Cuando Aníbal Barca arrasó a un ejército romano muy superior en número al suyo en la batalla de Cannas, un joven oficial romano, de 20 años, destacó por su coraje en medio del desastre. Publio Cornelio Escipión actuó con la «virtus» que cabía esperar de un aristócrata romano y cargó contra aquellos supervivientes del ejército romano que proponían abandonar a la moribunda república. Prorrumpiendo en un «consilium» donde las tropas supervivientes discutían el asunto, el tribuno alzó la espada y juró por Júpiter Optimus Maximus que no abandonaría nunca Roma y mataría con sus manos a todos los que lo hicieran.
Como relata Adrian Goldsworthy en «Grandes generales del Ejército romano» (Ariel), Escipión poseía desde joven de «la ilimitada confianza en sí mismo de un patricio, conocedor desde la infancia que estaba destinado a ocupar un papel preeminente en la vida pública de Roma».
Inteligente, carismático y una gota supersticioso, Escipión se caracterizó desde muy joven por los golpes teatrales envueltos en una supuesta aura de divinidad. Tal vez por ello se decía –como en el caso de Alejandro Magno– que se había descubierto a su madre yaciendo con una serpiente gigante antes de quedarse embarazada. ¿Creía el general romano realmente en aquellas leyendas y en que los dioses guiaron sus victorias? Probablemente no. Los historiadores se inclinan a pensar que simplemente Escipión se valía de estos gestos para motivar a sus tropas y aumentar su popularidad.
La guerra en Hispania: el origen de la leyenda
Durante la guerra contra Cartago, el padre y el tío de Escipión se hicieron cargo del frente en Hispania, buscando cortar el envío de más tropas y suministros a Aníbal. En el año 211 a.C, sin embargo, ambos fallecieron a consecuencia de la traición de las tribus celtíberas, entre ellas la ciudad de Iliturgi, y de la acometida de Asdrúbal, hermano del genio cartaginés. Los dos hermanos romanos llevaban años pidiendo más recursos y advirtiendo del riesgo, como así ocurrió, de que Roma perdiera todos sus aliados españoles si mostraba debilidad.
Fue en esas fechas cuando el joven Escipión se postuló para ponerse al frente de los escasos ejércitos de Roma en España. Incapaces de encontrar candidatos que quisieran ir a una misión tan incierta, el Senado convocó a los Comitia Centuriata para la elección. Solo Escipión se presentó y, por tanto, le fue otorgado automáticamente el cargo de España en calidad de procónsul. Eso a pesar de su juventud (25 años) y de su inexperiencia. Decisiones extraordinarias para una situación de urgencia.
Escipión inició la expulsión de los cartagineses de España con una fuerza de cerca de 28.000 soldados de infantería y 3.000 jinetes. Frente a él se encontraban tres poderosos ejércitos, si bien distantes entre sí: el de Asdrúbal Barca, el de Magón Barca y el de Asdrúbal Gisco. Su objetivo fue el de vencer a cada una de estas fuerzas por separado y sin que les diera tiempo a coordinarse.
Escipión eligió la conquista de la ciudad de Cartago Nova (la actual Cartagena) para anunciar su llegada a la península. Fundada por el padre de Aníbal, la ciudad era la principal base de operaciones de los cartagineses en España, la sede de su gobierno, su puerto más grande y una de sus plazas mejor fortificadas. Si bien un asedio en la Antigüedad podía durar meses, y eso precisamente es lo que querían evitar los romanos; Escipión logró rendir la ciudad en un asalto directo gracias a la información de unos marineros de la ciudad aliada de Tárraco (Tarragona), que le contaron que al norte de Cartago Nova había un lago por el cual se podía pasar cuando bajaba el nivel del mar. El propio general romano participó de la batalla, donde se disputó cada metro del recinto amurallado y la victoria romana dio paso al saqueo. Magón Barca estaba fuera de juego.
La conquista de Cartago Nova otorgó a Escipión prestigio, una base en la España meridional y al menos 18 navíos de guerra. Estas nuevas fuerzas permitieron a Escipión dirigirse con garantías al encuentro de Asdrúbal Barca en el año 206 a.C. No está claro hoy en día si hubo realmente un enfrentamiento a gran escala, pero lo cierto es que Asdrúbal tuvo que salir de la península para reforzar a su hermano en Italia (aunque nunca llegó a su destino; solo su cabeza decapitada) dejando un reguero de bajas tras de sí. Un ejército menos al que derrotar, debió tachar Escipión.
Faltaba el contraataque. En el año 206, Gisco unió sus fuerzas a los supervivientes del ejército de Magón y organizó una fuerza temible: 60.000 infantes y 4.000 jinetes, entre ellos la fuerza mercenaria de númidas dirigida por el príncipe Masinisa, más tarde aliado de Escipión en Zama.
En Ilipa, hoy cerca de Sevilla, se enfrentaron al fin ambos ejércitos. Tras una infinidad de escaramuzas en los días previos, al inicio del combate los vélites (infantería ligera reclutada entre las clases bajas) arrojaron lanzas contra la veintena de elefantes cartagineses. Los animales huyeron y dejaron paso a que las caballerías ligeras retomaran la lucha donde lo habían dejado en las vísperas. A continuación, las tropas romanas atacaron a los aliados españoles de Asdrúbal, situados en los flancos, con menos ganas que nadie de dar su vida en una guerra extranjera donde solo eran meros invitados locales.
Cuando los celtíberos empezaron a ceder terreno, Escipión mantuvo la calma y se contuvo de adelantar a su infantería aliada, puesto que confiaba ciegamente en la resistencia física de sus tropas puramente romanas. Sus soldados habían comido antes de la batalla y sabían que las horas correrían a su favor conforme aumentara el calor. Además, a diferencia de su rival, Escipión había situado a los hispanos en el centro porque no confiaba mucho en ellos (más cuando su padre y su tío habían muertos traicionados por tropas locales) y esperaba que la batalla se resolviera sin que apenas intervinieran. La diferencia entre la fe que ambos comandantes tenían en estas fuerzas auxiliares marcó el devenir de la jornada.
Camino de Zama, el ocaso de Aníbal
La presión romana obligó al ejército de Gisco a retirarse con cierto orden. Pero aunque volvieron a reorganizarse en la colina del campamento, en poco tiempo comenzaron las deserciones entre los cartagineses y muchos de los soldados fueron capturados en medio de la confusión. En los siguientes meses, uno a uno fueron cayendo en manos romanas todos los enclaves enemigos en España. Tras superar un motín de sus tropas y varias rebeliones de los celtíberos aliados, Públio Cornelio Escipión partió al fin hacia Roma con la misión cumplida.
Y lo cierto es que no le esperaban los vítores que él había imaginado. En el año 205 recibió uno de los consulados, a pesar de que no cumplía con la edad exigida, pero a cambio comenzó a formarse un partido de senadores que recelaba del poder creciente de Escipión. Solo su popularidad evitó que este grupo de senadores, encabezados el rígido Catón «El viejo», pudieran arrebatarle el consulado a raíz de un escándalo protagonizado por uno de los oficiales de Escipión.
No obstante, Roma seguía en estado de guerra y necesitaba cerca a sus mejores militares. Las derrotas en España hicieron insostenible que Cartago pudiera seguir su guerra en Italia, aunque eso solo suponía la solución de la mitad del problema. Fabio Máximo, el escudo, y Marco Claudio Marcelo, la espada, habían contenido las acometidas de Aníbal en el momento más oscuro de la guerra, pero iba a ser ahora una generación más joven la que finiquitara el conflicto.
Los planes de Escipión pasaban por trasladar las operaciones al terreno enemigo, usando Sicilia primero como base de adiestramiento para desembarcar un ejército invasor en África cuanto antes. Una vez en este continente, el general romano venció sin dificultad a los dos primeros ejércitos que mandaron contra él valiéndose de ataques nocturnos a sus campamentos. Aníbal se vio obligado así a regresar a África, cuando Escipión exigió un comandante a su altura.
El genio cartaginés fue vencido en la batalla de Zama, en el 202 a.C. y Cartago se vio obligada a firmar una paz humillante, que puso fin a su sueño de crear un gran imperio en el Mediterráneo occidental. Escipión neutralizó la amenaza de los 80 elefantes reunidos por el Aníbal aplicando varias tácticas: por un lado ordenó a sus hombres bruñir corazas, cascos y cualquier cosa de metal, de tal modo que el sol se reflejara en ellos y deslumbrara a los animales; además, pidió a varios músicos militares que desconcertaran con su ruido a los elefantes.
Los romanos se encargaron de que los nerviosos animales (aterrados por el ruido y los reflejos) pasaran de largo a través de los pasillos que había dejado Escipión entre sus tropas. Atacados desde los flancos por las lanzas de los legionarios, los elefantes murieron o retrocedieron hacia las líneas cartaginesas. Al final del combate, las bajas cartaginesas se elevaron a alrededor de 20.000 muertos y 15.000 prisioneros. Los romanos capturaron también 133 estandartes militares y once elefantes.
A Escipión le fue otorgado el apelativo de «El Africano» por su victoria, así como un espectacular triunfo a su vuelta a Roma.
Un final amargo, acusaciones y exilio forzado
El problema al que debió enfrentarse entonces era que, a sus 30 años, Escipión ya había logrado todo a lo que un senador puede aspirar en su vida. Solo cabía que el sistema republicano frenara de alguna forma su ascenso, como acostumbraba a hacer para evitar que un hombre acumulara demasiado poder. En 194 fue elegido para un segundo consulado, durante el cual dirigió sus tropas contra las tribus galas del norte de Italia. Nada que, en cualquier caso, le pudiera reportar grandes reconocimientos.
En el año 190, asistió a su hermano Lucio cuando le fue otorgado un consultado y se vio forzado a combatir contra el Imperio seléucida de Antíoco III, que curiosamente tenía a Aníbal contratado en calidad de consejero militar después de que éste hubiera tenido que huir de Cartago.
Durante la aplastante victoria de Lucio sobre Antíoco en la batalla de Magnesia, se insiste en los textos del periodo en que Escipión «El Africano» se encontraba gravemente enfermo y no pudo participar en la contienda. Tal vez es una forma de reseñar que Lucio fue el único responsable de la victorio, o precisamente de ocultar que pudo ser su hermano el que mandaba en verdad. Más fama es lo último que necesitaba Escipión en ese momento, con sus enemigos en Roma presumiendo de colmillos.
A su vuelta a la política romana, los dos hermanos fueron acusados de apropiación indebida del botín de guerra y de dar un trato de favor a Antíoco a cambio de que liberara al hijo secuestrado del general romano. Catón y los suyos lanzaron una campaña de acoso y derribo contra la familia Escipión que, de hecho, desembocó en un juicio donde «El Africano» trató de escabullirse invocando su popularidad. En una de las jornadas del juicio, que coincidía con el aniversario de la batalla Zama, Escipión se ausentó porque quería elevar sacrificios a los dioses en señal de agradecimiento. Este exceso de autoestima iba a costarle muy caro.
Los cargos siguieron en pie, a pesar de todas las maniobras populistas de los Escipiones, hasta el punto de que las propiedades de Lucio fueron violentamente confiscadas. La persecución, de hecho, solo se frenó cuando Escipión se vio forzado a una especie de destierro de Roma. «Yo mismo me destierro si es que crecí más de lo que te convenía», afirmó según la versión mitificada. Se exilió a su casa de campo en Liternum y pasó sus últimos cinco años allí. Al morir se dice que reclamó que su cuerpo no regresara a la ingrata tierra romana.
Si bien no hay unanimidad sobre el año exacto de su muerte, Polibio y Rutilio sostienen que falleció en el mismo año que murió su más íntimo enemigo, Aníbal, al que guardó siempre cierta admiración.