roma: mentiras de hace 2.000 años
Cierre los ojos y piense en Nerón. Quizá le venga a la mente la imagen de un emperador con aire perturbado y de pelo rizado, que toca la lira mientras observa cómo el fuego devora Roma. Es la interpretación que la película Quo Vadis (1951) hizo del incendio que arrasó la capital del imperio en el año 64 d. C., con el actor Peter Ustinov en el papel de Princeps. Pero Nerón no se encontraba ese día en Roma: las fuentes lo sitúan en Antium. E incluso la arqueología ha demostrado que el incendio fue fortuito. “Se produjo el efecto del teléfono escacharrado: hubo un rumor de que Nerón había sido visto en un jardín de la ciudad, después alguien oyó que observaba el fuego desde una torre y años después el emperador tocaba la lira desde el palacio imperial mientras la ciudad ardía, pero la realidad no tiene nada que ver con esta versión”, defiende el arqueólogo Néstor F. Marqués, que acaba de publicar el libro Fake News de la antigua Roma. Engaños, propaganda y mentiras de hace 2000 años (Espasa).
No es la única distorsión de la historia que ha llegado hasta el imaginario colectivo del siglo XXI. “Sobre el mundo romano se han creado muchos bulos, algunos los generaron los propios romanos por intereses políticos para perjudicar, por ejemplo, a un emperador y ensalzar a otro, pero también hay historias que se han ido deformando con el paso del tiempo”, apunta Marqués, autor de Un año en la antigua Roma. La vida cotidiana de los romanos a través de su calendario (Espasa, 2018) y creador del proyecto de divulgación histórica Antigua Roma al día.
Y muchas de esas falsas historias o imágenes desfiguradas de la sociedad romana han perdurado por obra y gracia de Hollywood. Por ejemplo, las desiguales peleas de gladiadores en las que un solo hombre se enfrenta a musculosos luchadores y que incluyen errores como el de la película Pompeya (2014), donde un gladiador usa un mangual, una especie de bola con pinchos que solo comienza a fabricarse en la Edad Media. Otro ejemplo son los asesinatos de cristianos devorados por los leones. “Esta condena existió pero solo para determinados delitos, no por cuestiones religiosas”, señala Marqués, que cree que hay “mucho mito” en las persecuciones de cristianos. “En tres siglos, fueron condenados unos cientos, concentrados en un periodo de 13 años. E incluso en los edictos romanos contra los cristianos se decía claramente que no hubiera derramamientos de sangre si no era necesario”.
Aunque el bulo por excelencia sobre la antigua Roma es, según este arqueólogo, la relación entre el mundo romano y las bacanales, “esa imagen de gente comiendo de forma voraz que participa en orgías”. “El tema de las bacanalia no tiene nada que ver con este concepto, sino que eran rituales religiosos dedicados a Baco, el dios del vino”, explica Marqués. La mentira se gestó en el año 186 a. C. cuando el cónsul Postumio, al ver que los hombres se integraban en este ritual religioso que antes solo practicaban las mujeres, vio peligrar el poder del Senado. “Hizo una caza de brujas. Se difundió la falsedad de que en esas celebraciones, en las que se conectaba con Baco a través de la danza y la música, había sexo grupal y asesinatos, por lo que se convenció al pueblo de que lo que allí se hacía era terrible e incluso se ejecutó a muchos de sus seguidores para reducir el culto a este dios”, añade.
Entre las monstruosas imágenes creadas por la desinformación, Néstor F. Marqués destaca, además de la del pirómano Nerón, la del estúpido Claudio o los inhumanos Domiciano, Calígula y Cómodo. Fueron emperadores víctimas de la damnatio memoriae (condena de la memoria). Los historiadores Suetonio y Tácito presentaron a Domiciano, por ejemplo, como un vil villano, en contraposición con Trajano, “porque el objetivo era engrandecer la figura de este último”, explica Marqués. “Recientemente las novelas de Santiago Posteguillo han recogido esta imagen”, añade. Sin embargo, según explica, sobre Domiciano hay muy pocas fuentes, prácticamente solo las que escribieron sus enemigos. “Es como si de la España franquista, 2.000 mil años después solo se conservara el NODO, por lo que todo el mundo pensaría que la dictadura de Franco fue una época gloriosa”, usa como ejemplo el historiador. Sin embargo, en las pocas fuentes sobre Domiciano, como las arqueológicas, se encuentran elementos que sugieren que fue “un gobernador muy eficiente, que primó el bienestar de los romanos y dejó las arcas llenas”.
Pero si alguien fue maltratado por los bulos romanos fue Livia, la esposa del emperador Augusto. Su caso es paradigmático de cómo la sociedad romana trataba a las mujeres. Según este divulgador de historia, Livia fue la primera mujer con poder en Roma. “Se liberó de la opresión de los hombres, gracias a su matrimonio con Augusto, y fue muy querida por el pueblo, tanto, que estuvieron a punto de darle el honorable título de mater patriae [madre de la patria]. Por lo tanto, tenía que ser presentada como una persona horrible, porque de otra manera una mujer no habría llegado tan alto”, apunta. El historiador Tácito atribuyó con rumores a Livia los asesinatos de los descendientes de Augusto convirtiéndola en la “madrastra envenenadora”, una figura, la de la madrastra, que ya en Roma se asociaba —al igual que ha hecho Disney— a un concepto negativo. E incluso deslizó que habría podido ser la responsable de la muerte del gran Augusto, unas acusaciones que han llegado hasta nuestros días a través de la novela Yo Claudio, de Robert Graves, convertida después por la BBC en una serie de culto. “Pero si murió a los 75 años, ¿por qué Livia habría esperado tanto?”, se pregunta Marqués.
Y además de las mentiras y rumores, Roma se sirvió de una eficaz propaganda. La Eneida, más allá de su indudable valor literario “es una obra pagada por el mecenazgo del emperador Augusto con el fin de convencer al pueblo de que debían entregarle todo el poder a él y de que esa acción les convenía”, subraya Marqués.
¿Se puede, entonces, llegar a conocer lo que verdaderamente ocurrió en la antigua Roma? Según Marqués, hay que conformarse con “unir algunas piezas dispersas” e intentar tener una idea aproximada del pasado. Porque la historia —la antigua y la reciente— “es un intricado conjunto de hechos, mentiras y opiniones que se entremezclan en un gran sistema, a menudo, difícil de comprender”. Y advierte al lector contemporáneo: “Somos un reflejo de nuestros antepasados. Nihil sub Sole novum (nada nuevo bajo el sol)”.