Durante más de dos mil años esta estatua estuvo en el fondo del Mar Adriático. En el siglo primero antes de Cristo, el barco que la transportaba debió naufragar frente a las costas de lo que hoy es Croacia. El bronce se fue a pique y allí permaneció, mecido por las olas y los siglos, mientras la superficie metálica era colonizada por la fauna y flora del Mediterráneo.
El Mare Nostum fue también de este atleta que cumple con los cánones de la belleza griega. Hoy la estatua del Apoxiómeno, el joven atleta que se limpia tras los ejercicios puede verse en el British Museum de Londres, como estrella de la muestra “Definiendo la belleza”. En el fondo del mar, el broncíneo cuerpo atlético esperó el paso de los siglos y fue perdiendo su fisiognomía en una superficie alfombrada por las algas y los líquenes que recordaba muy lejanamente cualquier forma humana. Por ello, en 1996, cuando el buceador deportivo de origen belga René Wouters, lo descubrió semienterrado junto a la isla de Vele Orjule, a 45 metros de profundidad, debió de llevarse un buen susto.
La isla se encuentra cerca de Losinj, en la costa dálmata. En 1998, el Ministerio croata de Cultura inició un proyecto de arqueología subacuática que permitió extraer del mar la estatua, uno de los escasísimos ejemplos de escultura original de bronce de la Grecia Clásica, con el fin recuperar todo el esplendor de la pieza. La extracción, y con ella la esperanza de una restauración completa, se produjo al año siguiente en 1999. La excavación fue llevada a cabo por expertos del Museo Arqueológico de Zadar, bajo la atenta mirada de las fuerzas policiales y buzos profesionales de la zona. Era un 27 de abril cuando el bronce volvió a sentir el aire y el sol de la superficie directamente, aunque aún quedaba lo más difícil.
Desde entonces, y a lo largo de siete años, el joven atleta fue sometido a los más avanzados procesos de restauración. Afortunadamente, el bronce se había conservado relativamente en buen estado bajo la capa de más de dos milenios de bajo el agua. Los imperios ascendieron y cayeron, divididos o agotados; las civilizaciones pasaron y se desmoronaron, las religiones se expandieron y lucharon, los hombres navegaron e inventaron, cayeron bajo las armas y las epidemias; la ciencia avanzó decididamente y la estatua permaneció inmóvil, o casi, durante un tiempo que no parecía tener fin.
Copia helenística del siglo II o I a. C., sacada probablemente de un modelo del siglo IV a. C., esta escultura muestra el dominio que los Griegos alcanzaron en la técnica del bronce, así como la perfección artística en la representación del cuerpo humano. Un prodigio que, visto en nuestro tiempo, no deja de asombrar.
Primero fue fotografiada con rayos gamma, más penetrantes que los rayos X, para conocer el estado del metal. Aquella primera imagen permitió descubrir la belleza que ocultaba la capa de algas e incrustaciones de los depósitos de calcio que acumula la vida marina. Esa gruesa capa que hacía parecer el rostro de la estatua un cuadro de Arcimboldo, permitió sin embargo preservar la estructura del bronce, así como la pátina, a lo largo de dos milenios. Allí donde la capa faltaba, sobre todo en la parte de atrás, enterrada bajo la arena, la corrosión había hecho más estragos.
La unión entre la cabeza y el cuello, realizada en plomo, había desaparecido completamente mientras estaba bajo las aguas del Adriático, así que el joven atleta apareció decapitado. El hombro izquierdo y el muslo derecho presentaban erosiones y deterioros. El meñique de la mano izquierda había desaparecido en algún momento. Pocas heridas había infligido el tiempo en esta representación casi perfecta de la juventud.
El Instituto de Conservación de Croacia tomó cartas en la recuperación de una pieza tan valiosa como esta desde el primer día. De hecho a sus especialistas se debía la estructura construida al efecto de elevar sin peligro ni causar daño alguno la enorme pieza de bronce de casi dos metros. Los hombres del Instituto también dirigieron el traslado y el proceso de desalinización de la escultura. Pero aún faltaba mucho para que estuviera presentable.
Giuliano Tordi, un prestigioso restaurador italiano, fue elegido para la dirección científica de los trabajos, junto con el croata Antonio Serbetic. El equipo se completó con incorporaciones de miembros procedentes de diversos países. La operación más larga y difícil fue, sin duda, la limpieza de la capa orgánica que cubria prácticamente todo el bronce. Para ello se emplearon las herramientas más delicadas y las más expertas manos. Querían asegurarse la supervivencia de la pátina original y por ello no se emplearon sustancias químicas para la limpieza de las incrustaciones.
Después de acabado ese proceso, siguió la consolidación de las erosiones y pérdidas. Para ello se emplearon resinas y en algunos casos, como en la pierna derecha, refuerzos metálicos. Como todo en la moderna restauración, el máximo cuidado se puso en que toda la intervención resultase reversible. Además, los añadidos son perfectamente visibles a corta distancia.
En el área donde apareció la estatua también fueron hallados los trozos de la base, que debieron desprenderse durante el naufragio. Afortunadamente, además de estar completos conservaban la decoración geométrica con esvásticas, típica del arte griego (y romano, pues está presente en el Ara Pacis). Para que pudiera volver a cumplir su función de sujeción de la escultura hubo que reforzar las junturas de los laterales y la pieza principal de la base con trozos de metal.
Pero para poder mantenerse erguido en la exposición los especialistas construyeron una estructura de refuerzo interna que hoy la estatua lleva permanentemente. Todo el peso del joven atleta milenario se apoya en esta estructura, y se transmite desde un anclaje en el pie derecho hasta los 20 puntos de contacto en el interior de la cabeza, hombros, brazos, torso y caderas. Además, esta estructura termina en una base antisísmica de gran estabilidad. La pieza es única y merecía este alarde técnico.
La restauración también arrojó información sobre la aleación empleada por el fundidor y en las partes que, unidas, crean tal perfección. Son siete partes, piernas, brazos, torso, cabeza y genitales, más la base. La fundición se llevó a cabo según el método a la cera perdida. Así mismo quedó revelado el método por el que los artistas acababan con decenas de pequeños parches de perfeccionar las junturas allí donde no ensamblaban totalmente.
Todo se estudió, desde los materiales hasta los organismos que habían anidado en el bronce. Entre ellos, los ratones, que dejaron pruebas de su ocupación, entre ellas un nido, cuando estaba en seco, en el interior. La datación de estos materiales por radiocarbono permite saber que en el siglo II o I a. C. la estatua estaba hecha, probablemente tuvo alguna rotura y se puso en el suelo, todo ello antes de acabar en el fondo del mar.
Todo el proceso rescató la enorme belleza de la escultura original, un atléta limpiándose la arena y el aceite después de una prueba. Un tema que recibe el nombre de Apoxímeno. Por último, la investigación permitió arriesgar la hipótesis de que la estatua era parte de la carga de algún barco romano, ya que esa era una ruta muy utilizada durante siglos. Pero no se ha conservado ni rastro del pecio, así que puede que el naufragio no se produjera finalmente o no se produjera en ese punto, sino un poco más adelante de su ruta.
Entonces: ¿Cayó desde el barco en medio de una tormenta por que el viento aflojó las cuerdas que la amarraban al barco o tal vez fue arrojada por la borda para aligerar el buque en un momento de temporal que comprometía la navegación? Eso nunca lo sabremos. Pero sí podemos mirarle a los ojos al atleta y tratar de pensar en toda su historia, disfrutar de la idea de belleza que su perfección representa, hoy visible en el Museo Británico.