miércoles, 4 de octubre de 2017
La historia de las mujeres que debían mantenerse vírgenes por el bien de Roma
Roma se sentía segura en manos de Vesta, diosa de la virginidad, hija de Rea y Cronos, quien protegía el fuego de cada hogar y velaba por la fidelidad de las parejas. En sus manos portaba un cuenco y una antorcha. Era tan hermosa que los mismos dioses Neptuno y Apollo se disputaron su amor; sin embargo, ella prefirió seguir siendo virgen y no entregarse a ninguno de ellos. Era mujer de ideales fuertes y de una gran convicción en sí misma. Cada año se celebraba un festejo para honrarla: la Vestalia, una de las fiestas más populares de toda Roma a la que acudía una gran cantidad de publico para honrar a la patrona protectora de los hogares romanos. Ésta se llevaba a cabo entre los días 7 y 15 de junio.
Su culto fue uno de los más antiguos de Roma: comenzó cuando este territorio aún era una monarquía y fue representado por un selecto grupo de mujeres de extraordinaria belleza llamadas Vestales. Las sacerdotisas tenían la misión de mantener vivo el Fuego Sagrado de Vesta, que estaba colocado en un altar circular sostenido por columnas, con el que se rendía culto a esta deidad. Las llamas simbolizaban la protección a Roma y sus habitantes, la posibilidad de que los hogares jamás se vieran privados de él y, por tanto, del cuidado de Vesta. El altar estaba colocado en el templo Atirum Vestae, un impresionante edifico con 84 habitaciones en la parte este del Foro Romano, muy cerca del lugar de residencia del Pontifex Maximus. Cabe señalar que el fuego era renovado cada inicio de ciclo, que para los romanos era el 1 de marzo de cada año.
El destino de las elegidas para cumplir con dicha tarea era sellado desde temprana edad con base en su belleza y distinción. En el momento en que entraban a formar parte de este selecto grupo femenil eran consideradas como entes sagrados. La condena por no respetar sus votos de castidad era en extremo severa aunque tenían también la posibilidad de retirarse del sacerdocio y contraer matrimonio. La pena más cruel que hasta la fecha se conoce es aquella en la que la Vestal era obligada a descender al fondo de una cripta, la cual era sellada, y la mujer moría de hambre y sed en su interior. Esta pena fue impuesta por el emperador Tarquino. Se tiene conocimiento de que en mil años sólo 22 Vírgenes Vestales rompieron sus votos y fueron castigadas por ello.
Socialmente eran mujeres muy respetadas, cuidadas por los mismos guardias y recibidas con todo lujo y distinciones en ceremonias y cualquier lugar al que fueran invitadas o al que llegaran de manera espontánea. En los espectáculos teatrales eran puestas en los lugares más cómodos desde los cuales gozaban de una excelente visibilidad. Vestían túnicas de color blanco, que reflejaba su pureza, adornos en púrpura, además de las llamadas “vitta”, que las distinguía del resto de las mujeres de toda Roma. Las clases más acomodadas confiaban tanto en ellas que les entregaban en custodia reliquias y documentos importantes para su cuidado y conservación. Se dice que si una Vestal pasaba por el lugar donde un condenado estuviera a punto de ser ejecutado, el verdugo tenía la obligación de perdonarlo y dejarlo salir con vida debido a que la intervención de la sacerdotisa era considerada de carácter divino.
Las Vestales eran lideradas por la Virgo Maxima, la mayor de las sacerdotisas, mujer de gran sabiduría y belleza. En los inicios de Roma, cuando todavía era gobernada por reyes, eran éstos quienes elegían a las niñas de entre 6 y 10 años para ser Vestal, mientras que en los tiempos de la República, el encargado de convertir a una niña en sacerdotisa era el Pontifex Maximus. Al recibirlas de mano de sus padres, decía: «Te tomo, amada» y la guiaba hacia su nueva morada. Aparte de la edad mencionada, otro de los requisitos para convertirse en Vesta era que los padres de la niña fueran nacidos en Italia.
El proceso de selección variaba: una niña podía convertirse en Vestal por iniciativa de sus padres, que la ofrecían al templo. Otra manera era por medio de una convocatoria que se lanzaba entre la población cuando una de las Vestales moría y tenía que ser reemplazada. La tercera vía se realizaba a través de una intensa búsqueda por parte del gobierno para hallar a las niñas que pudieran entrar a formar parte del culto. En estos casos, muchas familias se oponían y plantaban cara para evitar perder a su hija.
El periodo de servicio era de 30 años. En los primeros 10, las sacerdotisas eran instruidas en las costumbres del templo. La siguiente década se dedicaban a mantenerlo en buen estado así como impedir que la llama del fuego se apagara (aquellas que cometían el descuido de dejar que se extinguiera, pagaban con la vida su error), pues se consideraba como un augurio de tiempos malos y calamidades que el fuego dejara de arder. También formaban parte de la Vestalia. En los últimos diez años, las sacerdotisas instruían a las nuevas acerca de las costumbres de la orden y el templo. No era obligatorio que las Vestales renunciaran al templo al cumplir el periodo de servicio.
Muchas de ellas decidían continuar en él y seguir adorando a Vesta y morir con todos los honores en el seno del culto que las había cobijado la mayor parte de su existencia. En el año 391, Teodosio ordenó la disolución del culto (el cual había durado aproximadamente mil años) cuando Roma adoptó la religión cristiana y por ende, otras costumbres.